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Política y sexo

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No existe combinación más atractiva para el morbo social que el cruce entre política y sexo. El dúo de elementos está signado por la equivocada idea de que la política debe ser inmaculada, en especial en lo relativo a la vida sexual de los políticos. Lo acontecido en el caso Penadés ha tenido y tiene todos los ingredientes para agitar las aguas de la opinión pública hasta convertirlas en una correntada que hasta pareció amenazar al sistema. Luego de la formalización del exsenador, el asunto derivó a la operación que él denunció en su contra, lo que terminó siendo un bumerán que puede acrecentar la cifra de 22 delitos de los que se le acusa. Tal operación fue urdida por él mismo con la colaboración de jerarcas y personal policial, amén de algún funcionario de la la Corte Electoral.

Es en esa etapa de la investigación que la política toma protagonismo y las sordideces sexuales del caso parecen quedar en segundo plano.

Qué duda cabe que lo político, a partir de que trascendieran las denuncias sobre Penadés y ahora con su formalización como acusado por la fiscalía, ha tomado una relevancia decisiva. Acorralado por las acusaciones, el denunciado les mintió a todos, desde el presidente de la República para abajo, a sabiendas de que estaba traicionando la confianza puesta en él, tras treinta años de gestión política, en este caso tal vez inmaculada. Proclamó a los cuatro vientos su inocencia y, además, lanzó la especie de que todo se trataba de una conspiración en su contra que habría de probar. Para lograr eso, dilapidó el único capital que le quedaba: su honestidad política y el respeto por su partido, por el sistema democrático y por el gobierno que integraba.

Es verdad que, en lo previo, mientras lo que se investigaba atañía solo a la vida privada del acusado, el sistema político y en especial la oposición actuaron con cautela, procurando no incendiar la pradera con declaraciones o pareceres que implicaran un linchamiento mediático y político. Eso involucró también al presidente Lacalle Pou y al ministro Heber, que en principio confiaron en el correligionario y remitieron todo a la actuación de la Justicia. Finalmente, esa prudente actitud fue desbaratada por los hechos: los 22 delitos de la acusación y la miserable estrategia de Penadés de zafar por la vía de una conspiración interna con policías por ahora tiene un acusado formalizado y la sospecha inevitable sobre el grado de conocimiento que el ministro del Interior pudo tener sobre dicha conspiración.

El cóctel de política y sexo remite también a ejemplos notorios a nivel internacional. El primero que me viene a la mente es el famoso caso Profumo, que conmocionó Gran Bretaña el siglo pasado, en 1963. El escándalo estalló después de que trascendiera que John Profumo, el ministro de Defensa del gobierno de Harold McMillan, había tenido una breve relación con una corista de nombre Christine Keeler quien, aparentemente, a su vez había mantenido encuentros íntimos con un conocido espía soviético, de nombre Yevgeny Ivanov. Más tarde, Profumo mintió sobre ese hecho cuando fue interrogado oficialmente por la Cámara de los Comunes, es decir, la Cámara Baja del Parlamento Británico. El escándalo desatado inevitablemente forzó a Profumo a renunciar y dañó gravemente la reputación del gobierno de McMillan, quien habría de dimitir tan sólo unos meses después por problemas de salud. La repercusión del escándalo fue planetaria, en una época en la cual no existían internet ni redes.

Más cerca en el tiempo, otro escándalo trascendió en 1998 por la relación sexual entre el entonces presidente de los Estados Unidos Bill Clinton y una becaria de 22 años de la Casa Blanca, Monica Lewinsky. Clinton negó el vínculo con Lewinsky, mintiendo ante los medios y ante el Congreso, lo que provocó una investigación que acaparó las noticias a finales de los años 90. Ante las pruebas de ADN en el vestido de ella manchado de semen, Clinton tuvo que admitir dicha relación. La investigación resultante, promovida por el Partido Republicano, llevó a juicio político por perjurio al presidente Clinton en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos en 1998. El presidente admitió en un testimonio ante el gran jurado el 17 de agosto de 1998 que había tenido una “relación física inapropiada” con Lewinsky. Finalmente fue exonerado de todos los cargos de perjurio y obstrucción de justicia en un juicio de 21 días por parte del Senado.

En estos ejemplos y de lo que surge de la fallida estrategia de Penadés para zafar de las acusaciones, la mentira siempre está presente cuando el sexo y la política se vinculan de manera “inapropiada”, Clinton dixit. La hipocresía sexual en política parece ser extrema y el recurso de mentir funciona casi como un reflejo automático. Parecería que una de las peores corrupciones en política es la sexual, en especial cuando hay menores involucrados.

La vieja idea que, al ser tan chico el país todos nos conocemos, cobra fuerza cada vez que un escándalo involucra a la política. ¿No se sabía?, suele ser el comentario inmediato cuando el escándalo trasciende. Es probable que casos como el de Penadés existan en otros ámbitos con personas igualmente intachables en su actividad pública. Pero, por lo general, estos no trascienden salvo cuando involucran un delito o varios. Sin embargo, lo sexual en política provoca escozores que con otros asuntos no se producen.

Cualquiera que conozca el ambiente político sabe bien que las reglas de convivencia entre los partidos en tiempos electorales se tornan difusas y para muchos todo vale, y si no veamos las declaraciones del presidente del Frente Amplio, Fernando Pereira. No obstante, el caso Penadés se ha investigado sin que mediasen chicanas o presiones de parte del gobierno para entorpecerla. La Justicia ha actuado y actuará como corresponde hasta que llegue el momento de dictar sentencia para el reo. Que el principal operador parlamentario del Partido Nacional esté preso elimina el temor de que lo institucional peligre, como algunos fantasearon.

Sin la inicial denuncia de Romina Celeste tal vez nada habría sucedido, el secretismo y la hipocresía hubieran seguido tapando todo y el accionar privado del exsenador Penadés seguiría impune. Pero la Justicia actuó con eficacia y contundencia y se demostró, una vez más, que en el país nadie es más que nadie.

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