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Uruguay está caro y va a seguir estándolo. Por tanto, es vital persistir con el proceso de reformas necesario para que las empresas instaladas en el país puedan competir. El camino es largo, no se debería frenar por el proceso electoral y menos aún dar marcha atrás en el próximo gobierno gane quien gane.

El tipo de cambio real bilateral con Estados Unidos (el valor del dólar en relación con el resto de los precios en Uruguay) está 25% por debajo de los valores promedio histórico. Este número es similar o mayor con respecto a las monedas de todos los mercados a los que Uruguay vende sus productos (bienes y servicios) y también en relación con las monedas de los países que compiten con Uruguay en esos mercados. Si se consideran los fundamentos de la economía uruguaya que afectan el valor del dólar (la productividad, el ingreso del sector privado y el gasto público), estamos cerca de un 25% más caros que lo que deberíamos.

El problema arranca el año pasado cuando el dólar en Uruguay fue a contramano del mundo. Durante 2022, el valor global del dólar aumentó 11% mientras que en Uruguay cayó 10%. Entraron muchos dólares al país, lo que hizo caer su valor: exportaciones récord del sector agropecuario, inversiones asociadas a la tercera planta de celulosa, exportaciones crecientes de servicios de TI, e ingreso de turistas luego de la apertura de fronteras. Además, hubo poca demanda de dólares: Ancap tuvo que comprar cerca de 1.500 millones de dólares para adquirir crudo y no fue al mercado, sino que los consiguió dentro del gobierno (las reservas de Banco Central cayeron en magnitud similar).

En 2023 la caída del dólar en Uruguay es similar a la observada a nivel global (7%). Desde fines del año pasado, el dólar pierde valor con respecto a todas las monedas como consecuencia de cambios en la política monetaria de Estados Unidos, y no se esperan cambios en el corto plazo.

El dólar bajo en Uruguay ayuda a cumplir con el objetivo de inflación del gobierno. En las próximas horas se conocerá el dato de la inflación de junio, que probablemente sea negativa, y deje a la inflación anual cerca del 6%. El valor promedio del dólar en mayo fue 39 pesos y cayó a 38 en junio.

Según los cálculos de Ceres, en base a la relación histórica entre el tipo de cambio y la inflación en Uruguay: si el dólar cierra en el año en 37 pesos la inflación quedaría por debajo del 6% (el techo del rango meta del Banco Central). Mientras que, si el dólar cerrara el año en 42,5 -valor cercano al que se proyectaba para fines de 2023 hace un año, la inflación se acercaría al 9%.

La situación afecta el futuro. La evidencia muestra que el encarecimiento con respecto al resto del mundo reduce el crecimiento económico en los países si no viene acompañado de reformas que mejoren la competitividad. Así ha sucedido en Uruguay. Si se consideran los últimos 25 años, cuando el país estuvo en situaciones similares a la actual, el crecimiento anual de puestos de trabajo se reduce de 2,2% a 0,9%, y el de la inversión de 6,9% a 3,2%, respecto a cuando no está tan caro en dólares.

Dado que probablemente sigamos caros, hay que apretar el acelerador para corregir ineficiencias internas que determinan que Uruguay sea poco competitivo internacionalmente. Esto implica seguir con reformas, muchas de las cuales están presentes en el programa de gobierno. Propongo un camino para avanzar: iniciar ya mismo el proceso para ser miembro pleno de la OCDE. Se nos abrió la puerta.

En mayo pasado en el Comité de Relaciones Globales de la OCDE hubo una discusión sobre candidatos potenciales para ingresar como miembros plenos y en varias ocasiones se mencionó a Uruguay. Se analizó el caso y se concluyó que Uruguay se beneficiaría ampliamente con un “Programa País” (financiado por la UE), para procesar las reformas que Uruguay tiene que impulsar para poder competir siendo un país caro.

La OCDE surge en París en 1961 con 20 miembros y crece de forma permanente. Hoy incluye a 38 países comprometidos con los valores de la democracia liberal y la fortaleza institucional, que representan el 65% de la producción global. Ser miembro de la OCDE para un país es similar al logro de un valioso certificado de calidad para una empresa. No es otra cosa que avanzar en la implementación de mejoras que previamente se entiende que son necesarias.

Hay que animarse a dar el paso. Hay apoyo político: dos terceras partes de los actuales legisladores están de acuerdo con que Uruguay inicie el proceso para ser miembro pleno de la OCDE, y entre los restantes la mayoría no tiene una posición tomada al respecto. Son muy pocos los que están en contra.

Para que las empresas puedan competir hay que hacer más eficiente al Estado, mejorar regulaciones, eliminar sobrecostos, profundizar la inserción internacional para vender en mejores condiciones en mercados sofisticados que estén dispuestos a pagar por productos de calidad, producidos bajo los más exigentes estándares de sostenibilidad. Uruguay puede hacerlo por cuenta propia: sí, nadie lo niega. También lo puede hacer en el proceso para ser miembro de la OCDE y además beneficiarse con la señal que le envía al mundo.

Un país caro con fundamentos de país barato no es sostenible en el tiempo. Y para tener fundamentos de país caro no hay atajos, hay que seguir con reformas.

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