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Olor a azufre que delata

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Desde que tengo uso de razón no conozco una sola manifestación popular colectiva que se realice en nombre de una causa formalmente abominable. Por el contrario, desde una revolución hasta una marcha callejera, todas se realizan en nombre de causas nobles. O por lo menos sensibles para un conglomerado importante de la sociedad.

La Marcha del Silencio de cada 20 de mayo en Uruguay no es la excepción. Al igual que el 1° de mayo o hasta el propio 8M son concentraciones populares en las que podríamos o deberíamos adherir todos. La causa lo habilita. ¿A quién de buena fe en esta sociedad no le interesa que los familiares de desaparecidos obtengan toda la verdad? Entonces, ¿por qué este fenómeno social de solidaridad colectiva no se plasma en concentraciones masivas de uruguayos?

Es obvio que algo ha sucedido en nuestra sociedad que ha determinado la soledad en que se encuentran ese 1 o 2 por ciento de compatriotas que marchan “en Silencio” clamando por Verdad y Justicia. Digámoslo claro. Muchos decidieron dividir al país entre buenos y malos. Inmiscuyeron la política partidaria en la reivindicación social. Estresaron la paz social instando a no respetar dos pronunciamientos populares en los que podrían también ellos haber mostrado un gesto de concordia.

Un presidente de la República sea del partido que sea es el comandante en jefe de las FFAA y tiene el peso y mando suficientes para haber reclamado la verdad sobre el paradero de los desaparecidos, al menos de los desaparecidos en Uruguay. Pero ni Vázquez ni Mujica pudieron. Es más: hasta hubo situaciones de inexplicable ocultamiento de información que cuesta entender cómo fueron toleradas pacíficamente desde colectivos que generalmente muestran un verbo y modus operandi agresivos.

Los 20 de mayo se vuelven días en los que se confunde el más puro sentimiento de dolor compartido con la más mezquina mirada de aprovechamiento político de una desgracia. Porque además es una marcha hemipléjica (disculpen los verdaderos implicados). Es una marcha que olvida que del otro lado de la tragedia histórica también hubo familias que lloraron muertos o gente que quedó incapacitada para siempre por actos terroristas.

Debería ser una marcha que uniera a los uruguayos que sufrieron la tragedia propia de una guerra civil. Dividir el asesinato o la tortura categorizando el dolor entre terrorismo de Estado y terrorismo de guerrillas, jerarquizando al primero, no solo explica por qué la marcha no es compartida por todos, sino que además desnuda las razones de un odio a partir del cual nada positivo puede germinar si hablamos de construir un nuevo tiempo de paz.

En esta marcha además se distribuyeron panfletos de odio hacia policías y militares que podrían constituir un delito penal: otra muestra que sugiere incitación al odio y que va más allá de la expresión del dolor. Obvio que no habrá nadie que asuma responsabilidad por esos panfletos.

Para finalizar: cada vez que oigo o leo “Nunca Más” desconfío y mucho del sentimiento pacifista y democrático del autor del mensaje.

Los dos demonios existieron y quienes niegan esta realidad generalmente despiden un olor a azufre insoportable que los delata irremediablemente.

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