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No es país para viejos

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El título de esta columna es el de una novela del norteamericano Cormac McCarthy, recientemente fallecido, y lo tomo prestado como traducción del original “No country for old men”. La novela trata sobre peligros y carencias de la vejez en un contexto de crimen, dinero, drogas y otras circunstancias que implican violencia. Aquí voy a darle un sentido menos agresivo y más general, pero en alguna medida no menos violento, si nos atenemos a los padecimientos cotidianos que muchos integrantes de la llamada tercera edad, deben soportar y superar para vivir.

Vivimos una realidad que ha sido ganada rápidamente por la digitalización y las gestiones en línea para todo. Las aplicaciones para celulares, tabletas y computadoras personales pretenden facilitarnos la vida, agilitarla y ordenarla. Sus memorias almacenan nuestros datos y contraseñas y establecen que somos personas en tanto estemos registrados para lo que sea. Pero para cierta parte de la población, en especial los más veteranos, ese escenario muchas veces no es amigable ni fácil de gestionar, si poseen los aparatos. Ya la experiencia de sacar dinero de un cajero implica cierta dificultad, pero de eso no se lleva registro.

Como que el cajero no tenga dinero en ese momento o, si no tiene el suficiente, limita la cantidad a retirar. El usuario debe regresar en otro momento o ir a otro cajero para completar la operación.

Otros problemas empiezan cuando, por ejemplo, se intenta coordinar una hora para ver al médico de la mutualista a través del sistema informático o realizar un trámite en la DGI para la liquidación anual del IASS. La tramitación de esto último vía mail es una especie de Misión Imposible para quien no domina el manejo informático. El comienzo del trámite debe hacerse reconociendo un galimatías gráfico letra por letra, un desafío que implica buena visión y excelentes capacidades para descifrar jeroglíficos.

Pero lo siguiente es -para el caso de querer agendar una fecha- lograr hacerlo antes de que se agoten los lugares para ese día a esa hora. Doy fe que eso es así porque he intentado hacerlo y en verdad es una pesadilla lograr el éxito.

Es de toda evidencia que la transformación tecnológica ha ganado y las oportunidades de la gestión personal, cara a cara con un funcionario, han ido complicándose. Cuando se logra, eso estuvo controlado por programas inteligentes que administran la identidad, la fecha, la hora, el tipo de trámite, el tiempo para hacerlo y el ingreso al ámbito en donde se cumple. En apariencia eso es eficaz, ordenado y muy racional. Sin embargo, aun así, a veces los de más edad deben hacerlo acompañados por alguien menor, familiar o amigo. Basta concurrir a cualquier oficina pública para comprobarlo.

Los índices de la supervivencia humana aquí y en el mundo han aumentado gracias a los avances de la ciencia, en especial la medicina. Con una expectativa de vida más prolongada, la realidad le exige a las personas de más edad adquirir habilidades para las que no están preparadas y en caso de hacerlo, concurrir a un lugar con instructores capacitados.

Los hábitos del manejo informático exigen siempre actitud intuitiva y una memoria para aprenderlos que no siempre se posee. Es doloroso que al llegar a cierta etapa de la vida muchos tengan que aprender a manejar una tableta, no solo para entretenerse sino para no quedar desconectados del mundo vertiginoso en el que viven. Lo mismo sucede con el manejo de celulares, cada vez más completos y sofisticados a la vez que inaccesibles para aquellos que vivieron casi toda su vida hablando por un tubo y discando números. Tienen derecho a superar la dificultad, pero esto no siempre se logra y este problema no existe solo en Uruguay. Hoy es un problema global.

Los estudios han indagado sobre una de las razones que podría estar detrás de estas dificultades para aprender a usar la tecnología. La prestigiosa revista “Neuron”, que publica artículos relacionados con neuronas y células, ha difundido un informe que determina que la causa está en el deterioro de unas neuronas relacionadas con el aprendizaje, que llevan el nombre de “interneuronas colinérgicas gigantes del estriado”. A medida que envejecemos, estas neuronas se deterioran y la capacidad de aprender a hacer de otra forma algo que ya se sabe hacer, se reduce. De ahí que, por ejemplo, si el uso de ordenadores se aprendió hace años, cueste menos adaptarse a las nuevas tecnologías, pero si en la tercera edad es cuando hay que aprender a usarlas, resultará más complicado. Complicado sí, pero no imposible. Aprender es cuestión de práctica y repetición. Saber manejar un ordenador, una tableta, un smartphone o Internet con soltura en la tercera edad es también cuestión de práctica. Sin embargo, no todos pueden acceder a ese aprendizaje, cuando ese conocimiento hoy es vital para sobrevivir y funcionar en la sociedad.

Los beneficios de la incorporación de la informática a la vida de los adultos mayores, son enormes e importantes. Sin embargo el acceso de estos al dominio de las herramientas, depende de recursos sociales y de proyectos de atención a esa carencia que son difíciles de instrumentar con un alcance amplio y eficaz. De hecho hay lugares en donde se imparten cursos especiales para la 3ª edad, pero son muy pocos y hay que pagar. Otros son gratuitos e impulsados por algunas intendencias. No obstante, no parecen ser suficientes para el porcentaje de adultos que deberían cubrir.

Ya ningún país es para viejos en la medida que estos se marginen o queden relegados a ser analfabetos digitales. Sería bueno saber si los programas de los partidos políticos para las próximas elecciones, reparan en esta realidad cada vez más crítica.

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