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Tiempos de Cyranos

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isabelle chaquiriand
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En 1897, se estrenaba en París Cyrano de Bergerac, el famoso drama en verso de Edmond Rostand, basado en la vida del personaje del mismo nombre.

Esta historia de amor entrañable tuvo varias adaptaciones al cine y al teatro, entre ellas una espectacular película de los 90` con Gérard Dépardieu que le valió una nominación al Oscar. La historia cuenta sobre un soldado y poeta, ingenioso y culto, con un único inconveniente: una nariz ridículamente grande, lo que le impide declararle su amor a su prima por temor al rechazo. La hermosa Roxane a su vez está enamorada de Christian, un cadete de soldado que, a diferencia de Cyrano, es bellísimo, pero carece de todo ingenio.

Más allá del triángulo amoroso, el centro de la historia es el personaje de Cyrano. Extremadamente carismático, tras su bravuconería esconde el gran complejo que le provocaba su enorme nariz. Espadachín del acero y del lenguaje, es un personaje inoportuno, que encarna la rebeldía crónica al sistema y firmeza en sus valores. Su condición física lo habilita a ostentar su singularidad en los demás aspectos de la vida. Constructor del heroísmo en cada detalle, aspira a la grandeza en lo que él mismo define en las últimas palabras de la obra como “mon panache”. Expresión que no tiene una traducción exacta, cuya equivalencia literal sería “penacho”, pero en términos poéticos y dramatúrgicos significa todo aquello que él representa: una mezcla de valentía, orgullo, estilo, elegancia y dignidad, que se luce, sin llegar a ostentar. O como el mismo Rostand lo definió: “es el espíritu de valentía, de bromear frente al peligro como una delicada negativa a tomarse a uno mismo trágicamente; es la modestia del heroísmo, una sonrisa con la que uno se disculpa por ser sublime”.

Cyrano representa integridad, coraje, lealtad, amor, honor, y orgullo, sin llegar al ego y a la soberbia. Y siempre con una inteligente cuota de humor. Rechaza cualquier forma de cobardía o de apartamiento a sus principios. “No, gracias” dice en su monólogo donde expresa su renuncia a vivir una vida que implique “cambiar de camisa para obtener posición”, “convertirse en payaso, adular con vileza por temor”, “desayunar cada día un sapo” que remata con la famosa triple negativa.

Pero detrás de todo ese “penache”, de todo ese orgullo, Cyrano logra dejar de lado su síndrome de necesidad de atención permanente por un bien mayor, cuando considera que es lo correcto. Y así actúa con Roxane, ayudando a que Christian consiga su beso y triunfo final, secreto que cuida hasta justo antes de su muerte. Antes que el orgullo, estuvo la generosidad del amor y la integridad.

La obra de teatro (y la película) se han convertido en clásicos del arte francés de todos los tiempos. Uno de esos héroes que inspiran, admirados por muchos. Pero si miramos nuestra cotidianeidad, son los menos comunes. Desde la comodidad del sillón de nuestras casas todos queremos ser el Cyrano de nuestra historia, pero en el día a día de nuestra vida profesional, personal, política, social, son una rareza.

Qué necesarios son los Cyranos de Bergerac hoy en día. En estos tiempos donde el coraje y los valores, junto con la fortaleza para sostenerlos, son cada vez más escasos, pero cada vez más necesarios.

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