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Cartoncitos

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Pablo Da Silveira
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La edición uruguaya de la revista Noticias acaba de confirmar con lujo de detalles una versión que desde hace tiempo corría en las redes: el ministro Enzo Benech recibió una "ayuda especial" para salvar una asignatura que debía rendir en el marco de un posgrado universitario.

La ventaja consistió en recibir de antemano las preguntas del examen final. El hecho fue confirmado por el propio docente.

Estamos ante una situación claramente reñida con las buenas prácticas universitarias. Y estamos además ante un hecho escandaloso, tratándose de alguien que luego presidiría una institución de alto nivel académico como es el Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria (Inia).

La única explicación dada hasta ahora es que Benech habría aceptado esa ayuda porque estaba muy ocupado: en ese entonces dirigía una cooperativa y ocupaba un cargo en el Instituto Nacional de Semillas (Inase). Pero cualquiera que conozca la vida universitaria sabe que esa es la situación normal: los estudiantes de posgrados profesionales son personas muy ocupadas, que le roban horas al descanso y al sueño para perfeccionarse. Benech, como todos los que hacen esa opción, sabía en lo que se metía. Bajar el nivel de exigencia no es el camino para solucionar nada. Y hacerlo solamente para algunos (o para uno) es una injusticia.

Pero el análisis de este caso quedaría incompleto si únicamente nos fijáramos en el impresentable señor Benech. En realidad, apenas se trata de una perla de un largo collar.

Los gobiernos del Frente Amplio han batido el récord nacional de títulos falsos (sicólogos que no eran sicólogos, sociólogos que no eran sociólogos) hasta llegar a esa cumbre que fue la inexistente licenciatura del vicepresidente Raúl Sendic. Y todavía hay más. Algunas de las principales figuras del oficialismo han sido insistentes en mostrar su desprecio hacia los logros académicos que ellos no alcanzaron. La actual vicepresidenta no solo declaró falsamente que había visto el diploma de Sendic, sino que se refirió despectivamente a los títulos universitarios como "cartoncitos". El expresidente Mujica lleva años cultivando una hostilidad cerril hacia los profesionales universitarios, hasta el punto de que llegó a felicitarse de que en la bancada oficialista no hubiera abogados. A su juicio, no hay necesidad de tener gente que sepa de leyes en el órgano encargado de elaborar las leyes. Más aún, sería contraproducente.

Este cultivo del oscurantismo, esta celebración de la ignorancia y del resentimiento, son muy típicos de la mentalidad tupamara. Por eso aparecen con frecuencia entre los dirigentes del MLN y sus organizaciones satélites. Pero Benech no es tupamaro sino socialista. Y también él aparece faltándole el respeto a la gente que se esfuerza por capacitarse, y más todavía a la gente que deja de estudiar, o simplemente no empieza a hacerlo, porque mide sus fuerzas y concluye que no está en condiciones de cumplir con responsabilidad.

Los frentistas llevan años convencidos de que ellos son los buenos y que, en consecuencia, pueden permitirse cualquier cosa con tal de darle al país el privilegio de ser gobernado por ellos. Creen que todo lo que hacen está bien hecho, justamente porque lo hacen ellos. Así han ido perdiendo contacto con la inteligencia, con la seriedad de procederes y con esa vigilancia sobre uno mismo que habitualmente llamamos "decencia".

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