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La política y lo político

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Lo propio de la vida en una sociedad libre y plural son los disensos. La vida política está llena de esos disensos y de enfrentamientos por convicciones diferentes que discrepan sobre el rumbo que debe tomar una nación.

Pero también es verdad que el compromiso con la democracia, tantas veces reivindicado por politólogos y por tantos otros profesionales vinculados a las ciencias sociales, exige aceptar y defender un orden institucional particular. Se trata de toda la diferencia que hay entre la política y lo político.

La política refiere a ese amplio campo de decisiones que involucran a políticas públicas y a actores que tienen diferentes formas de concebir lo mejor para el país. Algunos más liberales, por ejemplo, creerán que hay que dar más protagonismo al mercado en la economía, o exigirán que el Estado no ocupe tantos espacios sociales. Otros, más socialdemócratas por ejemplo, se apoyarán en ese Estado protagónico para marcar el rumbo de la economía.

Las respuestas de unos y otros serán, pues, diferentes en política de vivienda, salud, educación, transporte y en un sinfín de otras materias.

La política entonces es algo de lo que se ocupan los politólogos, sociólogos y tantos otros que, en general desde la academia, aportan razones y fundamentos para entender y valorar distintos tipos de respuestas aplicadas. Pero no solamente ellos tratan sobre la política. Los partidos y las organizaciones sociales, por ejemplo, también tienen su qué decir. Se vive en la política entonces, lo que Max Weber definía como "la inconmensurabilidad de valores" propia de la modernidad: no hay un único camino posible y los debates plurales se suceden en libertad cuando se vive en democracia.

El problema es que la prueba de fuego del compromiso con la democracia no se verifica en ese amplio campo de la política, sino que lo hace cuando se trata de defender y sostener lo político democrático, que se entiende aquí como el orden institucional y las garantías individuales primeras que sustentan a esa democracia. Sus principios modernos y liberales son conocidos, y en el caso de Uruguay están contemplados sobre todo en nuestra Constitución.

¿Qué pasa cuando un expresidente como Mujica declara que para las elecciones de octubre pasado no respetó lo que fija la Constitución, y admite que participó de la campaña electoral en favor del candidato Vázquez?

De lo que se trata aquí es del asunto del respeto de lo político y no tanto de las divergencias propias de la política. Se trata del respeto a las reglas de juego que nos dimos como sociedad en algo fundamental para el proceso democrático del país como son las garantías de elecciones libres y justas, sin interferencia presidencial en favor de tal o cual candidato.

¿Acaso entonces no es exigible que aquellas voces más notorias, y entre ellas las de las ciencias políticas, muestren su compromiso con la democracia señalando claramente que no es aceptable para el orden de lo político democrático que Mujica haya hecho campaña siendo presidente por el entonces candidato Vázquez? Sí que lo es, porque más allá de acuerdos o divergencias sobre políticas concretas, de lo que se trata aquí es de defender lo político propio de la democracia.

¿Qué pasa cuando en extupamaro que colaboró con las Fuerzas Armadas en 1972 para desbaratar al grupo guerrillero que estaba decidido a terminar con la democracia liberal en aquel entonces, es puesto preso 43 años más tarde por haber llevado adelante esa colaboración? Se violenta, entre otras, una de las garantías individuales que fundan el orden de lo político democrático que es la de la irretroactividad de la ley penal.

¿Y acaso no es exigible que aquellas voces más notorias, y entre ellas las de las ciencias políticas, critiquen claramente esta violación que atenta contra una de las garantías individuales propias de una democracia liberal? Sí que lo es, porque más allá de acuerdos o divergencias sobre políticas concretas, de lo que se trata aquí es de defender lo político propio de la democracia.

En democracia todos los ciudadanos somos iguales. Pero en toda sociedad hay elites que por los lugares destacados que ocupan y el reconocimiento que ostentan, tienen más obligaciones que el común de los mortales. Sobre todo cuando se trata de la defensa de lo político democrático desde una pedagogía académica y ciudadana que reivindica estar comprometida con la democracia.

Hay momentos en que ese compromiso con la democracia exige a esas elites hablar sin ambages.

Editorial

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