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El Congreso de Viena

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MATÍAS CHLAPOWSKI
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Napoleón abdicó el 6 de abril 1814 en Fontainebleau, forzado por las circunstancias militares. Desde su regreso de Moscú iba siendo debilitado y cercado por la coalición que se fortalecía a medida que pasaban los meses.

Fue peleando grandes (Leipzig) y pequeñas batallas y perdiendo oportunidades de negociar un armisticio durante ese año y pico. Su evidente genio militar impidió que cayera antes, pero finalmente tu-vo que aceptar la realidad y rendirse. No pudo reponer los caballos muertos en Rusia, perdió movilidad y quedó acorralado.

Fue desterrado por sus adversarios a Elba, una pequeña isla en el Mediterráneo. Era este un arreglo francamente benévolo, generoso y como se pudo comprobar en menos de un año, muy equivocado. La cercanía a Francia le hacía difícil resistir la tentación de volver adonde a pesar de las penurias causadas, seguía teniendo popularidad en el ejército y entre la gente humilde.

Pero volvamos atrás. En París, días antes de la abdicación entró aclamado por la muchedumbre, el apuesto Alejandro I, Zar de Rusia, trajeado con un magnifico uniforme y montado en brioso corcel. Parte del apero, por ejemplo los estribos, eran de oro. Iba acompañado por su imponente guardia real ecuestre de cosacos, elegidos por su altura y aspecto feroz y escoltado por su ejército, cuyo comportamiento durante la breve ocupación, hay que decir que fue ejemplar (*).

En vez de dirigirse al palacio Elysée decidió aceptar la invitación de Talleyrand y quedarse en su casa, en la rue Florentin, ocupando todo el primer piso. Al desmontar, el zar le dijo a su anfitrión: "No queremos decidir nada sin tener en cuenta sus puntos de vista". Inicialmente, esto debe haber fastidiado a sus principales socios, Metternich (Austria) y Castlereagh (GB) que no pensaban incluir a la derrotada Francia en las deliberaciones. Friederich Wilhelm (Prusia) el otro de los aliados importantes, estaba bajo el influjo de Alejandro. Pero a todos los unía un objetivo común, ratificar el principio monárquico y su legitimidad para gobernar.

Al poco tiempo, gracias a su capacidad mental, su personalidad, su excelente cocinero y bodega, su "savoir faire", dotes diplomáticas y de hombre de estado, descolló en el grupo. Se impuso al inglés y al austríaco, sus pares intelectuales y tuvo gran influencia sobre el resto. Estaba en casa.

Las negociaciones con el vencido y aquellas entre los miembros de la coalición se llevaban a cabo en su planta baja. (Luego se mudaron a Viena). Sus objetivos eran: reinstaurar a los Borbones, ceder lo mínimo en la devolución de territorios y tesoros, evitar el pago de reparaciones y conseguir cuanto antes, el retiro de las tropas de ocupación. Todo eso lo logró su genialidad.

Napoleón había ordenado a Talleyrand (conspicuo miembro del Consejo de Estado y exministro de Relaciones Exteriores) evacuar París con la Emperatriz, pero hábilmente frustró la orden con una eficaz artimaña. Arregló para ser interceptado a varios km. de la capital, arrestado y traído de vuelta a París bajo custodia, como si estuviera fugándose. ¡Ahh, un error! Pero ya no podía partir. París había quedado cercada. A los pocos días fue contactado por su amigo Nesselrode, Ministro del Zar, y juntos tramaron su triunfal ingreso a París.

Ente el 18 de septiembre de 1814 y el 9 de julio de 1815 tuvo lugar el Congreso de Viena. La modalidad que se impuso fue la de conferencias bilaterales donde los estadistas/diplomáticos negociaron y acordaron cuestiones específicas que luego iban compatibilizando con otros aliados o inclusive exadversarios (muchos habían cambiado de bando) cediendo o consiguiendo ventajas. Metternich insistió en ampliar la lista de invitados a la cumbre que se desarrolló en medio de una vorágine de banquetes, bailes, conciertos, cacerías entremezclados con pequeñas reuniones privadas y algunas secretas.

Larguísima fue la agenda de acuerdos. Los principales fueron:

El Imperio Austro Húngaro recuperó el Tirol, los Balcanes. Mantuvo su dominio sobre el sud de Polonia y obtuvo Lombardía, Dalmacia, Toscana, y el Véneto, Parma, etc. Cedió Bélgica y los Países Bajos

Rusia reanexó la mayor parte de Polonia, Besarabia y obtuvo el gran Ducado de Finlandia.

Prusia se quedó con casi todos los estados de la Confederación del Rin (que creara Napoleón); Sajonia, Renania, parte de Westfalia y el oeste de Polonia. Así se establecieron las bases de un estado alemán poderoso.

Suiza obtuvo Ginebra y el cantón de Vallais. Gran Bretaña se quedó con Malta y otras islas estratégicas.

Suecia fue premiada con Noruega (se la quitaron a Dinamarca, por su apoyo a Napoleón)

España no ganó nada, en parte por lo inepto de su embajador, Pedro Gómez Labrador. Pedía cosas impracticables (que devolvieran Luisiana, vendida y ya parte de los EE.UU. y ayudaran a la reconquista de Hispanoamérica). Don Pedro sufría de falta de fondos y no podía brindar agasajos a la altura de quienes allí estaban. Fue ninguneado. España tampoco cumplió con la disposición de devolver Olivenza a Portugal.

A todo eso, Napoleón desembarcó en Francia e irrumpió en la escena (debió ser derrotado nuevamente en Waterloo). Por lo tanto Francia perdió parte de las favorables condiciones que Talleyrand había conseguido. En vez de la frontera de 1792 se reajustó a la de 1789. Se le impusieron reparaciones monetarias (fr. 700 millones en 5 años). Muchos pensaron que, en vez de mandarlo a Santa Elena, el emperador merecía el fin de su cuñado Murat, rey de Nápoles.

A pesar de las obvias injusticias se impuso un equilibrio de poderes, gran objetivo de Castlereagh y Metternich. Se logró evitar guerras grandes durante 100 años, evitando repetir lo que pasó en el Siglo XVII, la Guerra de los 30 años y en el XVIII (1754- 65) la Guerra de los 7 años.

(*) De esos tiempos proviene "bistró", hoy empleada para un restaurant popular, donde se come bien y rápido, cuyo origen es ruso y significa “ágil”. En francés lleva acento al final y en ruso, al principio.

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