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Huckleberry Finn, el clásico de Mark Twain ahora ilustrado

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Mark Twain

Novela de la esclavitud

La novela Huckleberry Finn llega renovada. Una buena oportunidad para disfrutar de Mark Twain, el más grande de las letras norteamericanas.

Habrá pasado más de un siglo, pero lo que narra Mark Twain en este clásico universal aún se sigue discutiendo, como el racismo enquistado en buena parte de la sociedad norteamericana —ya no solo en el sur— que sigue hoy tan latente como entonces. Aunque en la ficción, en la historia planteada, todavía no había ocurrido la Guerra de Secesión (1861-1865).

En la novela Mark Twain le da vida a un niño al que llama como el libro: Las aventuras de Huckleberry Finn. Hay una cierta complicidad entre escritor y protagonista-narrador, como si uno fuera consciente de la existencia del otro. Así se entiende cómo es que Huckleberry (casi siempre Huck a secas) aclara de sí mismo que es una creación anterior, protagonista de otra novela igual de monumental, Las aventuras de Tom Sawyer. Como estas aventuras son de los años 1840, es válido suponer que las de nuestro Huck sean inmediatas, una continuación en el tiempo. La historia tiene sentido, aunque para terminar de entenderla habrá que avanzar en la lectura. Y de paso, deleitarse con las ilustraciones gráficas de cuerpo entero, además de la canoa siempre presente, todo un anuncio.

Río abajo

Huck es un niño que nunca conoció a la madre, y de cuyo padre hace un año que no tiene noticias, lo cual ya es algo bueno. Sus mentoras son la señorita Watson y la viuda Douglas, que lo toman en adopción, y también lo educan. Viven en la población ficticia de San Petersburgo, sobre el río Mississippi. Como buenas señoras blancas tienen un esclavo de color a su servicio; se llama Jim. Y también está el mejor amigo de Huck, Tom Sawyer. Ellos dos y otros de su edad, de entre once y trece años, forman una banda y se hacen hermanos de sangre, dicen soñar con ser bandoleros y matar y robar vaya a saber con qué objeto. Aunque todo no es más que un juego macabro, no deja de esconder las miserias de los más grandes.

Pues bien, la cosa empieza a complicarse cuando el padre de Huck vuelve al pueblo. El hombre es un alcohólico incorregible, un pendenciero, maltratador y analfabeto; incluso siente envidia por el hijo al notar que este sí sabe leer y escribir. Con las primeras sacudidas, Huck planea una fuga ingeniosa: deja arrastrar un cerdo sangrante desde la cocina hasta el río. Así, todos en el pueblo piensan que está muerto. Pero lo cierto es que está más vivo que nunca, es un chico perspicaz, lúcido, inquieto por salir adelante.

Claro que en un pueblo como aquel, el único escape posible es por el Mississippi, ese río que en la ficción no tiene nombre, un río caudaloso, místico, que es mucho más que una corriente de agua, es una leyenda que atraviesa la historia. También es una larga metáfora del oprobio de la esclavitud, y que en tantos años inspirara a toda una grey de literatos, cineastas y cantantes.
Antes de ponerse a remar siquiera, Huck se topa con Jim, quien había escapado por miedo a que lo vendieran (o subastaran) a alguna plantación, donde su suerte podía ser peor. Huck decide perdonarle la vida a Jim (literal), y juntos empiezan una aventura increíble por el río, en medio de una geografía inventada, pero que tiene mucho de realidad. Viajan en una especie de balsa que tendrá varios nombres, barca, canoa, almadía, esquife, embarcación. En cambio, y sin que se enoje nadie, lo que no tiene variantes es el apelativo del bueno de Jim. Es el negro de principio a fin, el nigger.

Escenas del sur

Mark Twain fue uno de los primeros grandes escritores de su país, creador de un estilo propio, auténtico, y muy americano. Otros grandes que vinieron después, como Faulkner y Hemingway, tomaron buena parte de su estilo. Twain nació en el sureño estado de Misuri en 1835, pero con otro nombre, menos pegadizo y más largo, Samuel Langhorne Clemens. Su infancia y juventud están ligadas al Mississippi, lo mismo que buena parte de su obra. Las aventuras de Huckleberry Finn no es la excepción, pues en la novela vuelca sus recuerdos y desmenuza los demonios de una sociedad racista, violenta, en donde era común que las diferencias se resolvieran con tiros o linchamientos.

Como sea, Huck y Jim navegan el río pasando por pueblos remotos, siempre en dirección sur. No llevan más que unas mudas de ropa y un cobertizo que sacan para dormir. En general se desplazan de noche, como fugitivos, y cuidando siempre que nadie vea al negro y se lo lleve para obtener por su captura una jugosa recompensa. Esos “cuidados” son de una crudeza brutal: “Porque teníamos que atarle cada vez que lo dejábamos solo. De otro modo, si alguien le encontraba solo y sin atar, parecería que fuese un negro fugitivo”.

“Teníamos”, porque en una parada se les habían unido dos viejos orates que decían ser el rey y el duque, progenie de los monarcas de Francia, aunque caídos en desgracia. Son aceptados como viajeros, un poco por compasión. Pero pronto el niño Huck descubre que no son más que un dúo de farsantes, unos vividores que engañan incautos por un puñado de billetes, ya sea en el circo, en la congregación religiosa, o en cualquier otra parte. En cierta forma, este par de timadores representan para Huck el mundo de los grandes, plagado de falsedad, cinismo y descaro. Aun en su inocencia, ya entiende mejor que nadie de las cuestiones de la moral.

En tanto, el niño Huck ya no es tan niño; es más bien un joven de una madurez casi obligada, prematura, que para sobrevivir en los pueblos debe hacerse adoptar por una familia rica, o fingir ser niña, o cosas del estilo. Eso sí, llegado el momento no tiene reparo alguno, ni él ni Jim, en sacarse a los viejos de encima, por difícil y tardío que resulte.

Si bien es cierto que una vez se enamora (de una chica pueblerina), Huck siempre vuelve con Jim, en ese simbolismo mágico, esa pulsión del autor para imaginar una relación inverosímil entre un niño blanco y un esclavo de color. Una amistad de cuyos diálogos imperdibles emergen los más nobles sueños, los sentimientos más hondos. A fin de cuentas, el niño y el negro se ven unidos por el destino, escapando uno del padre malvado, el otro de un siniestro escenario. Siempre como fugitivos a la sombra, hasta conseguir eso mismo que buscan los hombres desde siempre, la libertad.

Censura

En su momento y por unos cuantos años, el libro estuvo censurado, y su enseñanza prohibida en las escuelas. Su lenguaje atrevido y desfachatado —en especial el nigger en inglés— había causado cierto estupor. Pero así se hablaba, y esa crudeza sin medias tintas es la que atraviesa la novela de principio a fin; la misma que, por ejemplo, hace de Jim un personaje tierno, pero a la vez sumiso, tosco, un poco ignorante. Empero, vale recordar que Mark Twainera un abolicionista declarado, admirador de Lincoln. Es en su condición de escritor que hace su proclama.

LAS AVENTURAS DE HUCKLEBERRY FINN, de Mark Twain. Ilustraciones de Dani Torrent. Traducción de José de Larrinaga. Penguin Random House, 2019. Barcelona, 389 págs.

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