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¡Pobre MEC!

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Pablo Da Silveira
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La primera vez que María Julia Muñoz nos avergonzó a los uruguayos fue en el lejano 1999. Estábamos en campaña electoral y Jorge Batlle era firme candidato a la presidencia.

En ese contexto, la entonces secretaria general de la Intendencia de Montevideo dijo a los medios: "Es un señor muy mayor, el doctor Batlle. Cinco años es mucho tiempo cuando la gente es tan grande. A mí me pone muy nerviosa que vaya a terminar de presidente un vicepresidente".

Batlle asumió la presidencia con 72 años de edad. En 2009 Muñoz apoyó a Mujica, que asumió con 74, y en 2014 hizo campaña por Vázquez, que asumió con 75. Así que no era la edad lo que le importaba. Lo de ella había sido simplemente una bajeza indigna de nuestras tradiciones democráticas.

Desde que Muñoz asumió como ministra de Educación, ha vuelto a avergonzarnos mil veces. Poco después de asumir tuvo un choque mediático con el escritor Carlos Liscano, a quien había destituido como director de la Biblioteca Nacional. Durante la agria polémica, Liscano, que es frentista, llegó a decir que Muñoz "es una amenaza para la cultura".

Poco después se produjo la traumática salida de Fernando Filgueira y Juan Pedro Mir, es decir, de dos personas que formaban parte del equipo de conducción del MEC y habían sido presentadas durante la campaña como los impulsores del "cambio de ADN" en la educación. Fue un acontecimiento de primera magnitud, porque significaba que la cúpula del MEC se modificaba radicalmente a poco de empezar (Filgueira y Mir no fueron los únicos en irse). Pero lo peor fue la reacción de Muñoz. "Vinieron juntos y juntos se van", expresó con total deslealtad hacia quienes horas antes eran sus colaboradores. "El país no pierde nada", agregó. Y en el caso de Mir llegó nuevamente a la bajeza, al describirlo como "un pobre muchacho" y un "resentido social".

Los desplantes y barbaridades de la ministra se prolongaron durante todos estos años. Por ejemplo, estuvo entre las principales defensoras de Sendic cuando se supo que era un licenciado trucho. Ella, que es la principal garante de la legalidad de los títulos uruguayos ante el mundo, dijo que la eventual falsificación del título era un tema "tan menor" que no merecía atención.

Y así seguimos hasta hoy. En los últimos días se ha denunciado el brutal despilfarro de recursos que generan los centros MEC, y la existencia de un sistema de vouchers para que funcionarios del MEC manden a sus hijos a instituciones privadas, a costa de los contribuyentes. La ministra no consideró necesario dar ninguna explicación.

Sí habló a propósito de la compra del Museo Gurvich, y una vez más lo hizo de la peor manera. No sólo atacó a una reconocida periodista, sino que respondió con evidente mala fe. La cuestión no es si el Estado puede o no comprar un museo. Eso es algo que pasa en todo el mundo y puede haber buenas razones para hacerlo. La pregunta es sobre los motivos para comprar este museo en particular, sobre la opacidad de los procedimientos y sobre las múltiples implicancias que encierra el caso. Pero Muñoz hizo como si nada de eso existiera y trató de ignorantes a quienes la critican. Para terminar, cerró con una burrada idiomática que hizo empalidecer el legado del vicealmirante Márquez.

Un Ministerio de Educación y Cultura es algo muy importante en una democracia. Los uruguayos no nos merecemos verlo conducido de este modo.

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