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Dañando a la vacuna

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claudio fantini
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Otra jugada peligrosa. Primero fue hacer flotar sobre las elecciones de noviembre el fantasma del fraude. Jamás un presidente había hecho algo semejante. En boca de alguien como Trump, equivale a anunciar por adelantado que, si pierde, desconocerá el escrutinio.

Tampoco tiene antecedentes lo que hizo a renglón seguido: presionar sobre la FDA (Food and Drugs Admnistration) para que apruebe una vacuna antes de las elecciones. Si la entidad que valida los alimentos y medicamentos en Estados Unidos actuara según las necesidades electorales de un presidente no sólo dinamitaría su prestigio a nivel mundial, también perjudicaría la lucha global contra la pandemia.

Sucede que las vacunas contra el coronavirus, además de tener en todos los rincones del planeta la tradicional resistencia de mucha gente contra las vacunaciones, añade la desconfianza que con lógica razón puede generar una vacuna realizada en tiempo récord.

El proceso que normalmente insume entre cuatro y siete años, esta vez se hará en menos de un año. La crisis sanitaria imperante hace preferible asumir esos riesgos, antes que marchar de manera inexorable hacia cifras escalofriantes de muertes por covid y de masivos daños sicológicos, económicos y sociales. Por eso, al temor que de por si generan las vacunas, se añade el temor a una vacuna creada, probada y producida en menos de la mitad del tiempo que insume tal proceso.

La desconfianza que esto genera pone en peligro el éxito que la vacuna puede tener en la lucha contra la pandemia, porque ese éxito es directamente proporcional al porcentaje de vacunados. Y el porcentaje decrecerá aún más si Trump logra que la FDA apure los tiempos para la aprobación.

Una cosa es que a la elaboración la apure la necesidad de revertir cuanto antes la ola mundial de contagios y otra cosa es que la apure un gobierno por razones políticas.

El daño ya fue causado porque, tras haber trascendido la presión de Trump para que la vacuna norteamericana se apruebe antes de la elección de noviembre, la FDA quedó obligada a aprobarla después. Incluso si las pruebas para verificar que el compuesto químico es seguro y eficaz fuesen completadas a mediados de octubre, la FDA tendrá que aprobarla después de los comicios, porque hacerlo antes sembrará a nivel mundial la duda de que fue aprobada por la presión presidencial. Y la vacuna debe nacer con la mayor credibilidad posible, para que acepte ser vacunado el porcentaje necesario de gente para que los niveles mundiales de inmunización corten la expansión del virus.

El daño ya está hecho, pero puede ser aún peor si la FDA aprobara la vacuna antes de noviembre. Afectaría su propia credibilidad, de la que depende la aceptación del producto en el mundo.

Amén de que la vacuna rusa sea un éxito en materia de eficacia y de seguridad, algo posible porque Rusia es una potencia científica, lo que hizo Vladimir Putin al imponer su aprobación antes de que se cumplimentara la fase 3, dañó su credibilidad. Lo mismo hizo Trump al presionar a la FDA.

Esa entidad ha construido un sólido prestigio a nivel mundial desde que comenzó a originarse cuando gobernaba Theodore Roosevelt al empezar el siglo pasado. Y al comenzar la década del ’60, consolidó su fama de seriedad e infalibilidad, cuando prohibió la circulación en Estados Unidos de la Talidomida, un calmante para embarazadas que causó estragos en casi medio centenar de países en los que ya había sido aprobada.

Desde entonces, la mayoría de los países miran a la FDA antes de validar la circulación de vacunas y medicamentos.

Esta nueva jugada peligrosa de Trump en su afán de ser reelecto a cualquier precio, podría dañar ese prestigio, afectando además la lucha contra la pandemia al restar la imprescindible confianza que requiere una vacuna.

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