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Júbilo por la Constitución

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leonardo guzmán
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Estamos asistiendo al final del ensayo montado por los bloques más extremos del Frente Amplio. 

Es inagotable el inventario de dolores que los gobiernos de estos tres lustros infligieron metódicamente a la persona individual, a la vida social, a la ciudadanía y a la República.

Desde las alturas, se dio el peor de los ejemplos al exhibir sin pudor la más absoluta indiferencia ante el avance de la criminalidad, llegando al colmo de mantener diez años a un Ministro del Interior impávido, que ni siquiera fue capaz de acudir al velatorio de los mártires de su fuerza policial.

Se contrató con UPM en condiciones leoninas, encajándole al país un convenio apalabrado en secreto, que viola sin ambages los principios del Derecho Administrativo.

Se instalaron las drogas blandas y las drogas duras, y además se cimentó la indiferencia y la resignación ante la tragedia ruidosa de los enfrentamientos entre bandas y la tragedia sorda y sórdida de las vidas arruinadas por el sopor entre andrajos, con que nos topamos cuadra por cuadra.

Acunando al Vicepresidente Raúl Sendic entre mentiras y dobleces, se convirtió en ludibrio su juzgamiento que solo a las cansadas lo obligó a irse.

Convocando al enfrentamiento y sembrando la guerra de clases, en estos años a todo se le quitó rumbo, inspiración e idealidad: lo mismo a la educación que al discurrir políti-co, se les desactivó a la vez la grandeza y el sentido común.

Aniquilaron Pluna y lograron que Ancap se hundiera en déficit. Que este modo de gobernar se acabe es motivo para que brindemos todos. Incluso los que votaron al Frente con desencanto, sintiendo retrogusto por todo lo vivido. Incluso los que abrazados a una ideología marxista que, en nombre de un supuesto sentido inmanente de la historia, justifica disparates y aberraciones. Sí: pasado mañana, todos tendremos mucho que festejar y mucho que esperar y empezar a sembrar.

Con esta mudanza de partidos gobernantes, el Uruguay volvió a demostrar -como en 1916, en 1942, en 1980, en 2004- que nadie se adueña de él, nadie se lo lleva para la casa: su pueblo sigue abierto a lo que vendrá. Y ese es un bien de todos, que nos llama a reencontrarnos en la Constitución no solo como norma de procedimiento electoral sino como inspiración de valores espirituales, morales y cívicos para cada instante de nuestras cortas vidas.

De ello fluyen unas esperanzas enormes: acabar con la confusión entre el lema gobernante y el Estado, que nos estrechó la libertad de pensar; devolver al Derecho la prestancia que le arrebató la decadencia cultural en que nos sumimos, de modo que volvamos a forjar pensamiento entre las personas y los partidos, terminando con las decisiones de cónclaves íntimos sin representación y sin aire.

Para construir un país y una cultura no basta sumar técnicos sectoriales: hace falta gestar un pensamiento común, con metas, mitos, ideales, sueños y utopías. Hace falta sensibilidad, filosofía, música y poesía. Hace falta, pues, sacudir los esquemas en que lo tuvieron embretado los que fracasaron. Por personalidad propia y por sangre, el Dr. Luis Lacalle Pou y la coalición tienen razones para procurarlo así.

Pero recordémoslo: esa misión no es solo del gobierno. Es responsabilidad ciudadana.

Desde esa conciencia, sintamos júbilo por la Constitución que vuelve a ponerse en marcha. 

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