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El primer indicio de civilización en el hombre que todavía es relevante y es clave para prosperar

Fue revelado por la antropóloga Margaret Mead tiempo atrás y causó controversia entre sus oyentes; las razones por las cuales es tan importante en la actualidad

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La cooperación y la ayuda son más importantes que la competencia.
Foto: PHere

Victoria Vera Ziccardi, La Nación - GDA
Desde los albores de la humanidad hasta la actualidad, la historia ha sido testigo de la evolución de la especie humana. A lo largo de milenios, los homínidos forjaron su camino en un mundo que se encontraba en constante transformación. Detrás de los logros históricos que ha alcanzado el hombre se esconde un hilo conductor que ha sido vital para la supervivencia y éxito de la especie. Se trata de un lazo intangible que ha moldeado las interacciones entre homínidos y ha permitido el florecimiento de las sociedades. Desde los primeros primates hasta las complejas estructuras sociales modernas, elementos como la ayuda, la empatía y el cuidado son -para muchos especialistas- los pilares en los que se construyó la civilización.

Una de las pioneras en señalar esto fue Margaret Mead (1901-1978), una antropóloga y poeta estadounidense considerada hoy como una de las mujeres más influyentes en el mundo de la antropología. Según cuenta Ira Byock, un médico estadounidense y autoridad en medicina paliativa, en su libro The Best Care Possible: A Physician’s Quest to Transform Care Through the End of Life, décadas atrás un estudiante le preguntó en una conferencia a Mead cuál creía que era el primer indicio de la civilización. Consecuentemente, para sorpresa del alumno y del resto de los presentes, Mead respondió que el primer signo de civilización es un fémur (hueso largo que conecta la cadera con la rodilla) fracturado y sanado. Atónitos, los presentes no lograron comprender el por qué de su respuesta. Al desarrollar su teoría, Mead explicó que el fémur es el hueso más largo del cuerpo y, si se rompe, tarda aproximadamente unas seis semanas en sanar. Precisamente, en los albores de la humanidad, un homínido que se rompía un fémur no podía correr para escapar de los depredadores ni tampoco cazar; en esas condiciones su único destino era la muerte.

“Lo que plantea la Dra. Mead es cierto, seguramente aquellos restos antiguos que se encontraron demuestran que esa herida no se soldó sola. Para que se haya mantenido el hueso en condiciones tuvo que haber alguien que lo haya acompañando al antropoide accidentado para que no lo atacaran las fieras”, señala Mónica Edith Carminati, licenciada en Arqueología de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata. A su vez, añade que para ese entonces, si el individuo en situación de vulnerabilidad tenía una fractura muy importante, caminar o movilizarse hubiese implicado que su fémur nunca se soldara y que incluso, se deteriorara aún más.

Sucesivamente, Carminati manifiesta que no es de extrañar la reacción de los alumnos de Mead al escuchar la respuesta de la estadounidense puesto que en personas ajenas al ámbito científico es recurrente relacionar los principios de la civilización con períodos históricos como el de los egipcios, ciudades con muchos habitantes o edificios importantes. “Lo que creo que es interesante (se puede o no estar de acuerdo) es el hecho de que este es el germen de lo que alguna vez puede volver a pasar, pequeños grupos humanos que sean capaces de cuidarse y protegerse mutuamente”, sostiene.

El fémur es -según Mead- la representación y, a la vez, el primer signo de una respuesta compasiva de un ser humano hacia otro. Precisamente, para la eminencia estadounidense, esas curaciones difícilmente se encuentren en los restos de sociedades competitivas y salvajes; en estas abundan indicios de violencia: sienes atravesadas por flechas o cráneos aplastados por garrotes. Por ende, el descubrimiento de Mead demuestra que mientras el homínido esperaba a que la herida se sanara, otro tuvo que haber cazado por él, proporcionarle comida y servirle. En síntesis, sus declaraciones confirmarían una visión particular de lo que hace especiales a los seres humanos: el deseo de proteger a los vulnerables.

Empatía, cuidado y compasión

Tres valores que desempeñan un papel fundamental en la historia del hombre por varios motivos: habilitan la conexión entre seres sociales y permiten establecer vínculos significativos. De la misma manera que demostró Mead, a medida que la especie humana evolucionó, la colaboración y la cooperación se convirtieron en herramientas esenciales para la supervivencia. Asimismo, virtudes relacionadas al cuidado y la empatía son las que impulsan a los individuos a preocuparse por el bienestar ajeno y a poner en práctica la solidaridad y la ayuda mutua.

La Real Academia Española (RAE) define la empatía como la capacidad que puede tener una persona para identificarse con alguien y compartir sus sentimientos; algo similar determina la institución sobre la palabra compasión: “sentimiento de pena, de ternura y de identificación ante los males de alguien”. Los mismos también son entendidos como conceptos y, para algunos, sentimientos que están estrechamente relacionados; permiten ponerse “en el lugar del otro” y actuar en consecuencia, generando un sentido de comunidad y apoyo mutuo en momentos de vital importancia.

“El impulso a la cooperación y a los mecanismos de la empatía existen desde el comienzo de la especie humana. La capacidad de empatizar sucede primero gracias a una habilidad que tenemos los humanos de hacer una ‘lectura de la mente’ de otra persona. Es sobre la base de lo que alguien dice, escribe o actúa, que podemos hacer una interpretación”, explica Luciano H. Elizalde, doctor en Ciencias de la Información y profesor de Teoría de la Comunicación en la Facultad de Comunicación de la Universidad Austral. Sucesivamente, hace énfasis en la existencia de las “intencionalidades compartidas” -significados que llevan el ‘nosotros’ como connotación adicional-. “Los primeros seres humanos rápidamente se dieron cuenta de que no podían pensar ni decir ‘me voy de caza’ sino ‘vamos a cazar’. Como consecuencia, las actividades sociales grupales y cooperativas activaron el uso de intencionalidades compartidas que, además, motivaron la implementación de expresiones vocales y gestos naturales que fomentaban aún más la cooperación”, desarrolla el Dr. Elizalde.

Para el profesional, la ventaja competitiva que caracteriza a la humanidad es la cooperación y la misma se vincula estrechamente con la comunicación humana ya que -según detalla Elizalde-, esta es el resultado de comprender lo importante y vital que es colaborar.

¿Exclusivo de los humanos?

Las investigaciones demuestran que hay muestras de cooperación en todo el reino animal. Un estudio publicado en la revista Nature y titulado “Los bonobos responden prosocialmente hacia los miembros de otros grupos”, revela que la xenofilia -amor, atracción o aprecio por personas, modales, costumbres o culturas extranjeras- existe también en los bonobos y la misma puede ser desinteresada, proactiva y automática. “La xenofilia probablemente evolucionó en los bonobos a medida que se disipaba el riesgo de agresión intergrupal y aumentaban los beneficios del vínculo entre miembros. Nuestros hallazgos también significan que el potencial humano para la xenofilia es evolutivamente compartido o convergente con los bonobos y no exclusivo de nuestra especie como se ha propuesto anteriormente”, detallan en el escrito los investigadores.

Otras evidencias científicas más recientes apuntan al hecho de que el comportamiento de curación que alguna vez se atribuyó solo a los humanos puede encontrarse también en otras especies. Una investigación titulada “Aplicación de insectos en heridas propias y de otros por chimpancés en la naturaleza” pone de manifiesto que los chimpancés de la comunidad de Rekambo, en Gabón (África Occidental) acostumbran tratar las heridas de otros miembros de su comunidad aplicando insectos; la observación es totalmente innovadora puesto que hasta la actualidad no se ha visto ningún otro animal, aparte de los humanos, tratando las heridas de terceros.

Sin embargo, retomando el concepto central que señala Margaret Mead sobre el fémur curado como primer indicio de la civilización, Carminati agrega que es fundamental distinguir respecto de los primates los conceptos de vínculo y relación. “Vinculación había en ese entonces, existían grupos que vivían juntos y que se cobijaban, pero no tenían lo que uno llamaría o entiende hoy por ‘relación humana’ que se enlaza con valores como la empatía y el cuidado. Por eso el hallazgo del fémur curado fue tan novedoso”, dice. Aunque a la vez, advierte que para investigar en profundidad la cuestión se necesita más información y evidencia que en estos casos históricos “se pierden y no pueden ser recuperados”, cuenta. 

Por último, el Dr. Elizalde recalca que más allá de la exactitud del dato de la Dra. Mead, lo importante de la idea que quiso transmitir es que la curación del hueso sucedió gracias al cuidado dado por el grupo al que pertenecía el individuo herido. “Una o más personas de ese grupo cuidaron de quien estaba débil y para eso se necesitó cooperación y empatía”, concluye.

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