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Las elecciones internas

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Hebert gatto
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Mañana se despejará la primera de las dudas del proceso electoral uruguayo: la ciudadanía decidirá quienes competirán, dentro de cada partido por la Presidencia de la República.

Tal el sentido de las denominadas “elecciones internas”, un mecanismo impuesto por la reforma constitucional de 1996, presuntamente para democratizar la participación de los partidos, pero poco congruente con el liberalismo que debería regular su desempeño autónomo. Dimensión que se hace aun más notoria en aquellos partidos que carecen de confrontación interna y por ello, de hecho, resultan marginados de este primer tramo electoral. Un privilegio que no debería producirse.

A diferencia del pasado, la presente campaña se ha distinguido por desarrollarse en un clima de total anormalidad. Comenzando por el gobierno que aprovechó el momento para realizar de forma gratuita, la más descarada propaganda oficialista de que se tenga memoria, siguiendo por algunos partidos que desconocieron la veda (cuya violación carece de sanción en la ley), para ignorar el claro deber moral de acatar la norma prohibitiva. Todo ello en el marco de un proceso sucio, plagado de noticias falsas.

Pese al fragor del proceso la paz se mantuvo tanto al interior del Frente Amplio como del Partido Colorado. Ambos exhibieron un nivel unitario que no habían mantenido en campañas anteriores. De Ondas de Amor y Paz, las calificó un comentarista radial. En el caso frentista, ello se debió seguramente a la pérdida casi total de todas sus referencias ideológicas. Aquellas que constituían su orgullo, la variante cultural que según alegaban los distinguía de blancos y colorados y los conformaba como un “partido de ideas”. Tales diferencias llevaron a su ruptura en 1988. De ese pasado sólo queda un reformista programa común (que claramente no es lo mismo) y un devaluado “socialismo”, al que se menta poco y se remite a los tiempos de Jauja.

El fenómeno es perceptible aún en el locuaz Oscar Andrade, que sustituyó la lucha de clases por las políticas sociales. O en la gélida Carolina Cosse, quien declaró que ya no era marxista, seguramente para no ser confundida con Rosa Luxemburgo. O incluso, en el prudente Daniel Martínez, que atrevido, se permitió una crítica a la URSS para rápidamente pedir hondas disculpas. Inquieto por haber ofendido, a sus compañeros, particularmente a Juan Castillo que le había recordado los inmortales servicios comunistas a la paz mundial.

Pero además, la campaña tuvo otra relevante diferencia con sus predecesoras. Un matiz propio relacionado con un fenómeno característico de estos tiempos, hablamos del populismo. Que desgraciadamente parece habernos alcanzado. No se nos oculta que se trata de una calificación tan en boga que a menudo pierde precisión. Es cierto además que el populismo refiere al principio mayoritario, una forma falaz de ejercicio del gobierno por parte de regímenes de carácter electoral. Consiste en la creencia que la democracia se reduce al gobierno de la mayoría, en desmedro de las instituciones, y de la cobertura cultural del estado de derecho. O sea, en síntesis, en la descalificación del liberalismo que, desde comienzos del siglo XX acompaña al régimen democrático complementando sus virtudes.

En nuestro país, Guido Manini Ríos y Edgardo Novick son aspirantes a dirigir populismos de derecha, Juan Sartori, posiblemente con algún matiz y más centrista al integrar un partido tradicional, mantiene, no obstante, características comunes con el par anterior. Los tres son advenedizos, carecen de tradiciones, nunca hicieron política y descreen de la misma, todos practican el antiliberalismo (Novick saludó el triunfo de Jair Bolsonaro en Brasil, Manini, denostó al poder judicial nacional, Sartori comparó el costo de las medicinas que prometió con lo que cuesta el Parlamento uruguayo). No son hombres de partido, más bien los desprecian así como a los tiempos, requisitos y protocolos de las instituciones y se piensan líderes populares apelando a su presunta capacidad militar o empresarial para conducir el país.

Respecto a los resultados de la actual puja, con incertidumbres algo adelantan las encuestas. Pese a sus imperfecciones el único instrumento con el que contamos para realizar pronósticos. En el Partido Colorado, probablemente el agrupamiento con un desenlace más incierto, tanto Talvi como Sanguinetti, pueden obtener el triunfo. Conjuntan novedad y tradición. Ambos sugieren que integrarán una lista común y parecen augurar un mejor resultado conjunto que el que consiguieron bajo Pedro Bordaberry, buen legislador y mal conductor.

En cuanto al Partido Nacional, pese a la embestida final de Sartori el Dr. Lacalle Pou, aparece como el más probable ganador. Ha mostrado tino y sobriedad para desempeñarse como opción de centro, por lo menos en la primera parte de este proceso. Salvo hipótesis catastróficas, que difícilmente ocurrirán debería obtener la candidatura del Partido. Menos claro es el segundo lugar, siempre según las encuestas, Sartori estaría aventajando al infatigable Larrañaga. Un resultado que no habla bien de los electores uruguayos.

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