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Percepción de riesgo

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Al mejor estilo K, la semana pasada se escuchó en todas las radios y canales de televisión, la cadena pública ordenada por el Ejecutivo. De larga y pesada duración, esta vez la encabezó el ministro de Salud Pública, Dr. Jorge Basso, quien había sido precedido un tiempo antes por la ministra de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, Arq. Eneida de León, con otra andanada de buenas nuevas de su gestión.

Aunque en horario central, su rating es difícil que se haya disparado, entre la larga retahíla diaria de hechos delictivos y la cada vez más extensa sección deportiva, donde se habla tanto de fútbol propiamente dicho, como de problemas financieros y escándalos múltiples relacionados, no exentos de venalidades, además de las noticias del quehacer nacional e internacional.

Más allá de que la intención oficial sea la de mostrar sus logros en políticas sociales, el escuchar por cadena una extensa letanía de derechos adquiridos, expresada de forma vehemente por voces juveniles, la impresión que quedaba era la del peligro —aunque con las mejores intenciones— que significa cimentar en una sociedad, la noción de que todo es cuestión de derechos mientras no se oye ni una sola palabra referida a deberes.

Así como se comparte la preocupación manifestada por el ministro Basso, sobre el alto consumo de alcohol en la juventud y la baja "percepción de riesgo" que hay al respecto entre los jóvenes, esa opinión la debería también aplicar a las drogas, empezando por la marihuana.

A partir del primer período de Tabaré Vázquez, el gobierno puso en marcha una estrategia y montó una campaña que resultó muy eficaz para desincentivar la costumbre de fumar. De acuerdo a los datos que manejó el ministro, del 2006 al 2014, 443 000 personas mayores de 15 años dejaron de hacerlo y el porcentaje de jóvenes fumadores bajó de un 22,8% en el 2006, a un 8,4% en 2014.

Sea como sea que hayan sido llevadas a cabo esas estadísticas, es palpable que actualmente en Uruguay, al menos en Montevideo, ha mermado notoriamente la afición por echar humo de la boca. Tanto así, que algo que antes era impensable, la percepción de que esta acción podría molestar al otro, hoy ya está más o menos asumida por todo el mundo, para agrado de los anteriormente sufridos no fumadores. Lo mismo que para el bien de la salud y para la reducción de los costos sanitarios provocados por las enfermedades directamente relacionadas. Distinto ha sido para las tabacaleras, que deben ingeniárselas para hacer publicidad subliminal, como puede percibirse en la cantidad de películas cuyos actores prenden un cigarrillo tras otro. Al mismo tiempo que muchas se han visto obligadas ampliar su rubro de negocios hacia otras actividades.

El Uruguay quedó enfrentado a la poderosa Philip Morris con una abultada demanda de por medio, acusado de abuso en el primer gobierno de Vázquez, dentro de su guerra al tabaco. En esta época de estrechez financiera en la que nos dejó la Administración Mujica, hubiera sido fatal perder ese juicio que ayer tuvo buen resultado.

La advertencia de Basso sobre la poca "percepción de riesgo" que tienen los adolescentes respecto del alcohol, de la misma manera que se comparte la inquietud, al mismo tiempo enoja mucho. ¿Por qué? Porque justamente eso es lo que ha pasado con la marihuana por culpa oficial. Disminuyó alarmantemente la "percepción de riesgo" entre los uruguayos y lo peor, entre los más chicos, gracias a la operación publicitaria que trajo consigo la decisión de Mujica y los suyos tras decidir que el Uruguay, en solitario, podría derrotar al narcotráfico liberalizándola.

Lo grave en este asunto no es la despenalización, sino la carencia de una adecuada divulgación sanitaria previa, un elaborado y profundo plan educativo de mucho tiempo antes, sobre los daños que produce. Porque es igual de peligrosa que el tabaco respecto a la contracción de enfermedades pulmonares, además de los perjuicios síquicos y neurológicos, a menudo muy serios según la persona, que provocan estas prácticas. Por el contrario, entre la falta de una adecuada planificación preventiva y la propaganda indirecta o abiertamente direccionada para la que hubo un inocultable financiamiento apenas se habló de liberar el consumo del cannabis recreativo, el resultado ha sido extender la convicción de su supuesta inocuidad. A efectos de esa suerte de propaganda, aumentó notoriamente su uso, mientras se da el absurdo de que la severidad para detectar el alcohol en los automovilistas, prácticamente no existe, para controlar a los "fumados". Y de otros venenos como las pastillas, ni hablar.

EDITORIAL

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