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Plaga y epidemia en mi infancia

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@|En la década de los ´50 del siglo pasado, me tocó vivir una plaga y una epidemia.

La plaga fue de langostas en el verano de 1950. Insectos verdosos de ojos grandes, con patas posteriores flexionadas siempre listas a saltar y asaltar. Volaban juntas como una nube y hacían un ruido que asustaba.
“Aterrizaban” donde fuera, en la playa, en los “campos de Piria” al Este de la Calle Cartagena y por supuesto en cuanto campo sembrado encontraban a su paso. Un juego de ese verano fue “cazarlas” y meterlas en las botellas de leche de la época. Y las conversas de los mayores eran la crisis del trigo y las repercusiones económicas.

La epidemia fue en 1955: la poliomielitis; enfermedad que aparecía cada verano y ese año explotó. Todas las familias con hijos vivieron atemorizadas. Lo recuerdo porque me tocó ser un protagonista frustro: no tuve mejor idea que quedarme “duro” sin poder mover la cabeza. Dicho y hecho, todo trastorno muscular motor era, hasta demostrar lo contrario, sospechoso de polio. Resultado, consulta con el pediatra, Euclides Peluffo, un individuo enorme, con bigotes que hacían cosquillas al auscultar a través del paño y trataba a sus pacientes con empatía y cariñoso humor. Luego del examen clínico fuimos con Peluffo a consultar a quien más sabía: el Dr. Caritat, otro fenómeno. Sé que esa noche en casa hubo festejo; lo del nene resultó ser una vulgar tortícolis que tardó unos días en retroceder. Que, dicho sea de paso, me reaparece hasta hoy. En 1956 comenzó el fin a la polio con la vacuna del Dr. Salk y luego de Sabin.

Hoy comparto una percepción personal: entre una epidemia de polio que cobraba factura a los niños o la actual del Covid que la cobra a los adultos mayores, opto por la última. No cabe la duda: cuestión de 7 décadas por vivir vs. 70 u 80 años ya vividos.

En estos días hemos pasado de vivir en las nubes a estrellarnos en el suelo. ¿A qué me refiero? A que hasta los primeros cuatro casos no atendimos lo que el mundo nos venía anunciando: “Les va a llegar, pueden y deben tomar medidas ya”. Por ejemplo, en las vías de entrada al país, el aeropuerto. No lo hicimos. Pasó factura. Es paradigmático el caso de la señora que llegó de Italia y fue a un casamiento. Sobre ella cayó no sólo el virus sino la crítica facilonga. Cómo fue al casamiento, cómo no se le ocurrió que podía contaminar, etc. Si ella cometió una imprudencia, ¿cómo calificaremos a quienes asistieron a marcha del 8M, a la Patria Gaucha, a las convocatorias políticas y muchos etc. que ya tendrán expresión enfermiza en los próximos días?

¿No será que la reacción con la señora fue porque necesitamos chivos expiatorios para evitar reconocer yerros propios? No supimos o quisimos prever, y si uno no ve, mal puede prevenir. Ahora ya vimos y comenzamos a prevenir… con un handicap en contra de, al menos, 14 días. Eso se traduce en cientos de casos iniciales, que es lo que ahora prevemos y no podemos ya prevenir. Esperemos haber aprendido la lección.

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