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Cómic nipón

El manga japonés busca saciar a los otaku uruguayos

Las razones detrás de un fenómeno pop

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Cuadro del manga (cómic japonés) titulado <b>Los asesinatos de la mansión decagonal</b>, con guión de Yukito Ayatsuji e ilustraciones de Hiro Kiyohara.

por Ramiro Sanchiz
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Algún día habrá que escribir la historia de la difusión de la cultura pop japonesa en Uruguay. Mientras tanto, y sin llevar a cabo una investigación rigurosa, podemos pensar en series de TV ochenteras que la generación a la cual pertenece este cronista repasa con veneración, Astro Boy, Mazinger Z, Gordian, una etapa en la que un conocimiento riguroso de historieta y animación japonesa —después aprenderíamos a decir manga y anime— parecía una suerte de saber esotérico, recluido en las mentes de unos pocos sujetos extraños o extravagantes.

Luego, a comienzo del 2000, apareció una subcultura urbana ya más informada, que podía explicar que el término manga remitía a comics o novelas gráficas con una larga tradición en Japón, diversificada en múltiples subgéneros y conformando una industria cultural asombrosa, que existía al menos desde la década de 1950. Estos otaku vernáculos —término nipón que remite a una persona con un interés intenso o incluso obsesivo por el manga o su variante animada—, que también solían estudiar japonés y participar de eventos relacionados con la comunidad japonesa en Uruguay, conocían a la perfección los grandes clásicos noventeros del manga y el anime. Desde la todavía hoy asombrosa Neon Genesis Evangelion o Coyboy Bebop —por nombrar apenas dos— hasta largometrajes (a su vez basados en manga) como Akira (1988) de Katsuhiro Otomo, Ghost in the Shell (1995) de Mamoru Oshii, por no mencionar las bellísimas películas de Hayao Miyazaki, desde Nausicaa en el valle del viento (1984) y Mi vecino Totoro (1988) hasta Ponyo en el acantilado (2008) y Se levanta el viento (2013).

Otaku orientales. En cualquier caso, hace 20 años, más o menos, no era del todo fácil acceder a estas películas, y mucho menos al manga, pero había maneras y la de los otaku orientales era una comunidad tenaz. Con el paso de los años Internet —desde programas de intercambio de archivos ya legendarios, como eMule, hasta plataformas de torrents como The Pirate Bay, YIFY o RARBG— facilitó la tarea, hasta que las compañías de streaming, Netflix en particular, terminaron en los últimos tres o cuatro años, por ofrecer una vasta selección de series y películas de anime.

Hoy la cultura pop nipona ya es mainstream en nuestra periferia de Occidente, y quizá por esa razón estamos ante fenómenos editoriales como la extensísima oferta de manga que existe hoy en Uruguay, desde hace ya unos meses, por Penguin Random House, que bajo el sello Distrito Manga ofrece cuidadas ediciones de muchísimos títulos. Todas respetando los códigos editoriales y de presentación de los textos, incluyendo el hecho de que los libros han de leerse al revés que los convencionales (en otras palabras, como si empezáramos por la última página y fuéramos avanzando hacia atrás, con el lomo del libro a la derecha).

Como quedó señalado más arriba, el manga prolifera en una inmensa cantidad de subgéneros. Desde su comienzo más o menos claro en 1874, las publicaciones manga se han diversificado en ejes de género, edad, tema (o género narrativo, sea ciencia ficción, horror, policial, romance, etc.) e incluso configuración editorial (publicaciones profesionales que circulan por los circuitos convencionales por un lado, y Dôjinshi, propuestas por editoriales alternativas, además de fan fiction autoeditada, web manga y otras tantas opciones).

Por ejemplo, la categoría shônen remite a obras propuestas para un público masculino adolescente, la shôjo al público adolescente femenino, la seinen a varones adultos, la josei a mujeres adultas, y kodomo para niños y niñas. En cada una de estas categorías pueden predominar géneros (acción y aventuras en shônen, por ejemplo), asi como en kodomo es común encontrar moralejas y transmisión de valores culturales hegemónicos. Además, cada categoría se manifiesta en diversas revistas, discriminadas a su vez por géneros o temas.

 Muchos títulos. Cabe preguntarse si el mercado local podrá asimilar una oferta diversificada en tantas categorías. Por lo pronto, entre lo que cabe encontrar en estos días en librerías montevideanas destacan no pocas novelas gráficas o compilaciones de manga serializado.

Un buen comienzo es la serie de volúmenes de Old Boy. Algunos lectores recordarán este título de la película surcoreana homónima, dirigida en 2003 por Park Chan-wook —o por su remake estadounidense de 2013, a cargo de Spike Lee—, que llevó al cine el manga de Garon Tsuchiya (guión) y Nobuaki Minegishi (ilustraciones), publicado originalmente entre 1996 y 1998. Se trata de la historia de Shinichi Goto, quien despierta atrapado en una habitación diminuta tras haber sido raptado; después de mucho tiempo —y tras de alguna manera perder la cordura, por decirlo amablemente— se lo libera (sin explicación alguna de por qué) y da comienzo a su larga venganza.

También es de especial interés Beck, de Harold Sakuishi, publicada originalmente entre 1999 y 2008. La obra completa —cada serie manga suele extenderse por literalmente miles de páginas— fue publicada en japonés en 34 tomos, de los que el volumen uno en la edición de Distrito Manga ofrece el primero y el segundo. La trama sigue las peripecias de un grupo de adolescentes que forman una banda de rock. El Beck del título —además de un guiño al célebre guitarrista— es un perro rescatado por uno de los chicos que fundan la banda. Más allá de los personajes y la multiplicidad de aventuras y desventuras, la serie es además interesante por la manera en que refleja la manera en que la cultura rock —y su tradición y sus sensibilidades y afectos implicados— es recibida y resignificada por el Japón de comienzos del siglo XXI.

Pero hay mucho más. Para los lectores de horror y misterio, dos buenas opciones son Los asesinatos de la mansión decagonal y As the Gods Will. La primera, publicada originalmente entre 2019 y 2022, cuenta con ilustraciones de Hiro Kiyohara y guión de Yukito Ayatsuji, basado en su propia novela de 1987. La estructura tanto de la novela como de su versión manga sigue la pauta del clásico Diez negritos, de Agatha Christie. En la historia de Ayatsuji, siete universitarios deciden pasar una semana en una isla de la costa nipona, donde se levanta una mansión cuyo propietario fue asesinado.

La segunda, publicada en Japón entre 2013 y 2016, fue escrita por Muneyuki Kaneshiro e ilustrada por Akeji Fujimuira, y su primera parte fue llevada al cine en 2014 por Takashi Mike, después notoriamente “imitada” —por no usar términos más fuertes— por la popular serie surcoreana El juego del calamar. La trama del manga, más extraña y radical, involucra juegos mortales y horror sobrenatural.

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