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¿Qué es ser de izquierda?

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Siempre me ha desafiado dilucidar, eliminando vaguedades, qué significa aquí ser de izquierda. En el pasado reciente, el período anterior a la década del noventa del pasado siglo, aun cuando el fenómeno de adelgazamiento conceptual de esta ideología ya tuviera antecedentes, pertenecer a ella no implicaba mayores dilemas. Se era de izquierda en tanto implicaba adherir al marxismo en todas sus manifestaciones, desde la más común, su conjunción con el leninismo, hasta variedades teóricas más sofisticadas, como el marxismo chino, yugoeslavo o camboyano. O se ensayaban elaboraciones intelectuales más complejas y profundas como las de Althuser o Castoriadis, que sin desprenderse totalmente de su matriz marxi-engelsiana (por lo menos en sus comienzos), proyectaban distintos escenarios futuros, aun cuando todas sin excepción se manifestaran anticapitalistas. Bien podía señalarse entonces que el rechazo al capitalismo era su característica definitoria, el cerno que alejaba a la izquierda de toda contaminación centrista y quitaba cualquier ambigüedad o incomodidad a su permanencia en ella.

Tanto fue así, que cuando la social democracia intentó saltearse esta diferencia, aceptar el capitalismo como modelo, pero aun así permanecer en la izquierda, tal como ocurrió en 1959 durante el revolucionario Congreso de Bad Godesberg, su sugerencia fue furiosamente rechazada por sus socios de militancia al considerarla una imperdonable traición a los valores y fundamentos de la izquierda en todas sus versiones. Tal como en el fondo, ocurrió en Uruguay en 1971, con la formación del Frente Amplio, predominante marxista y definidamente anticapitalista, excepto por algunos grupos de convivencia incómoda que incluso llevaron a su temprana separación.

Las cosas cambiaron drásticamente a partir de la última década del siglo XX, si bien sus consecuencias no fueron inmediatamente percibidas. La URSS, su imperio y sus manifestaciones chinas y altermundistas si bien no cubrían el total espacio ideológico de la izquierda, constituían su núcleo visible, el “socialismo real” como se autodenominaban. Su caída, el derrumbe de la idea de la “socialización de los medios de producción” y del proletariado como eje de los cambios y núcleo de un modo de producción alternativo al capitalismo, dejó gradualmente de tener vigencia. El contraste ideológico se invisibilizó.

Aun cuando ello no fuera asumido por la izquierda que en silencio abandonó el socialismo para, de hecho, adoptar el capitalismo. Esta transformación, aun cuando nunca se la explicitó (a lo sumo se la difirió para un futuro indeterminado, salvo en el atípico caso de los comunistas uruguayos, insólitamente adheridos a sus viejas definiciones), tuvo enormes repercusiones. La izquierda partidaria y más difusamente el PIT-CNT, han pasado, con diferencias menores, a promover nuestro capitalismo de mercado. En lo central y definitivo dejaron de antagonizar, todas apoyan el mercado, la inversión burguesa y en mayor o menor medida, el estado regulador. Hoy día en lo esencial las diferencias económicas entre partidos no son definitivas. La mejor prueba de ella es la realidad nacional y el claro reformismo capitalista de la antigua izquierda revolucionaria.

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