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Las fiestas y las mentiras de Boris

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claudio fantini
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No fue la primera vez que se metió en problemas por mentir. Por sus intentos de engañar a la cúpula del Partido Conservador fue separado de un gobierno tory en la sombra.

Pero el caso más resonante fue la falsificación histórica que hizo en un artículo que le costó ser despedido del periódico The Times.

Buscando que su extensa nota sobre Eduardo II y el Palacio de La Rosa fuera lo más atractiva posible, recurrió al profesor más célebre y querido que tuvo cuando estudió Filología Clásica en la Universidad de Oxford, Sir Colin Renshaw Lucas, y lo señaló como fuente de un párrafo en el que afirmaba que aquel rey del siglo XIV y su joven amante masculino, Piers Gaveston, fornicaban sin discreción en los aposentos del Rose Palace.

Su profesor negó haber hecho tal afirmación, claramente errónea dado que, aunque resulta posible que Eduardo II y Gaveston hayan sido amantes, el Palacio aludido aún no había sido construido en las fechas mencionadas.

Así era desde joven Alexander Boris de Pfeffel Johnson.

Siempre pareció creer que su notable familia alcanzaba para justificar sus desmesuras y extravagancias. Su vida sentimental y su conducta siempre fueron tan caóticas como su pelo. El problema es cuando comete transgresiones graves y luego intenta taparlas con mentiras.

Su resurrección en el periodismo ocurrió porque sus notas lapidarias sobre Jacques Delors para The Daily Telegraph le encantaron a la entonces primera ministra Margaret Thatcher, quien despreciaba al economista socialdemócrata francés que presidía la Comisión Europea. Allí comenzó Boris Johnson la carrera hacia el liderazgo que pasó por la Cámara de los Comunes, la alcaldía de Londres y el Foreign Office hasta desembocar, gracias al Brexit, en el 10 de Downing Street.

Fue precisamente allí, en la sede del gobierno británico, donde ocurrió la maratón de fiestas clandestinas en el momento más duro de la pandemia.

Sobre esos encuentros que violaban las disposiciones de distanciamiento social que el gobierno estableció con rigor, el primer ministro mintió una y otra vez hasta que las evidencias fotográficas y fílmicas le torcieron el brazo.

Con las fiestas en las que fue anfitrión y también con las que le permitió a su equipo de colaboradores, además de violar las prohibiciones que regían para todos los británicos, profanó el luto nacional por la muerte del príncipe consorte Felipe de Edimburgo.

Las violaciones a las medidas contra la pandemia no fueron esporádicas ni accidentales, sino sistemáticas. Lo prueban los llamados “viernes de vinos” que cerraban cada semana en la sede del gobierno.

Por eso la palabra “renuncia” no sólo fue pronunciada por los parlamentarios laboristas y liberal-demócratas. Además de los opositores, mascullaron ese término algunos miembros del Partido Conservador.

Nadie se atreve a descartar que Johnson sea expulsado de la jefatura de Gobierno por el propio oficialismo.

La indignación por sus fiestas y mentiras es tan grande en la sociedad británica que nadie se atreve a descartar que se active el Comité 1922, en el que los parlamentarios sin cartera, o sea los que no ocupan cargos en el Gobierno, reclamen enviando cartas al partido que se vote la remoción del primer ministro.

El nombre Comité 1922 remite al instrumento parlamentario que hizo caer al primer ministro Lloyd George ese año.

Si el 15% de los “backbenchers”, llamados así porque además de no ocupar cargos en el gobierno se sientan en los asientos de atrás en el rectángulo parlamentario de Westminster, envían cartas pidiendo un voto de censura, los tories cambiarán de primer ministro.

De tal modo, con 54 cartas que lleguen al Comité de la bancada oficialista, que cuenta con 360 miembros en la Cámara de los Comunes, sus fiestas y mentiras tendrán para Boris Johnson una consecuencia similar, aunque inmensamente más grave, que la que tuvo la falsificación de datos en el artículo que escribió sobre el rey Eduardo II.

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