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La integración social

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Francisco Faig
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¿Cómo lograron los países occidentales procesar una integración social vertical en una de las épocas de mayores cambios sociales, demográficos, tecnológicos y económicos, como fue la de las décadas que van de la unificación alemana en 1871 a la primera guerra mundial de 1914?

La respuesta permite ver comparativamente cómo se enfrentó un problema que sigue hoy muy vigente, aunque, claro está, con aristas diferentes a las de finales del siglo XIX. En aquel entonces hubo sobre todo cuatro procesos que ayudaron a esa integración vertical que abarca a las diferentes clases sociales. Ella, a su vez, aseguró la conformación de unos Estados modernos que, luego de la segunda guerra mundial, terminaron siendo los protagonistas del desarrollo económico y social más formidable de la historia de la humanidad.

Primero, la integración se dio a través de las nuevas formas del trabajo industrial, urbano y masificado que sustituyeron las viejas prácticas atomizadas agrícolas e industriales rurales. Segundo, hubo una generalización de la educación pública escolar para las mayoritarias clases populares, con su marco igualitario y con la extensión de una identidad nacional estrechamente ligada a la afirmación del Estado.

Tercero, la universalización del servicio militar colaboró fuertemente en la mayor disciplina de los jóvenes conscriptos y también generalizó un sentimiento de unidad nacional clave para una mayor integración. Y cuarto, la emigración masiva de las clases menos pudientes significó una multitudinaria válvula de escape con destino sobre todo a las Américas: aquel que no encontraba su futuro en la nueva sociedad que se estaba forjando en la modernidad europea podía buscarlo en el desafío sacrificado que ocurría del otro lado del Atlántico.

Con mayor o menor destaque según la particularidad nacional y según la época, estos cuatro procesos permanecieron vigentes a lo largo del siglo XX y apuntalaron la integración social en los países occidentales. Por supuesto, las fatales y repetidas guerras también contribuyeron en esta forja de un sentimiento nacional que hizo que las más diversas gentes, como un vasco francés pobre y un alsaciano rico por ejemplo, compartieran la idea de un devenir solidario y común.

Hoy en día enfrentamos radicales cambios económicos, comerciales y sobre todo tecnológicos, similares en su amplitud y profundidad a los de finales del siglo XIX y de enormes consecuencias en lo laboral y en la vida cotidiana. Sin embargo, no se verifican los procesos que tuvieron buenos resultados en el pasado con relación a la integración vertical: el trabajo dejó la socialización masiva de la fábrica y gana espacio la atomización del servicio individual; la baja probabilidad de guerra general ha hecho innecesarios los servicios militares universales; y la emigración occidental ya no es tan masiva como antes. La escuela sí se mantiene, pero el amplio aumento del nivel de estudios hace que el nuevo reto sea ahora la generalización del nivel universitario.

Así las cosas, uno de los mayores desafíos políticos actuales en Occidente es encontrar cuáles son los nuevos instrumentos de integración social vertical que cumplan el objetivo de hacernos sentir que formamos parte de una misma entidad nacional.

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