El "hospital COVID" por dentro: la batalla en el CTI y el inédito plan para que entren los familiares

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Hospital Español. Foto: Francisco Flores

CENTRO DE REFERENCIA

En el Hospital Español hay más calma que en enero. El personal de salud, que ha visto morir pacientes jóvenes, dice que es “imposible” acostumbrarse a una enfermedad como el COVID-19.

El descenso de casos de COVID-19 se nota en los pasillos del Hospital Español. Tres enfermeras toman un descanso frente a una habitación vacía en cuidados intermedios. “Ahora está más tranquilo”, confirma una. El golpe fuerte de la primera ola ya pasó. Pese a la baja en los números globales —y por consiguiente, en los ingresos— el Español sigue siendo un centro exclusivo de COVID, igual que en los primeros meses de pandemia. A la puerta de emergencia llegan casos sospechosos y pacientes con síntomas respiratorios. La adrenalina de otros casos urgentes y las patologías ya conocidas se van a otros hospitales.

La luz del sol —después de una eternidad de lluvia— entra por todos los rincones. Nada es tan sórdido como uno espera que sea.

Hasta que entramos en el CTI.

Ahora la enfermedad tiene forma de un cuerpo joven boca abajo, con la cabeza inclinada hacia un costado y los brazos pegados al torso —decúbito prono se llama la posición, me explican después, una técnica común en pacientes intubados. Cables blancos le atraviesan la espalda, le tapan tatuajes coloridos y lo conectan a los monitores que dicen que está vivo. Tiene unos 40 años.

Cinco metros nos separan de él. Un vidrio nos separa del virus que le destruye los pulmones.

Su cara enfrenta la pared de la habitación contigua. En esa habitación la enfermedad es más amable. También está en el cuerpo de un hombre joven de 28 años, Maximiliano, que después de 30 días con asistencia respiratoria, logra sentarse en la camilla para comer y mirar televisión (ver aparte).

Pasamos dos veces frente al vidrio que nos separa. Nos ve y sonríe.

Esta escena se repite todos los días desde hace casi un año en el CTI del Hospital Español, el hospital público de referencia en COVID-19 en todo el país.

Pero no importa cuánto tiempo pase: nadie se acostumbra a atravesar esa puerta con un traje que no deja ver ni siquiera una expresión de tranquilidad. Ningún médico o enfermero se acostumbra a una mortalidad tan alta que, para nosotros, los de “afuera”, es 15,15 por 100.000 habitantes, según los últimos datos del Ministerio de Salud Pública. Pero que dentro de una unidad de cuidados intensivos, escala al 40%.

El Hospital Español aloja a 12 pacientes en terapia intensiva y 32 en cuidados intermedios este miércoles al mediodía, sobre una capacidad total de 35 camas en CTI —de las cuales ocho están inhabilitadas por reparaciones—, 62 camas en cuidados moderados y 12 en emergencia.

Solo en noviembre, diciembre y enero el hospital absorbió más de 300 internaciones de las 500 que se contabilizan desde el principio de la pandemia, cuenta la flamante directora del centro, la infectóloga Alicia Cardozo. En esos tres meses críticos hubo 70 ingresos a CTI. Uno de los coordinadores de cuidados intensivos, Nicolás Nin, complementa el dato: en total, desde marzo a hoy, pasaron unos 90 pacientes por la unidad.

El enorme flujo de estos tres meses tuvo su pico a principios de enero, cuando un episodio de presunta saturación puso al Español en la mira y generó versiones encontradas hasta el día de hoy.

El 5 de enero, el Sistema de Atención Médica de Emergencia (SAME) 105 notificó a coordinadores por la saturación de puertas del Hospital Español y el Maciel. Este escenario de colapso fue desmentido por el presidente de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE), Leonardo Cipriani, y por el presidente Luis Lacalle Pou, y lo desmiente hoy Cardozo: “El hospital siempre tuvo capacidad para resolver y recibir la totalidad de los pacientes que se le plantearon”, enfatiza. “Eso fue un error de comunicación”, agrega la jerarca, quien en ese momento se desempeñaba en cuidados moderados.

Pero la presidenta de la comisión interna del Hospital, Gisel Novas, señala que “esa comunicación que se filtró era una realidad”. La funcionaria asegura que la dirección anterior “estaba en coordinación y no había camas”.

En lo que sí coinciden autoridades y funcionarios es en la falta de personal para atender correctamente la cantidad de camas disponibles. Según informó El País días después del comunicado del SAME, fuentes de ASSE reconocieron que “se quedaron sin personal para cubrir coherentemente el número de camas”.

A la semana siguiente del comunicado, se removió al exdirector del hospital, el licenciado Alberto Barrios. En rueda de prensa, Cipriani descartó que el episodio hubiera incidido y dijo que la nueva directora se tenía en cuenta “desde hace mucho tiempo” para tomar el mando del Hospital Español.

TESTIMONIO

Tiene 28 años y estuvo 30 días en CTI

Maximiliano Jardím es de San José de Mayo. Tiene 28 años, estudia psicología y trabaja en una clínica para niños con discapacidad. El 7 de enero empezó a tener síntomas de COVID. Hoy cumple 40 días entre las paredes de un hospital; 30 de ellos en CTI. Su voz del otro lado del teléfono es serena. Habla casi susurrando. Incluso cuando cuenta que los médicos consideran “un milagro” que haya sobrevivido a la tormenta que arrasó con sus pulmones. Se agita si levanta mucho la voz o cuando tiene que bañarse. Ayer salió de terapia intensiva, pero todavía queda un largo camino de recuperación. Para volver a caminar como antes, por ejemplo, tiene que ganar la masa muscular que perdió tras 40 días de inmovilidad total. Su cuerpo es frágil, pero lo peor ya pasó.

Maximiliano es joven y sano. No tiene ninguna comorbilidad que lo ubique en la categoría de “persona de riesgo”. Aunque menciona que cuando era chico tuvo asma. “Eso capaz influyó”, piensa. Su periplo empezó cuando tuvo dificultades para respirar, al día siguiente de haber recibido el resultado del test. Entonces lo trasladaron a Montevideo, primero al hospital Pasteur y después a la sala de cuidados intermedios del Español, donde una bacteria intrahospitalaria agravó su cuadro. “Mis pulmones se achicaron y colapsaron. Me tuvieron que dormir, intubar y drenar los pulmones. Fueron 20 días en coma”, cuenta. En esa oscuridad no hubo sueños ni visiones. No hubo nada. Estaba dormido y nada más. Su familia recibió tres partes médicos “desalentadores”, dice. Con una simple mirada, Nicolás Nin, el médico que lo atendía, confirma lo grave que estuvo. Hasta que despertó.

De esas primeras jornadas con los ojos abiertos no recuerda nada; hace unos diez días que está lúcido. Dice que nunca se sintió solo. “El trato (del personal de salud) fue muy lindo. Siempre me sentí acompañado. Me pusieron una tele en CTI. Y ahora, en sala, me ubicaron en una habitación con una ventana grande”, cuenta. “Si pienso en un momento lindo fue cuando me dijeron que ya no tenía el virus en el cuerpo”, dice con una voz más animada, como si a través del teléfono se pudiera ver la sonrisa.

Constante incertidumbre.

“Es un cisne negro”, dice Cardozo sobre la pandemia. “Así se llama en sociología a un hecho totalmente inesperado que determina esta incertidumbre global”. Para ella, la pandemia es eso: incertidumbre. Hasta ahora el hospital no ha tenido brotes intrainstitucionales, aunque sí ha habido personal certificado por COVID tras haberse contagiado en otros ámbitos. Aun así, el miedo al contagio al entrar en la habitación de un paciente enfermo no es algo que se supera por completo. “Nunca sabés si no te vas a contagiar. Aunque no hayamos tenido casos, la incertidumbre está”, dice Cardozo.

La incertidumbre también acapara la evolución de los pacientes, sobre todo de los más graves. “A veces dan sorpresas”, dice la directora. La sorpresa más reciente es la de Maximilano, el paciente que sonríe a través del vidrio.
Pero también hay de las otras; las que dejan cicatrices.

A principios de enero, el COVID cobró la vida de un joven de 23 años en el Español. Se trata de la víctima más joven hasta el momento en Uruguay.
No hay quien no lo recuerde, dice Cardozo. “El médico de guardia que lo vio te lo cuenta hasta hoy. El personal de enfermería y los funcionarios de CTI, también. Se vive con angustia”, dice.

“Esa cicatriz nos quedó”, cuenta Nicolás Nin. Aun con 20 años de experiencia en medicina, reconoce que tanto a él como al equipo les costó recuperarse de esa muerte: “La impotencia que genera esta enfermedad tan brutal, cuando intentás todo y no podés hacer nada... No hay manera de poder transmitir la sensación”. Aunque haya pasado casi un año, trabajar con el COVID-19 “es algo imposible de normalizar”, agrega. Tanto en lo emocional como en lo físico, el esfuerzo pesa. “Desde ponerse la vestimenta, entrar en la habitación, pasar calor, hasta las cicatrices que deja una mortalidad tan elevada”, explica.

La sobrevida de los pacientes que cursan la forma grave de la enfermedad oscila entre el 50 y el 60% en Uruguay. En otras palabras, casi la mitad de los pacientes COVID que ingresan a CTI, mueren. En números concretos, en el Español han sobrevivido 40 pacientes que pasaron por los estadios más críticos.

La incertidumbre de no saber cómo va a evolucionar la enfermedad está presente también del otro lado: en el paciente, dice Manuela de Castro, licenciada en enfermería y supervisora en cuidados intermedios. Allí están internados los pacientes con síntomas que no se agravan, y también quienes pasaron la etapa de riesgo de agravarse pero que no tienen un lugar en su domicilio donde hacer el correcto aislamiento.

“Tienen miedo de cómo sigue esto. Preguntan cuántos días van a estar, cómo van a evolucionar”, cuenta De Castro. Incluso le tienen miedo al alta médica, cuando ya están sanos. “‘¿Será que estoy seguro en mi casa?’”, es una pregunta frecuente, relata la enfermera.

En estos días, varias habitaciones de cuidados intermedios —que tienen capacidad para alojar a dos pacientes a la vez— están libres. Entonces, al no haber tanta demanda, los que están internados están solos. Sin embargo, en todo este tiempo De Castro observó que cuando hay dos pacientes por habitación, el ánimo cambia. “Se preguntan hace cuánto están, cómo están, se dan ánimo mientras cursan los síntomas. Entre ellos se ayudan”, cuenta.

Una enfermera acondiciona una cama de cuidados intermedios en el Hospital Español. Foto: Francisco Flores
Una enfermera acondiciona una cama de cuidados intermedios en el Hospital Español. Foto: Francisco Flores

Judith Rodríguez es una de las enfermeras del piso. Mientras acondiciona una cama, cuenta con simpatía: “Es raro ver que alguien trate ‘seco’ al paciente, porque te llega. Se ha notado que la gente ha usado más la parte humana, dado que entramos 10 minutos”. Y pone el ejemplo de Maximiliano. “Él sintió el afecto que le dejábamos caer cada vez que entrábamos a verlo”, dice.

El durante y el después.

En estos días ultiman los detalles de un plan piloto de visitas de familiares a pacientes con COVID, que comienza la próxima semana. El Hospital Español será el primer centro del país que permita que un familiar entre a la habitación de la misma manera en que lo hacen los médicos y los enfermeros.

“Si bien no podemos permitir la visita total porque hay que disminuir la circulación de gente en el hospital, podemos seleccionar los que más la necesitan o que tienen menos chance de comunicación”, apunta Cardozo, la directora. “Realmente tiene impacto en el paciente”.

Esto ya se ha puesto en práctica en pacientes en la última etapa de la internación, cuando aún no están listos para abandonar el hospital pero ya no hay rastro del virus en el cuerpo. Y también en algunos casos de pacientes COVID positivo, donde se han permitido visitas desde la puerta, “a través del vidrio y con el equipo de protección”, dice Nin.

“Lleva esfuerzo coordinar para que vengan, vestirlos, tener los insumos. Pero es un esfuerzo mínimo comparado con la satisfacción que le podés dar a la familia y al paciente”, admite.

La semana próxima también se pondrá en práctica un proyecto centrado en pacientes que sobrevivieron a la etapa más crítica. Se trata de una policlínica de seguimiento, basada en un programa europeo (HUCI - Humanizando los cuidados intensivos) del que Nin forma parte.

El propósito es detectar cualquier problemática relacionada a las secuelas del COVID que necesiten ser tratadas. “Los pacientes salen con un estrés postraumático muy grande, con secuelas físicas y emocionales muy grandes”, dice Nin, quien liderará el proyecto. Para el viernes que viene ya hay tres pacientes agendados. “En base a cómo los encontremos, veremos a dónde los derivamos para que les hagan otro tratamiento o ninguno”.

Tras un largo periodo de internación, los pacientes pasan a ser viejos conocidos. “Y después de un mes no los vemos más”, dice Nin, con melancolía. “Nos interesa saber cómo están”.

Nueva dirección apunta a una gestión "de empresa privada"
La infectóloga Alicia Cardozo asumió el mando del hospital el 13 de enero.
Alicia Cardozo

La infectóloga Alicia Cardozo conoce bien el hospital que dirige. Entró como médico de sala en 2012 y fue jefa de cuidados moderados antes de asumir el cargo hace un mes. Entre los hitos de su carrera nombra la atención a los primeros pacientes de VIH en Uruguay y la última epidemia de sarampión en el 1981. En esa epidemia le tocó estar como interna en puertas de emergencia y en los centros de terapia intensiva del Hospital Pereira Rossell y del ex hospital de niños Pedro Visca. “Era como ver imágenes de otro siglo”, cuenta. “No había más camas que no fueran para niños con sarampión”. Salvando las distancias, eso fue lo más “parecido” que vio a la pandemia del COVID-19, pero asegura que esta es “la peor” que le tocó vivir.

Los planes de la nueva dirección van desde la humanización de la medicina hasta una gestión “como de empresa privada”.

“Le hemos planteado a ASSE más de 10 programas que tenemos en nuestro proyecto de hospital”, dice Cardozo, y se enfoca en los pilares principales. Un punto fuerte es “la cirugía mayor del día”. En términos generales, consiste en dar el alta al paciente el mismo día en que es operado, sin necesidad de ocupar una cama para recuperarse, pese a que se trata de una cirugía mayor. Cardozo señala que esta práctica es una tendencia mundial, y que el hospital tiene “la capacidad y la infraestructura para hacerlo”. ASSE tiene retrasos en cirugía: “Nosotros podemos hacer que esos retrasos disminuyan”.

Otra de las metas de su programa es ser un centro de referencia cardiológico, ya que considera que “se cuenta con los recursos humanos y los materiales para serlo”. La jerarca considera que ASSE gasta en estudios cardiológicos que el Hospital Español puede absorber y realizar. “Eso es cuidar dineros públicos y ser funcionales dentro de lo que es ASSE”, señala.

En cuanto al foco en el funcionario —que ha sido un reclamo constante por parte del gremio del hospital—, la nueva dirección propuso programas de prevención del burn out (síndrome de desgaste profesional) “de forma sistemática a todos los funcionarios”, además de incorporar una “pausa activa”, es decir, “un sistema en el que haya un momentito en el cual los funcionarios puedan parar y hacer ejercicio para estar mejor”, dice Cardozo.

En sintonía con esto, otro de los polos de su proyecto es la “humanización en la medicina”, una tendencia que la jerarca considera “el lugar hacia donde la medicina está yendo”.

Por otro lado, en lo relacionado estrictamente a la gestión, Cardozo propone un modelo “con cuadro de mando”.

Se trata de una metodología aplicada en empresas privadas para definir y hacer seguimiento a la estrategia de una organización. “Queremos un sistema de gestión diferente, totalmente profesional, con medición de procesos, de resultados, de calidad vista por el usuario y por el funcionario. Y, de acuerdo a lo que obtengamos, hacer ajustes en protocolos”, explica. “Tal como se hace en cualquier empresa privada”.

El 8 de febrero fue la primera reunión bipartita entre el gremio de funcionarios y la nueva dirección. “Vimos cosas en las que se estaban interiorizando y cambiando de a poco. Los planteos fueron bien recibidos”, dice Gisel Novas, presidenta de la comisión interna del hospital.

El pedido histórico del gremio es “el cuatro y dos”: trabajar cuatro días y librar dos. Pero ahora, el planteo a la dirección fue recuperar el “libre COVID” -una práctica que regía al principio de la pandemia y fue suprimida por la dirección anterior-. Obteniendo ese “libre COVID”, los funcionarios estarían “a un paso” de lograr el reclamado cuatro y dos, explica Novas. “Necesitamos tener el descanso que nos merecemos”, dice.

Denuncian demoras en traslados

La Federación de Funcionarios de Salud Pública denunció ayer que pacientes con coronavirus que se encuentran en el hospital Maciel esperan ser trasladados al Hospital Español desde el viernes a las 18 horas. En el comunicado difundido dicen que en la mañana de este sábado los pacientes no habían sido trasladados todavía, y que “desde ASSE expresaron que (el traslado) se realiza en cuenta gotas ya que SAME no tiene móviles disponibles”.

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