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Yo soy Charlie

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La primera reacción frente al atentado contra el semanario francés Charlie-Hebdo es de horror e indignación. Luego, viene la profunda tristeza por haber perdido el alma de tantos periodistas, burlones, que desde hace años todas las semanas provocaban sonrisas y reflexiones desde esos trazos geniales de la caricatura política. Finalmente, la solidaridad absoluta con Charlie- Hebdo deja lugar a la reflexión política.

La primera reacción frente al atentado contra el semanario francés Charlie-Hebdo es de horror e indignación. Luego, viene la profunda tristeza por haber perdido el alma de tantos periodistas, burlones, que desde hace años todas las semanas provocaban sonrisas y reflexiones desde esos trazos geniales de la caricatura política. Finalmente, la solidaridad absoluta con Charlie- Hebdo deja lugar a la reflexión política.

La síntesis del coraje periodístico del semanario la había aportado su director, Charbonnier, cuando hace un par de años, luego de un atentado que había incendiado la sede de la redacción, declaró: “prefiero morir de pie que vivir arrodillado”. Porque el objetivo del extremismo islamista fue y sigue siendo ese: quebrar la voluntad libre que critica la intolerancia religiosa y sus terribles consecuencias. Y el de ayer, fue el ataque terrorista más grave en territorio francés desde 1945.

Se trata de la civilización tolerante y abierta, plural, respetuosa de la diferencia, capaz de aceptar la diversidad de opiniones, frente a la barbarie religiosa y el fanatismo integrista incapaces de respetar la opinión diferente. Algún trasnochado tercermundista podrá pensar que es una síntesis simplista del asunto. Pero no. Es el núcleo esencial de lo que está en juego en los principales países de Occidente en este siglo XXI.

Ha de poder hacerse la diferencia entre los espacios laicos y tolerantes y los territorios sometidos al dogmatismo religioso- político. Han vivido itinerarios políticos y culturales distintos. No es verdad que todo el mundo musulmán se resuma en esta intransigencia dogmática que atentó contra Charlie- Hebdo. Como tampoco es verdad que el duro combate por separar lo religioso de lo político que ha dado Occidente por siglos pueda trasladar rápidamente su talante moderno y liberal al mundo musulmán que está en sus fronteras próximas.

Las batallas laicas en Turquía llevan décadas de altibajos: el martes hubo otro atentado extremista en Estambul. Las esperanzas en Túnez son recientes: recién se está afianzando su segunda república con gobierno mayoritario laico. El fiasco egipcio de 2011- 2013 obliga a la circunspección: terminó en una dictadura militar que tampoco respeta las libertades. Los avances del Estado Islámico ilustran la peor de las barbaries: asesinatos colectivos de cristianos, éxodo obligado de “infieles” animistas y violaciones masivas de jóvenes mujeres consideradas naturalmente inferiores. El tiempo nuevo en Afganistán, sin la amplia presencia militar estadounidense, dejó campo libre al extremismo talibán fuerte en el sur del país.

Nadie está a salvo de estos bárbaros islamistas. Porque se amparan en la libertad que garantiza la democracia para atentar contra esa libertad y contra esa democracia.

La respuesta frente a la barbarie podrá parecer dura para espíritus angelicales o ingenuos que crean en las bondades de un diálogo con los islamistas. Pero es necesaria: para salvar la libertad es preciso atacar, sin complacencias, a los intolerantes. Hacerlo con todo el peso de la ley y apoyado en la legitimidad del Estado de derecho. Pero sin renuencias.
Ayer se publicó “Soumission”, la última novela de Houellebecq. Narra la llegada al poder en Francia, en 2022, de un partido musulmán extremista. Está en el vigor de la civilización impedir que esta ficción se vuelva realidad. 

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Francisco Faig

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