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Whisky

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Cuando vi por primera vez la película “Whisky” de Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella no me gustó. Me pareció lenta y aburrida. Sin embargo, al dejar la sala sucedió algo raro: seguía pensando en los personajes, aburridos y monótonos, y la lentitud de la trama.

Volví a verla y la disfruté. Me pareció una obra de arte.

A través de pequeños detalles realiza una descripción de nuestra sociedad. Refleja con cruda sencillez la característica monotonía oriental, el repetir siempre lo mismo, no arreglar las cosas y tolerar con uruguaya resignación lo que no está bien.

Todos los días el protagonista intenta tres veces arrancar su auto antes de que este se encienda. Que no lo arregle sino que viva con el problema es sublime.

Su llegada diaria a la tienda y levantar la cortina a mano, la piscina rota de un hotel, la lentitud insoportable de la trama describe nuestro “atadito con alambre”.

No enfrentar los problemas, dejar que corran y se vayan arreglando confronta al hermano que se quedó en el país con el que emigró.

Al verla por segunda vez no paré de reír ante una descripción tan dura y cruda de nosotros los orientales. Me sentí identificado con varias conductas que desarrolla el protagonista principal.

Lo que muestra Whisky pasó con el agua potable.

Teníamos un problema desde hacía años pero lo dejamos correr esperando que otro lo arregle.

Lo señaló Jorge Batlle cuando la Ing. Cosse propuso la construcción del Antel Arena. Con la elocuencia que lo caracterizaba y la autoridad de haberse opuesto a la torre del mismo nombre, dijo que antes de hacer un Arena había que invertir en el suministro de agua potable.

No lo escucharon.

Hoy tenemos centro de espectáculos pero agua salada, con cloro, que pronto será turbia y no se podrá beber.

Seguimos dándole tres veces al arranque del auto pero no enciende. No hicimos las inversiones.

Lo peor es que, como los hermanos de la película, nos recriminamos lo que hizo uno u otro.

Quince años de gobierno del Frente Amplio y en lugar de asegurar el suministro de agua potable gastaron 140 millones en el Antel Arena, 300 en los pilotes de Gas Sayago y más de 800 en las aventuras de Ancap en Alur, el cemento, la publicidad y las fiestas. De paso aho-ra que queremos dejar de perder 40 millones de dólares por año con el cemento los del gremio se oponen. Defienden la soberanía nacional consistente en que el Estado produzca cemento a pérdida.

Prefieren seguir levantando la cortina metálica a mano, tomar el té en la misma tacita y, en forma monótona, perder dinero como lo hicieron durante quince años de gobierno.

Los que no invirtieron en el agua en ese tiempo hoy exigen y culpan al gobierno no haber hecho algo en los tres que lleva en el poder.

Es cierto que hubo demoras. Aunque también debe recordarse que dejaron un país con el desempleo en crecimiento, déficit fiscal en aumento y una economía estancada. A lo que se sumó la pandemia.

Otro tema al que no le prestamos atención hasta que explota es el dólar. Sabiendo cuál es el final repetimos los mismos errores.

Con una monotonía que aburre volvemos a las mismas justifica- ciones y no enfrentamos los pro-blemas.

En el principio de los ochenta fue con la tablita y aquella frase de los marcianos. La crisis nos estalló junto con ella. Veinte años más tarde, a fines de los noventa y principios del 2000 con la devaluación brasileña y la posterior crisis argentina y el dólar a 17 o 18.

Ahora vamos por el mismo camino.

Los economistas nos hablan del cuidado de la inflación y otras sesudas explicaciones.

No sé si tendrán razón. Lo cierto es que vuelven las mismas señales previas a las crisis.

A las que conviene prestar atención.

Es lo mismo que sucede con la naturaleza. Podrán decirnos que no va a llover. Pero cuando las gaviotas están en la costa, subidas a los terraplenes de pasto de la rambla de Montevideo, es señal que se viene temporal. Cuando un toro se revuelca como los caballos, es porque va a llover. Cuando pasa el sirirí silbando y volando bajo, se viene la tormenta.

Cuando es barato viajar gracias al valor del dólar, cuando es conveniente ir a comprar a los países limítrofes y los comercios de la frontera empiezan a quejarse y cerrar, cuando los operadores turísticos afirman que no somos competitivos, cuando los electrodomésticos son baratos, cuando los productores y exportadores ven aumentados sus costos locales, es porque viene una tormenta económica.

Ya tuvimos temporales de ese tipo.

Ahora vuelven las gaviotas a la tierra, pasa silbando el pato sirirí y se revuelcan los toros.

Nadie parece prestarle atención. Seguimos con monotonía haciendo lo mismo. Resignados a las explicaciones técnicas de algunos mientras el agua sale salada, invertimos de apuro en presas y tuberías, aumentan los costos y el aparato productivo cae.

Como los protagonistas de Whisky le damos tres veces al arranque, subimos la cortina del comercio con la mano y nos tomamos un té.

Mientras tanto esperamos que lo atadito con alambre aguante.

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