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La franja del medio

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Una reciente encuesta de la empresa Equipos ha difundido la preferencia de los ciudadanos uruguayos por opciones políticas que convergen hacia el centro, ya que un 39% se sitúa en esa posición, con matices hacia diestra o siniestra que le incorporan un 34% más que no comulga con los extremos. En buen romance, los uruguayos tienden a no definirse por opciones radicales de un lado o el otro. Se puede decir: chocolate por la noticia, porque los vaivenes ideológicos vernáculos siempre han mantenido una clara y sostenida preferencia por la proximidad a la franja del medio con corrimientos moderados hacia izquierda en los quince años de gobierno del Frente Amplio, dado que las raíces de los árboles quedaron en su sitio. Sin embargo, hay algo en la encuesta que no se menciona y que en parte la condiciona, a mi modo de ver.

El término Derecha política, como el de Izquierda política, tiene su origen formal en la votación que tuvo lugar el 11 de septiembre de 1789 en la Asamblea Nacional Constituyente surgida de la Revolución Francesa, en la que se discutía la propuesta de un artículo de la nueva Constitución. Allí se establecía el veto absoluto del Rey a las leyes aprobadas por la futura Asamblea Legislativa. Los diputados que estaban a favor de la propuesta, que suponía el mantenimiento de hecho del poder absoluto del monarca, se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea. Los que estaban en contra, y defendían que el Rey solo tuviera derecho a un veto suspensivo y limitado en el tiempo poniendo por tanto la soberanía nacional por encima de la autoridad real, se situaron a la izquierda del presidente. Así, el término “izquierda” quedó asociado a las opciones políticas que propugnaban el cambio político y social, mientras que el término “derecha” a las que se oponían a dichos cambios. Pero, esa diferencia refiere solo a esa asamblea y al debate específico de la misma. No obstante, el episodio puntual se generalizó y, lógicamente se estandarizó su ejemplo.

Mientras las fuerzas de la izquierda uruguaya, desde marxistas, socialdemócratas o democristianos, siempre reconocen su pertenencia a lo que se denomina desde el siglo XVIII “izquierda”, la posible derecha vernácula en sus núcleos partidarios nunca ha manifestado su pertenencia a ese espacio. ¿Es por una actitud vergonzante? No. Eso obedece en parte al origen de los partidos fundacionales, que en su surgimiento no necesitaron alinearse a esa dicotomía y, por tanto, en su declaración de principios jamás la aludieron. Pero, a su vez, la ubicación de estos en un contexto de izquierda-derecha, fue siempre definida por la izquierda, con el aditamento de que esta se autodenomina progresista, antiimperialista, solidaria, clasista y todos los etcéteras acumulables desde la concepción virtuosa que la mueve. Algunos de esos atributos pertenecen también a la social democracia de cuño nórdico, por ejemplo, pero fueron caudal del primer batllismo o del programa de Wilson de 1971. Para la izquierda, la derecha siempre es conservadora, autoritaria, privatizadora, fascista, regresiva y demás epítetos al tono. El gobierno cívico militar de la última dictadura fue eso y mucho más, pero hasta donde recuerdo, nunca se autodefinió como de derecha.

En general no existe una definición unívoca de derecha. El filósofo español Fernando Savater afirma que ya no puede hablarse de izquierda ni derecha y que solo cabe un pragmatismo político universal. Sin embargo, reflexiona que esos términos que han orientado a tantos durante un par de siglos se resisten a ser enterrados; ya no son dogmas ni banderas, pero pueden seguir determinando ideales de acción política. Hay que analizar como aplican esas categorías en nuestro espectro político.

El gobierno actual de la Coalición Republicana, mirado por muchos que se consideran de izquierda -en especial políticos- es de derecha, neoliberal, clasista, para los “maya oro”, excluyente, privatizador, tardío, lento e insuficiente. Por tanto son inexplicables los altos niveles de aprobación del presidente, ya en el cuarto año de su gestión, que superan hoy el 45%. Tampoco se explica el motivo por el cual, en la encuesta aludida, el ingreso de los más jóvenes -de entre 18 y 29 años- a la política actualmente se reparte entre los que ingresan por izquierda, 28% y los que lo hacen por derecha, 24%. ¿Saben esos jóvenes en qué se fundamenta la distinción?

Si ningún partido político en el Uruguay se define o manifiesta como de derecha, ¿por qué las encuestas, los analistas políticos, los medios y los propios políticos mantienen la denominación “derecha” vigente y útil para las definiciones ideológicas cuando en realidad tal definición es utilizada solo por la izquierda, es decir, los adversarios? Además: a la luz de la experiencia del siglo anterior y lo que va de este: ¿qué logros puede mostrar hoy la izquierda política para justificar su aureola de rumbo irreversible y correcto?

Ese es otro de los triunfos culturales de la izquierda, sin duda de los más importantes. Para la izquierda, es de derecha todo aquel que no pertenece a sus filas. Eso lleva a que las posiciones de centro tampoco sean bien vistas, porque alteran la dicotomía que la izquierda busca imponer. Este es un relato político que quienes no pertenecen a la izquierda -no voy a entrar en el juego llamándolos de derecha- no han sabido enfrentar, ni tampoco responder con argumentos que desmitifiquen esa idea hegemónica. La misma aceptación que exhiben para admitir ser definidos al barrer como “de derecha”, es la que tienen en el espacio cultural del que la estrategia gramsciana ha logrado apropiarse.

Volviendo a la encuesta, esta revela que el discurso hegemónico que la izquierda ha utilizado desde hace décadas, e impuesto, además, con la convicción de que todas las virtudes políticas, sociales y culturales están solo de su lado, comienza a desvanecerse en el aire como todo lo sólido, dijera Marx. La franja del medio crece y, pese a la que la izquierda llama “derecha” -muda, sorda y ciega- no se quita prendas ni aclara su no pertenencia a esa mirada binaria y simplificadora, es una buena noticia para la democracia uruguaya que los extremos ideológicos se debiliten.

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