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La rara muerte del marxismo

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IGNACIO DE POSADAS
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Como tantos, al ver las imágenes de la demolición del Muro de Berlín a manos de cientos de personas, delirantes de alegría, pensé que el marxismo estaba liquidado. Nunca más.

¡Cómo me equivoqué! No murió: mutó.

Gottfried, en su libro del título, sostiene que el marxismo continuó creyéndose una suerte de religión, combativa al estilo de algunas versiones del Islam: la lucha del bien multicultural contra el mal xenofóbico, encarnado en instituciones burguesas, ya no tanto económicas: la familia tradicional, el género, la raza. Nuevas categorías para sustituir la lucha de clases.

El materialismo científico y el determinismo dialéctico, pilares del dogma marxista, se hicieron pedazos con el muro. La antropología de Marx no soportó los embates de la realidad. El “hombre nuevo” envejeció rápidamente y el iluminismo voluntarista de los grandes planes económicos y sociales quedó en un montón de fierros viejos y reiteradas hambrunas.

Pero si las intuiciones de Marx fracasaron al querer construir castillos en el aire, basados en un homo economicus fantasioso, no ocurrió lo mismo con algunas de sus percepciones psicológicas. En Manuscritos Económicos y Filosóficos, Marx ensayó su tesis sobre la alienación del ser humano y los efectos deshumanizadores de la propiedad privada. Esas líneas de pensamiento sobrevivieron al derrumbe del edificio marxista y encontraron campo fértil (o sus seguidores lo crearon), ya no en las relaciones económicas, violentadas por la propiedad y el despojo de la plusvalía, sino en la alienación por el género y la raza.

Los escritos tempranos de Marx son una prolongación de la tesis de Hegel sobre la historia y la alienación que resulta de una vida que no satisface sus necesidades externas.

Sobre esas bases los socialistas pudieron rescatar de las ruinas el concepto de “alienación”, llevándolo a otros planos que lo económico-materialista. Eso, a su vez, le permite a la izquierda mantener vivo el espíritu de confrontación y la convicción de pureza moral frente a mayorías pequeño burgueses, social y políticamente opresoras.

Cambia, aunque no totalmente, el campo de batalla y al costado de las reivindicaciones materiales (que Lenin llamaba -despectivamen- te- sindicales), aparecen otros frentes: la ideología de género, la admisibilidad del aborto, la desestructuración de la familia.

Al decir de F. J. Contreras: “Para (el marxismo) supuso un golpe mortal la integración del proletariado en la sociedad liberal, el incumplimiento de la profecía marxista sobre la pauperización progresiva de la clase obrera y la consecuente indefectibilidad de la revolución. Pero el marxismo se ha sobrevivido a sí mismo en el feminismo de segunda ola, el homosexualismo, el indigenismo… Todos ellos buscan nuevos sujetos revolucionarios que reemplacen al proletariado aburguesado. La tensión dominador-dominado que Marx declinaba solo en clave de clase social (burgueses contra obreros), es ahora reformulada en clave de género, de raza o de orientación sexual… El resultado… es la tribalización de la sociedad, su fragmentación en grupos…” (Liberalismo, Catolicismo y Ley Natural).

El nuevo “hombre nuevo” rompe las superestructuras culturales que quieren subyugarlo con pretensas categorías, como la sexualidad natural, la vida desde la concepción o la familia como construcción ínsita en la naturaleza del ser humano.

Romper esos moldes lo hace libre. ¿Libre para qué? Para exigir de los demás la satisfacción de sus derechos. ¿Qué derechos? Todos aquellos que sean expectativas obtenibles por la fuerza.

Mi futuro ya no dependerá fundamentalmente de mi esfuerzo y los deberes no jugarán un rol central en mi vida. Todo girará en torno a mis derechos y a mi capacidad de conseguir que otros (adversarios por definición) me den lo que persigo.

La voluntad sigue siendo el eje del pensamiento izquierdista y el discurso su arma más eficaz: el aborto no es matar sino apenas “interrumpir”; privar a otros de su propiedad es la extensión natural de mi derecho, la educación debe serme dada, mi compromiso de vida ya no tiene por qué ser una entrega amorosa y creativa, sino un arreglo, sin plazo, ni demasiadas obligaciones sujetas a resultados.

Esta mutación del marxismo sigue el camino de su antecesor, imaginando poder cambiar la naturaleza del hombre y de la sociedad y, por los mismos motivos, un día se derrumbará. Pero no antes de haber sembrado el mundo de seres humanos mutilados y fracasados. Ya no serán los modelos ficticios de producción que desembocan en pobreza y privaciones económicas. Pero, esta corriente dejará el tendal de seres humanos insatisfechos e inadaptados.

Con su habilidad para los nombres y el relato, la izquierda conseguirá que perduren por mucho tiempo los desvaríos voluntaristas. Conseguirá, como ya lo ha hecho, ocupar las alturas morales en muchas culturas, para avasallar y acobardar a quienes pretendan oponerse.

Eso es precisamente lo que ocurre en nuestro país. Hoy nadie tiene miedo al comunismo. Lo que tienen es temor a que les digan que no son progresistas ni solidarios.

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