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Pasto a las fieras

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No hay duda de que, en lo que respecta a la opinión pública, la oposición frenteamplista no la tiene fácil. Cada nueva encuesta que difunden los medios reafirma el espectacular nivel de aprobación que tiene el presidente Lacalle Pou, en el comando de esta crisis sanitaria.

Ver que quienes desaprueban su gestión no llegan ni al 20% de la población debe ser para el FA un golpe muy duro. Y en política, el boxeador así castigado empieza a mirar vidrioso y dar manotazos al aire, sin sentido.

Por eso es especialmente lamentable que sea el oficialismo quien abra inesperados flancos de ataque a una oposición tan maltrecha.

La versión caricaturesca de House of Cards que se dio antenoche, al ventilarse la eventual renuncia del canciller Talvi, tuvo todos los ingredientes necesarios para dar vergüenza ajena y propia. ¡Ni siquiera faltaron reproches cruzados de dos reconocidos periodistas en la reivindicación de la primicia!

Si la decisión en sí misma fue reprobable, más lo fue la manera contradictoria e informal como se la comunicó. Que un dirigente político opte por abandonar un cargo es natural y comprensible: al canciller le bastaba con llamar a conferencia de prensa y comunicar que lo haría por motivos personales, sin esa penosa seguidilla de trascendidos, desmentidos y confirmaciones que convirtió a Twitter durante la noche del miércoles en un conventillo digno del programa de Tinelli. Decisiones tan inoportunas y tan pésimamente comunicadas como esta no hacen más que dar oxígeno a una oposición que se ha quedado sin tema y que encuentra al fin la tabla de salvación con que acusar al gobierno de una incoherencia de la que justamente carece.

Los líderes políticos del oficialismo tienen que tomar conciencia de su responsabilidad: este no es un gobierno del Partido Nacional sino de una coalición republicana que debe dar ejemplo de cohesión y eficiencia, después de quince años de conducciones desafinadas, campo fértil de irregularidades de quienes se creían patroncitos de estancia en lugar de inquilinos del poder.

La ciudadanía aprueba mayoritariamente al gobierno aún a pesar de la emergencia sanitaria y de sus consecuencias sociales y económicas, en un país que el FA dejó envuelto para regalo con indigentes durmiendo a la intemperie y 400.000 trabajadores informales. Todos los partidos que integran la coalición deben entender que ese handicap es, más que un eximente para acentuar perfilismos, una obligación para demostrar a la ciudadanía que la austeridad, la coherencia y la racionalidad de gestión son objetivos viables. Que al cambalache de antaño hay que oponer la solidez de un equipo que traza objetivos y no se distrae con veleidades personales hasta alcanzarlos.

El Poder Ejecutivo ha dado saludables marchas atrás en designaciones que, con el diario del lunes, resultaron inconvenientes. Tal vez la última sea la conocida en el día de ayer, a raíz del trabajo que se tomó el semanario Búsqueda de rastrear en los posteos en redes sociales de un cabildante que había sido designado como vicepresidente de la ANP.

Lejos de inquietar a la ciudadanía, esas rectificaciones han revelado a un gobierno dispuesto a enmendar la plana toda vez que sea necesario, en saludable diferencia con los anteriores, donde una ministra de Educación y Cultura había llegado al extremo de minimizar el hecho de que una jerarca departamental desconociera qué se celebraba en las fechas patrias. Donde un legislador que se vio obligado a renunciar por una obvia conjunción de interés público y privado (votaba prebendas a una empresa que él mismo dirigía) fue despedido de la cámara de representantes con un emocionado aplauso.

Esas prácticas políticas propias de república bananera quedaron en el pasado. El que declara públicamente tonterías queda inmediatamente invalidado de ocupar cargos al servicio de la ciudadanía.

Los líderes políticos del oficialismo tienen que tomar conciencia de su responsabilidad: este no es un gobierno del Partido Nacional sino de una coalición republicana que debe dar ejemplo de cohesión y eficiencia.

Con similar criterio, las personalidades más relevantes de los partidos integrantes de la coalición deberían actuar en consecuencia: no se representan solo a sí mismos ni a sus colectividades, sino al 60% de una ciudadanía que clama por un cambio liberal, tolerante y sensible a la justicia social.

El camino debe ser siempre hacia delante y nunca sembrando discordias in-ternas que den excusa a los oportunistas para armar sus pequeñas fiestas mediáticas.

Porque si bien es cierto que la ciudadanía ya sabe separar la paja del trigo y no se deja siquiera despeinar por los trolls que escupen insultos en las redes sociales, también está atenta a la conducta de sus líderes y a la manera como encaran su responsabilidad histórica.

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