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Liberales y populistas

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hugo burel
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Si algo revela el desarrollo mundial de la pandemia es una nítida diferencia de los gobiernos en la respuesta sanitaria, social y política ante el Covid-19.

Mientras Estados Unidos, México, Gran Bretaña, Brasil, Hungría, Nicaragua, y por supuesto China han mostrado la peor cara de sus respectivos gobernantes, otras naciones como Nueva Zelanda, Dinamarca, Noruega, Alemania, Taiwán y Uruguay, manejan la crisis sanitaria con responsabilidad y por tanto obtienen mejores resultados en la lucha. En especial porque el poder político se asesora con los científicos antes de tomar decisiones y acude a la ciencia en vez de al capricho irreflexivo de gobernantes irresponsables.

En una reciente entrevista que La Vanguardia de Barcelona le realizó al po- litólogo norteamericano Francis Fukuyama, este declaró que los líderes populistas tratan de sacar partido de la situación sanitaria. Puso como ejemplo a Viktor Orbán en Hungría, que acapara poder y está convirtiendo a su país en un estado casi totalitario. Asimismo, afirmó que existe una correlación muy fuerte entre liderazgo populista y mala gestión de la pandemia.

Fukuyama señaló que Estados Unidos y Brasil tienen líderes populistas que no hacen caso a los expertos porque creen que la economía es más importante que la salud y han aplicado políticas desastrosas, muy perjudiciales para sus países. El politólogo cree que la pandemia puede castigar a estos líderes por su ineptitud para gestionarla. No obstante advierte que las democracias corren el peligro de debilitarse por nacionalismos y políticas aislacionistas.

Las reflexiones de Fukuyama se aplican claramente a nuestro país. A 14 días después de asumir, el gobierno recién electo se encontró con un desastre planetario que ingresó a Uruguay y cambió todos sus planes. La declaración de emergencia sanitaria rápidamente decretada inició una serie de medidas que fueron comunicándose con firmeza y convicción, y sin violentar derechos ni caer en actitudes autoritarias. Pero sobre todo, respetando a los médicos y científicos que asesoraban sobre la pandemia. Hasta se creó un comité dirigido por tres profesionales de primer nivel para asesorar de manera honoraria al gobierno.

Cuando el presidente Lacalle Pou asumió su mandato el 1° de marzo, escribí: “La banda que hoy le cruzará el pecho le impone el desafío de recuperar para el Uruguay la seguridad, la educación, el marco de convivencia, la economía, el empleo, la sociedad integrada, el respeto por la autoridad amparada en la ley y luchar contra el conformismo paralizante y ese “masomenismo” facilongo que día a día construye mediocridad y asfixia el futuro”.

Hoy siento que el presidente no ha defraudado esas expectativas ni abjurado de las ideas y principios que lo llevaron a la presidencia pese a haber tenido que enfocar su gobierno casi en un único tema excluyente.

Esa coherencia radica en sus convicciones liberales. Las de él y las del equipo que lo acompaña. Eso se ha visto en cada conferencia de prensa que el gobierno ha ofrecido desde que se enfrenta la pandemia. Respondiendo todas las preguntas y tratando con respeto a cada periodista sin recomendarle a ninguno que vaya a ver a un psiquiatra. Aplicando medidas con total transparencia y fundamentando las mismas sin temor a pisar algunos callos hasta ahora sagrados. Asumiendo la responsabilidad de la hora sin cálculos políticos y llamando a las cosas por su nombre. En definitiva, respetando a la gente: a quienes lo votaron y a quienes no.

Eso explica que las últimas encuestas hayan arrojado cifras claras de aprobación: el 75 por ciento de los encuestados aprueba las medidas del gobierno ante la pandemia y un 57 o más está conforme con la gestión del presidente.

Además, la gestión de la cancillería y del canciller Ernesto Talvi en la repatriación de los uruguayos varados en el extranjero y la ejemplar gestión ante el drama sanitario del crucero Greg Mortimer, han colocado al Uruguay en las noticias del mundo como ejemplo de actitud solidaria, humanitaria y responsable.

Todo esto nos posiciona muy lejos del populismo ignorante y errático que nos rodea y nos ubica dentro de los países que mejor han gestionado la pandemia. Quedó demostrado que la cuarentena obligatoria, que muchos reclamaban se aplicase, no fue necesaria. Bastó que se recomendara la reclusión voluntaria para que la gente respondiera y mayoritariamente cumpliera la medida. Lo mismo sucede con el uso del tapaboca, que se ha ido generalizando pese a los contradictorios mensajes de algunos expertos sobre su uso.

En la mayor crisis sanitaria, social y económica del siglo, Uruguay vuelve a ser un ejemplo en la región y en el mundo gracias a la acción firme y clara que la coalición de gobierno ha instrumentado. Pero esa claridad y firmeza necesitan permanentemente del apoyo de la gente, sin el cual ninguna estrategia puede ser exitosa.

De esto salimos entre todos o no salimos. El lavado de manos en esto no funciona y las medidas populistas tampoco.

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