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El sindicalismo dando la nota

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El movimiento sindical uruguayo está atravesando una crisis alarmante. Continuamente, y de manera desinhibida, la oposición política es a todas luces contradictoria, e intenta a los tumbos volverse la oposición de hecho, asumiendo un rol que excede sus fines prácticos, no cumple con lo que sus afiliados necesitan y esperan, y en el que a sus principales dirigentes se los ve desconcertados, ya que o no saben desempeñar el papel, o aún no encuentran su propia voz narrativa.

Normal. Debe ser difícil aprender a no cogobernar, y a tropezar día a día con un archivo que no perdona el hecho de haber tendido la mano a sangrientas dictaduras y truncados emprendimientos económicos.

Todo tiene un límite, y la gente no es tonta. El Pit-Cnt, que durante quince años vivió en simbiosis con el gobierno frenteamplista, se encuentra absolutamente fuera de foco. Por momentos confunde el hecho de ser escuchado, con el cogobernar e intenta plantarse como el jugador político de primera línea que fue cuando gobernaba en sociedad con el Frente Amplio, pero la realidad es que ahora, no es más que otro grupo de presión de los tantos que existen en la sociedad y le golpea duro en su autoestima colectiva y hace que tanto sus principales dirigentes, como los distintos sindicatos, erráticamente reboten entre su afán por intervenir en lo político y su quehacer estrictamente vinculado a las relaciones laborales y demás aspectos relevantes al país.

Un día tras otro es noticia algún dislate. Abuso de las licencias sindicales. Intentos de amedrentar trabajadores que no desean adherirse a huelgas violando así su derecho al trabajo. Críticas desmedidas a cuanto hace el gobierno. Y se suma el pedido de la reducción de la jornada laboral.

En países desarrollados, economías prósperas, con altos niveles de productividad sí es viable efectuar reducciones en la jornada de trabajo -pero no es nuestro caso- no puede plantearse en una sociedad pobre, como la define Marcelo Abdala, donde los trabajadores cuentan con salarios que han perdido nivel adquisitivo, donde además refiere a que hay desempleo y que el empleo existente es de mala calidad, donde los ajustes caen en las espaldas de los trabajadores. Si es esa la realidad que sirve de bandera política, ¿cómo puede sostener que sea viable reducir la jornada laboral y aumentar la pobreza?

El mundo moderno requiere capacidad de adaptación que no quiere decir pérdidas de derechos. Antes de hablar de reducción de la jornada -como se está haciendo en estos días lo que es un tic natural de imitación de realidades más desarrolladas que la nuestra- hay que empezar por capacitar a todos los trabajadores y en especial a los dirigentes sindicales del futuro para poder generar así ambientes colaborativos y no combativos en base a ideologías caducas.

Para poder avanzar nuestra creatividad e instintos comerciales deberían afinarse. Y este es un esfuerzo que debe realizar todo el país, debería ser un desvelo de nuestra sociedad civil. Es una tarea que deben acometer empresarios, trabajadores y Estado. Pero es un cambio cultural que también requiere del compromiso de todos. Es hora de dar vuelta la página, claro está que pensar en clave de lucha ya no es redituable en un mundo que necesita dinamismo y soluciones.

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