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Cuentos que se cuentan

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JUAN MARTÍN POSADAS
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En el Uruguay de hoy desde filas de la oposición rige una tendencia de rechazo sistemático al gobierno: una sobrecarga en la negación.

Aun en los casos en los que el rechazo de plano es impracticable por ser necesaria la medida tomada por el gobierno, el discurso es: está bien pero llega tarde, o está bien pero es insuficiente.

Dentro de ese registro negativo básico aparece una variante que tiene características interesantes, como enseguida se verá. Será porque algunos miembros de la oposición están más enojados y rabiosos que otros, será porque quieren resultados más rápidos y visibles de sus intervenciones, el caso es que llevan el discurso al paroxismo. Ofrezco algunos ejemplos, no como refuerzo de la prueba sino para que se entienda el hilo del razonamiento. El senador Mahia, otrora tan comportado, ha dicho que este gobierno es un “narcogobierno”. En su momento dijeron que la LUC iba a dejar en la calle a los inquilinos e iba a privatizar la educación pública. Según la actual Presidenta del Sindicato Médico, durante la pandemia el gobierno propició un genocidio.

La táctica de asustar a los pequeños con el cuento del hombre de la bolsa hace mucho que dejó de ser efectiva. La suposición (o el deseo) de que la denuncia exagerada y los augurios de calamidades desmesuradas vaya a tener el efecto que sus promotores auguran parece dudosa. La gente desactiva espontáneamente la espoleta de la amenaza tremendista. Los frenteamplistas serios se avergüenzan en silencio y el ciudadano común (votante), a cuya conquista y catequización va dirigido el tremebundo mensaje, lo diluye en el comentario del boliche. Lo grotesco no es eficaz.

Pero hay una mirada un poco más elaborada sobre todo esto. En el mundo académico europeo y de Estados Unidos se está discutiendo y se han escrito mucho sobre lo que se ha dado en llamar “story telling”. Denominan de ese modo a una mutación (o degradación) en la forma actual de hacer política, o en lo que ha venido a dar la política. Ya no se discute o polemiza en torno a teorías políticas, escuelas económicas, estadísticas, censos poblacionales, etc. sino que se crea y elabora una “story”, palabra que no quiere decir historia sino cuento. Se pasa a confiar más en el efecto emocional de ese cuento que en la consistencia de argumentos racionales, antecedentes históricos, o informaciones fácticas. Importa poco la relación con la verdad: lo que importa es la capacidad de despertar una emoción dirigida.

Aquí es donde entran los cuentos uruguayos. Está aquel cuento precursor, que se hizo famoso hace unos años, del país donde los gurises comían pasto. Ahora hay otros cuentos. Está el cuento de que el país tiene un narcogobierno que extiende pasaportes a todos los traficantes. El cuento del país cuyo gobierno perpetró un genocidio durante la pandemia. Y están los que aparecen todos los días.

Según los autores que están en el tema del “story telling”, hacer política en estos tiempos no es manejar planes de gobierno, impulsar reformas económicas, proponer variantes en las relaciones internacionales o cosas por el estilo. Hacer política hoy es fabricar cuentos que conmuevan emocionalmente. De eso se puede esperar una respuesta electoral, de lo otro, ya no.

Este planteo ni es invento mío ni surge de estudios sobre el Uruguay de hoy. Señalo dos académicos que lo tratan: Christian Salmon (Story telling) y Christophe Clave (Les voies de la strategie). En el ámbito local consultar con F. Pereira.

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