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Una pesadilla con final feliz

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CLAUDIO FANTINI
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Los norteamericanos no suelen festejar en las calles el resultado de una elección.

Normalmente, los paisajes urbanos no se alteran cuando se anuncia al ganador. Pero esta vez fue diferente. En muchas ciudades, miles de autos portaban banderas y tocaban bocina, mientras las plazas y explanadas se colmaban de gente que celebraba lo que mostraron los números cuando empezaron a quedarse quietos.

Sonrisas y lágrimas tenía el rostro de la emoción en las calles. Esa postal mostraba el paisaje de un inmenso alivio. Como si de golpe acabara un clima agobiante. Como si, al aquietarse, las cifras disiparan una atmósfera asfixiante.

Lo que vibraba en las calles fue descripto con palabras por Biden y Kamala Harris en el acto que encabezaron en Wilmington. Les bastó decir que gobernarían para todos los estadounidenses y no para una facción, que pondrían diálogo y negociación donde imperó la confrontación, y que restaurarían el trato respetuoso donde reinaron el insulto, la burla y la estigmatización.

La mitad mas cuatro millones de la sociedad, celebraba el final de lo que vivió como una pesadilla en la que un personaje aparatoso ocupó la totalidad del escenario actuando de sí mismo, con el libreto de una comedia oscura y grotesca. La posibilidad de no ver más esa actuación arrogante y despectiva, recuperando el silencio que lleva cuatro años secuestrado por una voz omnipresente, se mezcló armónicamente con las palabras de los vencedores.

Los discursos que le pusieron palabras al sentimiento de los aliviados, describieron, por contraposición, la etapa que ahora entra en convulsiva agonía. Y lo que empieza a terminar es un modelo de construcción de poder que sigue el método utilizado por liderazgos autoritarios de izquierda y derecha.

Ese método consiste en dividir la sociedad, inocular odio político, considerar “enemigo” al adversario, denunciar conspiraciones de medios de comunicación, colonizar el sistema judicial y estigmatizar a la parte de la sociedad que rechaza ese liderazgo.

La otra clave del método es convertir en núcleo duro de apoyo, a sectores que lleven tiempo sintiéndose relegados por la cultura liberal de la diversidad y la tolerancia. Convertir en feligresía a los sectores que el signo de los tiempos haya dejado de lado por considerar que sus convicciones y opiniones son anacrónicas y despreciables.

El kirchnerismo desenterró entre los escombros del Muro de Berlín a una variedad de marxismo que, desde entonces, se dedicó a idolatrar a Néstor Kirchner y su esposa. También redimió a los miembros y a los simpatizantes de organizaciones armadas de los años 70 que cometían asesinatos y secuestros, allanando el camino a la dictadura más abyecta de la historia argentina. Esos sectores abrazaron con fervor al matrimonio que los redimió y reivindicó implícitamente hasta sus acciones criminales y su intención totalitaria.

Trump, como Bolsonaro en Brasil, redimió a los racistas, los que odian a los inmigrantes, los que aman la posesión de armas, los fundamentalistas bíblicos y otros exponentes del ultra-conservadurismo. Esos sectores son su núcleo duro, al que se suman los que, sin simpatizar con Trump ni con su extremismo, consideran que su reelección garantiza la continuidad del crecimiento económico de estos años.

Los norteamericanos que celebran sienten un alivio similar al que sentían los venezolanos agobiados por el histrionismo narcisista y autoritario de Hugo Chávez, antes de que su muerte diera paso a una dictadura residual esperpéntica. La misma asfixia de los argentinos ahogados bajo la veleidad monárquica de Cristina cuando estaba en la presidencia y había convertido al Estado en escenario donde desplegaba su histrionismo.

Se trata de “egocracias”: sistemas donde el poder radica en el ego de los presidentes.

Parece absurdo poner en el mismo estante a líderes que esgrimen ideologías opuestas. El traje ideológico de los líderes sectarios puede ser diferente, pero el método que usan es el mismo y el objetivo también: imperar por sobre las instituciones.

El silencio de Trump es inquietante porque difícilmente reconozca su derrota. También la posibilidad de que él se vaya pero el “trumpismo” se quede en Estados Unidos. Al fin de cuentas, Trump quedará en las mejores condiciones para alcanzar el objetivo que se propuso cuando saltó a la política. Ni soñaba con llegar a presidente, lo que buscaba era escenarios. Quería promocionar el discurso anti-sistema que sería la línea editorial de su propia cadena de televisión.

Entró a las primarias republicanas y pasó a la elección presidencial, buscando escenarios para visibilizar su aborrecimiento a las elites intelectuales y políticas, a la América ilustrada y a la institucionalidad.
Sin cambiar el discurso, terminó en la Casa Blanca, el mejor escenario para que su agresivo histrionismo cautivara a los ultraconservadores.

Ahora podrá retomar aquel proyecto. Trump TV: el canal que haga ver a Fox News como exponente de una moderación pusilánime.

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