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juan martín posadas
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Lo que ahora se conoce como “Un Solo Uruguay” tuvo un primer nombre espontaneo: los autoconvocados. Nacieron así, nadie los arrebañó, no seguían a nadie. Seguían un impulso y una visión. 

Un día se encontraron juntos y vieron que eran muchos. Muy pocos entendieron qué era ese fenómeno que nacía: quizás ni ellos mismos. El Frente Amplio, que vive de sueños (o delirios) y cree que la calle y la plaza son su patrimonio exclusivo, no entendió que otros -desconocidos y sin antecedentes- pudieran juntar tanta gente bajo el cielo. En aquel enero de fuego, más propio para quedarse en la playa o a la sombre del parral, se juntó una pueblada en Durazno.

¿A qué fuimos los muchos que fuimos? La proclama, las palabras del Serrano, el texto de Blasina, todo eso lo conocimos recién después que llegamos. Pero lo aplaudimos porque algo de eso era lo que íbamos buscando. Los analistas, desconcertados ante la novedad, lo interpretaron como un acto de protesta del campo. No vieron lo que tenían delante de la nariz. Ahí había una cosa nacional, vaga pero potente, que se originaba en cosas como el aprecio del trabajo (aunque con un sesgo algo arcaico y manual) y el rechazo de la burocracia, de los que se rascan la panza y dictan cátedra. Una desaprobación visceral de la prepotencia, del revoleo de las mayorías absolutas, del recurso a la pesada sindical, del país dividido entre los iluminados y los retrógradas, entre la ciudad y el campo.

Han pasado varios años desde aquel enero en Durazno. No solo el Frente Amplio sino la totalidad de los partidos políticos sigue sin entender cabalmente ese movimiento. Ellos mismos vacilan. Sucede que los profetas, tarde o temprano, tienen que fundar una iglesia y convertir el mensaje en un texto; de lo contrario se lo llevará el tiempo. Les va a costar hallar un camino de institucionalidad (autoridades, formas de representación, mecanismos de acuerdo) pero es inevitable.

En el momento inicial se cuidaron de arrimarse a un partido o dejar que se les metiera dentro. Aplaudí la medida. Ahora parece que quieren crear uno. Pero dudan, porque en el arranque, tan espontaneo, hubo un claro sesgo antipolítico; en parte referido a la política dominante en aquel momento, el menguante del Frente Amplio: pero también como distancia crítica de muchas malas prácticas políticas generalizadas, uruguayizadas, con carta de ciudadanía de muchos años.

El par de años de trotar por el camino les hizo encontrar a los autoconvocados otra denominación: por un solo Uruguay. Lo que les hizo darse ese nuevo nombre fue la resistencia a la legitimación de los programas excluyentes, el rechazo de las visiones nacionales divididas, donde solo se considera valioso lo que una parte frena o neutraliza de la otra parte y el beneficio para el país llega de rebote (si llega).

En las elecciones para el BPS sacaron 450.000 votos sin mucha propaganda, gastos ni movilización. En esa misma semana el Frente Amplio, desplegando todo su aparato, obtuvo 110.000 en su elección interna de renovación de autoridades. No era ésta última una elección obligatoria, es verdad. Pero tampoco era obligatorio votar los candidatos de Un Solo Uruguay para el BPS y aparecieron los votos.

El atractivo de esta fuerza, que por ahora no tiene estatutos ni dinero ni sede y sus dirigentes son amateur, radica en que mantiene algo que hace contacto con el Uruguay de hoy. Hay varias cosas -ésta y otras- que se están moviendo en este nuestro país, tan hecho a la cultura de la repetición. Prestar atención.

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