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Manuela Da Silveira: "Quizás la TV no es mi lugar en este momento"

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Manuela Da Silveira. Foto: Mery Slinger

VOLVER A REÍR

La actriz vuelve con su monólogo Crecer o Reventar mientras transita por el duelo por la pérdida de su madre a principios de abril. 

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—¿Qué resume para vos Crecer o reventar?

-Nació luego de darme cuenta de que tenía nuevamente algo para decir a nivel de monólogo. Había vuelto de ver a una colega argentina, Connie Balarini. Me senté, puse ese título y empecé a anotar cosas sueltas a modo de comienzo. Es un título que resume bastante bien cómo vengo metabolizando todo lo que ocurre a nivel de la vida y también en lo creativo. Hay cosas que suceden y te ponen en esa disyuntiva de crecer o reventar. Por lo general crecemos y también hay algunos revientes a los que uno le saca jugo y aprende.  

—¿Qué es reventar?

—No escucharse y seguir en la rosca, por ejemplo. La versión más literal ha sido reventar de estrés por desoírme y seguir haciendo y haciendo sin procesar. O cuando por circunstancia propias de la dinámica empresarial de un canal termina un proyecto al que aposté y de repente desapareció, como fue el caso de Parentela.

—¿El monólogo es autorreferencial?

—Tiene un punto de partida autorreferencial y luego, desde el humor, hay una mirada que recorre el crecimiento que forzosamente hacemos todos. Hay algunos personajes a los que recurro con la introducción de algunos elementos porque desdoblarme en ellos me encanta.

—¿Cuáles dirías que son la temáticas de ese dilema entre crecer o reventar?

—Yo tengo 37 años pero creo que hay algo que le sucede a todos los de mi generación y es que tenemos una pata en lo digital y otra en lo analógico. Convivimos con los dos mundos y nos azoramos con los millennials. Los medios y plataformas van variando y uno está en esa interrogante sobre qué puede hacer para no reventar y crecer en el mundo de las múltiples ventanas abiertas que tenemos. También hago una catarsis sobre emprender y el porrazo de llevar adelante un proyecto y tener que cerrarlo.

—Lo que sucedió con Panyaro...

—Sí, hay un contexto redifícil para emprender en este país. Los gastos fijos y los impuestos son demenciales y es sumamente complejo entender todo lo que tenés que hacer para abrir, mantener y hasta para cerrar una pequeña empresa. Cuando uno cierra un emprendmiento porque no camina hay una parte de despotricar pero también hay otra parte de aprender y considerar qué actitudes tomó uno para que esa semilla fuera creciendo. De todos modos, con Panyaro y a nivel familiar, el camino indicaba hacer eso y aprender andando pero al parecer no estaba predestinado a convertirse en negocio.

—¿Perdieron mucho dinero?

—Bueno sí. Hasta fundirse sale mucha plata. Es increíble. Además, trabajé para eso mucho tiempo y lo que generaba no daba para cubrir los costos. Le pusimos fin, con el privilegio de hacerlo en armonía con gente que amo que es mi familia. Es un emprendimiento que no funcionó pero también fortaleció el vínculo de hermanos. Éramos socias con mi hermana (Florencia) y mi hermano (Jorge) era la mano de derecha. El proyecto nació como forma de generar algo para acompañar a mi hermano a largo plazo y al final, él nos acompañó mucho más a nosotras. Esa fue la ganancia, de la que me di cuenta andando. Siempre me pasa. Soy medio torpe y tractor y siempre andando me doy cuenta de por dónde ir.

—En abril falleció tu mamá, Elena Baliño. ¿Cómo fue esa convivencia entre el humor en el escenario y el dolor?

—Fue y sigue siendo una etapa de realmente crecer o reventar. Nosotros estrenamos el 24 de enero y al otro día se enfermó mi mamá. La enfermedad acompañó todo el proceso de la temporada y había que entender que se trabajaba con lo que se podía y que el humor tiene como mucho dolor dentro de sus materias primas. Desde el punto de vista del encuentro con el público fue muy amoroso el contacto de cada jueves hasta que finalmente mi mamá partió.

—El proceso de la enfermedad fue muy rápido...

—Sí. Dos meses. Con lo bueno y lo malo que eso implica. Yo pienso que todo es como tiene que ser, aunque para ella implicó sufrir menos y si ella estaba lista para partir... era entonces el momento. Fue una genia, una genia. Fueron unos meses de mucho crecimiento y de transformación. Lo siguen siendo. Porque ahora estoy entendiendo ese punto de vista que antes no estaba: es la primera vez que sufro una pérdida tan cercana y puedo ponerme un poquito en el lugar de quienes lo han vivido. Puedo tomar contacto con lo todo lo que implica un duelo, que es algo de lo que se habla poco. Ahí empezás a escuchar consejos o enseñanzas muy sabias. Mucha gente me mandó mensajes, pero recuerdo uno que me envió Fernando Trotta y que lo tengo como un concepto. “Ojalá rías con ganas pronto”, me escribió. En eso estoy.

—¿Cuáles dirías que son los pilares para transitar un duelo?

—Tratar de ser paciente, aceptar lo sucedido y ser gentil conmigo, más que nunca. Dentro de todo he sido una privilegiada. Pude estar todos los días con mi madre mientras ella transitaba hacia el otro plano. Así que agradezco, aunque aceptar el dolor me cuesta mucho. Por momentos trato de quedarme ahí en un ratito, en el dolor, para luego salir y estar en paz con los momentos de hacer humor. Pensaba en demorar un poco más el regreso al teatro pero iba a ser peor. Esto es como andar en bicicleta. ¿Chocaste? ¿Te duele? Bueno, pero hay que levantarse y seguir andando. Todo el mundo vuelve a sus trabajos después de una pérdida y pone su mejor cara. Es eso. Hay que ser paciente con uno mismo. A veces también me siento contradictoria porque nos estamos exponiendo todo el tiempo pero en este momento hay una parte dentro de mí que está desarmada. Estoy buscando el camino de cómo integrar lo que estoy viviendo a lo que muestro de mí. Siento una voz mía que me dice que está bueno compartir estos sentimientos para lograr quizás cierta identificación con alguien que viva una situación de pérdida. Es parte de la conexión que me gusta tener con el público. La risa y también el llanto... a lo mejor son parte de la misma cosa.

—¿Crees en algún tipo de trascendencia?

—Sí. Cuando alguien se está yendo, a veces se lo relaciona con el “se entregó” o “no quiere pelear más”. Pero yo entendí que hay tener mucha valentía para soltar este plano. Mi concepción es que sí, acá hay una experiencia y después hay un jolgorio, con la gente está allá. Siento la falta de mamá. Por supuesto que la siento. Quisiera que estuviera acá en mi cumpleaños o en su cumpleaños o en... Soltar eso cuesta un montón.

—Al final del año pasado, dejaste Desayunos informales (Teledoce), ¿Por qué?

—Me costó porque el 12 es una casa en la que siempre desensillo contenta. Lo siento el lugar de origen mío en los medios en Uruguay. Pero a veces por volver sacrifico mi esencia, que es un poco más aventurera. Cuando te vas de un lugar siempre aparece aquel comentario de que “sos complicada o inestable”. Y no. Cuando ingresé en la mañana pensé que iba a ser más con participaciones al estilo de las que tiene Marcel (Keoroglian). Y luego rendía más que estuviera ahí como parte del panel. Al principio me sumé porque el grupo es divino, pero no me hallaba. No me estaba rindiendo tampoco el acuerdo. Lo hablé con las productoras, a las que conozco de siempre y resolvimos a fin de año ponerle fin.

—¿Tenés algún proyecto para volver?

—No por el momento. Estoy en un proceso de empezar a entender que quizás, aunque sea una hija de la TV y de alguien de la TV, capaz que no es tanto mi lugar en este momento. Si lo analizo, siempre me termino yendo.  

—¿Cómo es tu día a día?

—Todos los días son siempre distintos. Vivo en la calle. Entro y salgo todo el tiempo entre reuniones, trámites, mandados o que ayudo a mi hermano con algo. Una vez a la semana tengo un evento grande que me da la independencia económica: los monólogos o presentaciones y animaciones. A veces la gente pregunta ¿y qué más hacés? Para mí es suficiente. También con Pablo Aguirrezábal, Fede Castiglione y Ana Melasi nos reunimos tres veces por semana. Formamos un colectivo de socio culturalidades. Tenemos nuestros propósitos y lo que nos gustaría hacer. Es una germinador de cosas: estamos con un proyecto audiovisual y otro teatral.

—¿Qué tan involucrada estás en redes sociales?

—Me encanta Instagram. Yo era fan de Twitter. Después me empezaron a llegar muchos insultos entorno a mi padre de forma injusta y descarnada. Esa apagó mi deseo de expresarme por esa vía, aunque a veces comparto y retuiteo cosas. Ahora ni siquiera sigo la línea de tiempo.

—Y sobre el debate político en un año electoral, ¿qué tan enterada estás?

—La política me tiene desesperanzada. Confío en las redes con las que la gente cuenta para hacer cosas, como lo que sucede con la plataforma CAI de Pablo Aguirrezábal. Pero de ahí al nivel macro hay un salto grande y no tengo mucha fe. Ese discurso de los candidatos sobre que “estas son mis ideas” y que no tenga que agregar cosas de otros me parece fuerte.

—¿Por qué Instagram?

—Es más amigable. Igual me considero un poco torpe porque yo no soy influencer; soy una veterana de la TV. Iría a clases de Instagram.

—Durante un tiempo usaste la soltería para hacer humor...

—Es verdad. Estuve mucho tiempo soltera y eso lo compartía con humor. No tanto por la soltería en sí, sino por las preguntas que recibía y que muchos no podían creer que estuviese tanto tiempo sola. Ahora estoy en pareja. Pero a lo que voy es que en todas las situaciones trato de encontrar un discurso que pueda generar un material divertido y al mismo tiempo que aliviane la situación.

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