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Milei

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Julián Murguía decía que a Jorge Batlle le gustaba “èpater les batllistes”. Pues, a Javier Milei le encanta “èpater” a todo el mundo. (En Davos se sacó las ganas). Pero, ¿fue útil?

Yo me considero un liberal (“un liberal tranquilo”, al decir de Herrera) y sé que no hay un solo liberalismo, ubicado debajo de un palio dogmático. ¿Hay algún parentesco entre ese liberalismo (uno de cuyos principios, desde Locke, es el de la tolerancia) y lo que Milei llama “el modelo de la libertad”, bautizado “Libertarismo”? ¿Puede decirse que son dos especies dentro de un mismo género? ¡Hum! ’Ta difícil.

Muchas de las afirmaciones que hace Milei son compartibles, pero el problema está en el packaging.

Probablemente acuciado por la situación de la Argentina y siguiendo un talante dogmático y bastante soberbio, Milei no se contenta con denunciar ciertos males y reclamar soluciones drásticas, sino que empaqueta su producto como un dogma y sale con él bajo bandera para una cruzada beligerante.

Para ello echa mano a la vieja falacia llamada del “Hombre de Paja” (distorsionar o exagerar los argumentos de otros y luego atacar la versión distorsionada ).

El liberalismo -si es auténtico- parte de una base filosófica: la existencia de una realidad, racionalmente percibible, que se revela como ordenada y eso en un doble sentido: en cuanto a sus causas y en cuanto a su finalidad. Cuando el hombre pretende torcer una u otra por un acto de voluntad, aún bien inspirado, erra.

Algo de esto dice Milei, pero tiende a tirar el bebe con el agua de la tina. Desarrolla una línea argumental sobre carriles históricos, que tiene mucho de cierto, pero que no ataja los argumentos a tiempo (un gran economista y amigo, comentando el discurso de Davos sentenció: “siempre hace una moña de más”).

La base argumental es histórica: la Argentina fue próspera antes del peronismo- estatismo y por estos hoy es una sociedad cuasi fallida. También es verdad que Occidente vivió siglos de estancamiento y pobreza, hasta el siglo XIX. Ahí, la cosa empezó a cambiar, y según Milei, la causa fue el capitalismo. Cierto, pero distingamos: el capitalismo no es un mineral exótico que se descubre en determinado momento y tampoco, cuando aparece, es una explicación monocausal de lo que fue una transformación enorme. El capitalismo del siglo XIX fue el producto de descubrimientos, inventos, transformaciones productivas y sociales, que trajeron, además de la posibilidad económica de producir por encima de las necesidades de consumo, la de acceder a comerciar libremente en un mundo ampliado. O sea: no solo capitalismo, también mayor libertad y no solo mayor libertad, también descubrimientos, inventos y un mayor desarrollo cultural.

Milei tiene razón cuando dice que el cambio radical en materia de pobreza, expectativa de vida, etc., no vino por una planificación estatal, sino por la inventiva del ser humano. De ahí salta a la construcción del dogma: “el capitalismo es la única herramienta que termina con el hambre y la pobreza”. No tan así: cierto que sin crecimiento no hay mejoras sociales; cierto también que las mejoras sociales pueden aplacar el crecimiento.

Avanza Milei: quienes pretenden “adaptar” al mercado mediante la justicia social, se equivocan: 1º Porque la justicia social no es justa y tampoco aporta al bienestar general. Para Milei es injusta porque es violenta: se basa en la coacción del Estado, la cual se manifiesta en el fenómeno de los impuestos, ejemplo máximo de la coacción estatal, (la moña de más). 2º Porque solo el mercado es eficiente. Es en este punto que Milei más remonta: el mercado es el único mecanismo eficiente y quienes apuntan a fallas del mercado, si no son ignorantes, son corruptos.

Aquí suelta las riendas, argumentando en favor de los monopolios y descartando los argumentos de preocupación por el medio ambiente, para concluir que el capitalismo es el único sistema justo y que los empresarios son benefactores.

Para rematar, sentencia que el socialismo fracasó (si solo se refiriera al llamado “socialismo real”, tiene toda la razón) y que “es un fenómeno empobrecedor”. Otra vez el “Hombre de Paja”. No dista mucho de lo que la izquierda hace atacando un fantasma al que llaman Neoliberalismo.

¿Qué decir de esta prédica?

La denuncia de una deriva hacia variedades del igualitarismo es compartible. El llamado a recordar ciertas realidades económicas (negadas por el socialismo real), también, poner en evidencia que en muchas sociedades los esfuerzos populistas-voluntaristas se pasaron de mambo, también.

El tema está en si esos desvaríos voluntaristas y egalitarios se combaten mejor con argumentos liberales o con furibundos ataques libertarios.

No hay “modelos”, en el sentido de fórmulas químicamente puras. Lo que hay es el ser humano, su realidad y la del mundo en que vive. Los sueños por cambiar eso, a golpes de iluminismo voluntarista, han fracasado.

Pero, no se puede deducir de ahí que la solución está en someter todo a la libertad del hombre, sin un orden. El hombre es libre, debe serlo, es parte de su esencia. Pero libre para el mal, como para el bien. Partiendo de esa experiencia, debe ir buscando los caminos. Con ganas, sí, pero también con humildad y realismo.

Coincido en que “Occidente”, sobre todo después de las dos guerras mundiales, se dejó llevar por filosofías con altas dosis de voluntarismo y que ello ha generado realidades que exigen cambios profundos.

No me seduce la técnica de encarar eso de una forma tan dogmática y tan agresiva. Si el “modelo” de Milei llegara a fracasar (y ojalá que no), su prédica puede transformarse en un golpe muy fuerte al liberalismo.

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