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La guerra de papel

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CLAUDIO FANTINI
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El cierre de los consulados chino en Houston y norteamericano en Chengdu, fue considerado un gran salto hacia “la nueva Guerra Fría”.

La diferencia principal entre la Guerra Fría que marcó el siglo XX y la que podría marcar el siglo XXI, es que las democracias capitalistas de Occidente y la órbita soviética querían la destrucción total de la contraparte como sistema político, económico y social; mientras que Estados Unidos y China no pueden buscar la destrucción total del otro debido al daño económico que se causarían a sí mismos.

Sólo pueden aspirar al primer puesto en el liderazgo tecnológico y económico, relegando a la contraparte a la segunda posición, pero en modo alguno su desaparición como potencia.

Para restar importancia al poderío de las potencias capitalistas, Mao Tse-tung las describía como “tigres de papel”. La versión siglo XXI de la Confrontación Este-Oeste sería una “Guerra Fría de papel”.

Los titanes que se enfrentan hoy tienen sistemas socio-económicos complementarios y se necesitan mutuamente en muchos sentidos; en cambio los sistemas socio-económicos norteamericano y soviético necesitaban la desaparición del otro para subsistir.

Esto lleva a otra diferencia: como se trataba de sistemas antitéticos, concentraban la disputa en el liderazgo armamentista y militar, pudiendo pactar una “coexistencia pacífica”. Un pacto difícil, pero posible si se dividía el mundo en dos áreas de influencia. Y ese pacto era necesario debido a la Destrucción Mutua Asegurada.

En cambio, a diferencia de la Confrontación Este-Oeste, la actual pulseada entre Estados Unidos y China es por el liderazgo económico y tecnológico, lo que hace más difícil partir el mundo en dos áreas de influencia y, por ende, también reduce las posibilidades de un pacto de coexistencia.

La Destrucción Mutua Asegurada que impedía ataques militares directos entre Washington y Moscú, hoy existe en el terreno económico y tecnológico entre norteamericanos y chinos. Ese es el escenario en el que Washington y Beijing compiten por el liderazgo global y donde no pueden atacarse masivamente, porque la destrucción del otro implica en gran medida la propia destrucción.

No obstante, la escalada de tensiones crece. La “guerra comercial” detonó fuertes roces por el espionaje tecnológico y científico, la tecnología 5-G, Huawei, los aranceles y otros puntos relacionados a la disputa por el liderazgo económico-tecnológico. Y cuando un acuerdo firmado el 16 de enero prometía avanzar hacia la convivencia, irrumpió el coronavirus frustrando la voluntad de entendimiento y detonando una nueva escalada que incluye tensiones por Hong Kong, la expansión china en el mar oriental, la persecución de uigures en Xinjiang, la soberanía de Taiwán y otras cuestiones geopolíticas de altísima sensibilidad.

¿De verdad es la voluntad de Donald Trump mantener semejante pulseada en estado de máxima tensión? Hay razones para pensar que no. Si bien el primer informe de su gobierno sobre Seguridad Nacional ponía a Rusia y a China como principales amenazas, a Moscú le hizo los favores de cederle el protagonismo en Siria, debilitar la sociedad norteamericano-europea, dejar sin brújula a la OTAN y paralizar la presión occidental contra la expansión rusa sobre Ucrania. Y a China, después de haberle pedido a Xi Jinping que lo ayude a ser reelegido importando grandes cantidades de cereales norteamericanos (revela John Bolton en su libro), le hizo también un favor inmenso: enterró la Asociación Transpacífico.

Cuando Barak Obama impulsó esa inmensa área de libre comercio, el plan fue cuestionado desde la izquierda por Bernie Sanders y Elizabeth Warren. Pero Obama siguió adelante con la iniciativa que tanto preocupaba a China, porque implicaba el avance económico norteamericano en su área de influencia. Y fue Trump quien tranquilizó al liderazgo chino al desmantelar ese proyecto, dejando libre el camino para que Xi Jinping ocupara el vacío creando el Área de Libre Comercio Asia-Pacífico.

Otra paradoja es que, de ser reelecto, el magnate neoyorquino cesaría esta ofensiva anti-China que incrementa en proporción a su caída en las encuestas. En cambio, Joe Biden, aunque dialoguista y componedor, de llegar a la presidencia tendría que mantener la escalada de tensiones, acrecentando el riesgo de una nueva Guerra Fría: la guerra de papel.

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