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El Partido y el país

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Juan Martín Posadas
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Ha tenido lugar la Convención del Partido. Fue un jalón importante. Los blancos nos hablamos a nosotros mismos en el salón del Club Neptuno. Los candidatos nos hablaron de la unidad partidaria, de sus compromisos de competir en la interna sin herir esa unidad, sin perder de vista el objetivo inmediato que es ganar las próximas elecciones. Bien.

Después de ese paso necesario se abre otro capítulo que, sin perder de vista aquel objetivo inmediato, ha de dirigir el fervor partidario hacia el gran objetivo permanente, a cuyo servicio ha estado históricamente el Partido Nacional: el Uruguay. El Uruguay como Patria, como hogar común, como orgullo y como tarea.

Para ello, el Partido, los candidatos, los Directores y los heroicos militantes de a pie tenemos que fijar la vista en la dificultad específica que tiene el país tal como se encuentra ahora. Para enfrentarla con éxito lo primero es identificarla, ponerla en palabras. No hay otro Uruguay aceptable que un Uruguay sin exclusiones; rehacerlo va a ser la mayor dificultad.

El Partido Nacional tiene que proponerse, como futuro gobierno, enmendar y remendar muchas cosas horribles que estos gobiernos del Frente Amplio han perpetrado, destruido o dejado que se destruyeran. Pero, a la vez, el Partido se ha de comprometer con esa necesaria tarea en un espíritu de inclusión hacia todos los uruguayos que en el pasado han votado las listas del Frente Amplio. Este es el mensaje que ha de ser base de todos los otros compromisos y planes de gobierno. Personalmente quiero invitar a votar a un Partido que diga claramente qué actitud va a tomar con el medio país que no lo habrá votado.

Nuestro país, dividido co-mo está, tiene que volver a mirar a la Paz de Abril y la sabiduría política que la habilitó. Ella nutrió a la República por muchos años, hasta la locura de la guerrilla y el insensato golpe militar. Esa lucidez política, que puso fin a la Revolución de las Lanzas, sentó los cimientos de nuestra convivencia porque estableció co-mo base fundante el reconocimiento de que ni colorados ni blancos tendrían futuro imaginándolo en la desaparición (o humillación) del otro: solo había futuro si lo había para los dos, si se construía sobre la hipótesis de dos actores legítimos.

Hoy el Uruguay está dividido, profundamente dividido. Así no hay futuro. Está dividido no porque la ciudadanía reparta su voto en dos mitades —de eso— sino porque en los últimos tiempos se ha legitimado el discurso excluyente y descalificador y se ha generalizado ese discurso. En este país así herido ningún proyecto político para mañana tendrá la calidad necesaria para encarar los otros graves problemas (económico, social, de vivienda, educación, etc. etc.) si no cuenta con (si no se ha ocupado de tener) una voluntad de inclusión honesta y visible. Un tono y talante incluyente debe caracterizar desde ahora al discurso del Partido Nacional: todo lo demás viene después.

El Partido Nacional tiene por delante la tarea de proponerle al Uruguay una calidad de vida política que fomente la tramitación de las relaciones de poder —que son naturales a toda sociedad de matriz democrática— a través de una democracia efectiva y sin prepotencias ni exclusiones. Nuestro compromiso no resultará verdadero sin un espíritu inclusivo hacia la otra mitad de los uruguayos que no nos habrá elegido como gobernantes.

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