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Niños abandonados en volquetas

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El 9 de junio pasado, por milagro, un albañil en el Cerro encontró a una niña recién nacida en un contenedor y salvó así su vida. Pero fue una excepción. Desde 2013 a la fecha la Policía registró siete casos de bebés o fetos muertos en contenedores o volquetas de Montevideo. El último apareció el 7 de enero de este año en el barrio Cordón.

Son noticias que duelen en el alma. ¿Qué nos pasa como sociedad que aceptamos que estas cosas ocurran sin exigir cambios en las políticas aplicadas? No se trata de politizar la situación. Tampoco de sacar rédito electoral. La pregunta es más sencilla y directa: ¿por qué no somos capaces de procesar cambios para evitar estas situaciones?

Estos abandonos de niños no pasan recién ahora ni somos el único país en el que ocurren. Se trata de una vieja práctica que se verifica en distintas culturas y continentes. Pero lo relevante es que hay países que en estos años han tomado medidas para tratar de evitar estas tragedias que acarrean la muerte de inocentes. En Alemania, en la ciudad de Hamburgo, por ejemplo, en el año 2000 se encontraron dos cadáveres de recién nacidos en la basura. Inmediatamente se tomaron medidas.

Se implementaron allí las babyklappe que son como buzones que permiten abandonar a los bebés de forma anónima en un lugar seguro. Llevan ya 15 años y varias decenas de niños recibidos. Otros países también han permitido esta solución como Rusia, Austria o Italia. Es cierto que quizá no sea la mejor. Pero intenta evitar lo peor. Como una vía alternativa, en 2013 el Parlamento alemán votó una ley para permitir a las mujeres en situación de necesidad dar a luz en forma anónima en un hospital y dejar allí a su recién nacido.

Entre nosotros ocurre que se dejan niños en hospitales o en dependencias del INAU. Pero por lo general esto implica dar a conocer los datos personales. ¿No habrá entonces que prever un mecanismo diferente para asegurar el anonimato y así facilitar un cambio de comportamiento que vaya en el sentido de permitir salvar vidas inocentes? Seguramente ello sea difícil de implementar en localidades pequeñas del interior del país. Pero en ciudades y en barrios de Montevideo, ¿no puede aprenderse de la solución alemana y llevarla a la práctica?

Detrás de estas tragedias se esconde además una terrible situación para las madres que toman esa angustiante decisión. Porque, claro está, no vivimos aquí en el desarrollo económico y social de Austria, Italia o Alemania. Incluso, las reacciones de condena por estos casos han ido casi siempre hacia la mujer, en una actitud que muestra un talante social primitivamente machista y tremendamente injusto. ¿Acaso esos recién nacidos que fueron abandonados en volquetas y murieron de frío e inanición no tienen padre? ¿Qué significa socialmente que nadie responsabilice por igual al padre que a la madre de semejante tragedia?

Hay que fijarse en el contexto del país nuestro de cada día. Y ese contexto muestra que somos una vergüenza. El Uruguay es líder mundial en el índice de homicidio de mujeres por violencia doméstica, con un valor similar a El Salvador, país que fuera descrito en 2012 como el más violento del planeta. En lo que va de 2015 murieron 15 mujeres por violencia doméstica, cuando fueron 13 en España. Aquí somos algo más de 3 millones; allá, más de 47 millones de habitantes. También sabemos que aunque la ley obliga a los padres que no viven con sus hijos a darles una pensión alimenticia mensual, casi la mitad de los niños menores de 4 años de padres separados, divorciados o que nunca vivieron con ellos, no recibe ese dinero. Y, finalmente, sabemos que las mujeres que viven en hogares que presentaban dos o más necesidades básicas insatisfechas tuvieron un promedio superior a 4 hijos, y que de forma general las mujeres de menor nivel educativo son las que más hijos traen al mundo.

En este panorama social, no somos capaces colectivamente de proteger a las mujeres más débiles y a las más pobres. Entre ellas están, presumiblemente, las que terminan cometiendo estos actos tan desesperados como incalificables de abandono de niños recién nacidos en volquetas que en la mayoría de los casos terminan muriendo de la forma más cruel.

No puede ser que recibamos estas noticias con tanta pasividad, que seamos tan injustos y desaprensivos con quienes más lo necesitan, que nos gane la desidia y la resignación colectiva ante estas tragedias. No puede ser que aceptemos tan naturalmente esta barbarie. Hay que reaccionar.

editorial

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