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¡¿Qué vale la vida?!

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En Bruselas, más de 30 personas mataron el martes los yihadistas, monstruos que mueren contentos por asesinar esperando banquetes de Alá. Repitieron la infamia del 13 de noviembre en París con 137 muertos. Aquí, a once mil kilómetros, nos parecen sin rostro y anónimos. Pero nos machacan el alma.

En Bruselas, más de 30 personas mataron el martes los yihadistas, monstruos que mueren contentos por asesinar esperando banquetes de Alá. Repitieron la infamia del 13 de noviembre en París con 137 muertos. Aquí, a once mil kilómetros, nos parecen sin rostro y anónimos. Pero nos machacan el alma.

En el Uruguay, goteo de crímenes. Se viene matando por rapiña y por cuentas mafiosas, por agresividad doméstica, por obsesión futbolera y hasta por racismo nazi. En nuestra comarca despoblada -Bélgica alberga 364 habitantes por km2 y nosotros 19-, identificamos fácilmente a nuestros inmolados. Nos duelen en carne y hueso.

Esa inmediatez de las víctimas y los deudos nos hace insoportable la resignación oficial a disolver en cifras rutinarias el dolor, la condena y el asco que provoca la habituación a la criminalidad como un ambiente que hay que aceptar. Y puesto que el orden moral de nuestra Constitución no debe pender de imitaciones de lo que pase afuera, defendamos nuestro jardín. Quienes nunca creímos vivir en Disneylandia jamás aceptaremos que nos hagan vivir en Babia.

La sangre vertida nos impone reclamar que se devuelva talento y eficacia a la lucha del Estado de Derecho contra el delito, debilitada por un relativismo que se sembró adrede y a manos llenas. Pero debemos ir más allá y preguntarnos qué vale para nosotros la vida humana.

Enfrentemos la realidad: nuestra sensibilidad hoy tiene tabiques y anestesias. Al horror criminal, se le ha sumado la discriminación entre los muertos: por algunas víctimas, se paraliza el transporte 24 horas; pero las demás se van sin palabras, sin duelo público y sin gobernantes que acudan a los velatorios para solidarizarse con las familias en nombre del Estado, que somos todos.

Ante este barranca abajo, debemos rescatar lo universal humano. No es la individualidad, común a las plantas y los animales. Es la personalidad, presencia del espíritu irrepetible que cada humano construye en su erguirse propio. Al Uruguay no solo le hace falta eficacia policial. Además, necesita una meditación profunda que le edifique ideas claras para responder a su tragedia.

Por eso, estremece e indigna la pobreza y pequeñez de los planteos públicos en que se mantiene enzarzado al país.

Pobreza conceptual: ni la Ministra de Educación y Cultura ni el Ministro del Interior han formulado un solo llamamiento a elevar la mira para rescatar de su naufragio al espíritu público, uniendo a la ciudadanía frente a los crímenes, convocando a educar en valores y enalteciendo ideales comunes. No tienen palabras para recoger lo que sentimos todos, por encima de lo que hayamos votado. ¿Les falta lenguaje o les falta horizonte?

Pequeñez: en vez de condenar a Sendic por menear títulos falsos, el lema gobernante le discute a sus militantes su derecho a repudiar el apoyo del plenario. No los indigna la mentira; les molesta la libertad individual de quienes la repudian. A la prensa no le aplauden evidenciar el engaño; se lo reprochan: la querrían callada. No les parece atrevido llamarse Licenciado en Ancap e Ingeniero ante la Corte Electoral, pero maltratan a los correligionarios que juntan firmas en nombre de las raíces éticas de la izquierda.

Todo eso y más nos muerde con cuestiones muy anteriores a las posturas políticas. Laicamente nos llama a unirnos para una Resurrección de lo alto y eterno humano, desde el humus de los inolvidables mártires de este modo de malvivir.

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Leonardo Guzmán

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