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Hechos y palabras en el balotaje

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El miércoles pasado en gira por el departamento de San José, Tabaré Vázquez anunció de manera contundente que si llega a la Presidencia buscará cerrar acuerdos con los demás partidos políticos y con las organizaciones sociales para resolver los grandes problemas nacionales. Esa sería una buena noticia si no fuera porque con sus hechos el propio Vázquez desmiente sus palabras.

El miércoles pasado en gira por el departamento de San José, Tabaré Vázquez anunció de manera contundente que si llega a la Presidencia buscará cerrar acuerdos con los demás partidos políticos y con las organizaciones sociales para resolver los grandes problemas nacionales. Esa sería una buena noticia si no fuera porque con sus hechos el propio Vázquez desmiente sus palabras.

Es sabido que la mayoría de los uruguayos apoya la concreción de esos acuerdos que permitirían enfrentar, por ejemplo, las crisis de la educación y la inseguridad, por citar dos llagas abiertas en la sociedad uruguaya, o llevar adelante una política exterior con mayor sustento político interno. Es que con el concurso de todos los actores políticos y sociales pueden lograrse metas inalcanzables para un gobierno de (un solo) partido. Por eso, cuando Vázquez hizo ese anuncio en Ciudad del Plata una ovación del público confirmó que el orador estaba anticipando lo que la gente quiere: unidad ante los grandes desafíos, políticas de Estado en los asuntos cruciales, menos riñas y desencuentros en el escenario político, etc.

Empero, al tiempo de formular tales promesas el candidato frentista dio una señal en la dirección contraria al entrevistarse con el diputado colorado Fernando Amado, un disidente de la decisión de su partido de apoyar a Lacalle Pou en el balotaje. Al propiciar esa reunión Vázquez demostró que está dispuesto a entrar directamente en contacto con políticos de menor cuantía de los otros partidos. Veterano en la materia sabe bien que esa intromisión equivale a mojarle la oreja a las autoridades de esos partidos, en particular a sus líderes —Lacalle Pou, Bordaberry, Mieres— que es con quienes, en caso de ganar, debería negociar y suscribir los pactos en cuestión.

No contento con esa travesura política que podría malquistarlo desde ahora con los eventuales pactantes, Vázquez insiste en enviar mensajes a “wilsonistas y batllistas” con los que dice simpatizar y compartir ciertos ideales. Al hacerlo no solo provoca a sus adversarios sino que ratifica una tendencia a inmiscuirse en la internas de otros lemas políticos. Si bien es cierto que todos los blancos se identifican por su aprecio a la figura y la gesta de Wilson Ferreira Aldunate, es imposible ignorar algo tan obvio como que Lacalle Pou no proviene del wilsonismo sino del corazón mismo del herrerismo. De igual modo, al mencionar expresamente a los batllistas —que aun lamentan no haber estado representados en la fórmula presidencial encabezada por Bordaberry— Vázquez revuelve las heridas todavía frescas del Partido Colorado.

No se necesita ser un lector de Maquiavelo para saber que la fórmula “divide et impera” es tan antigua como la política. Es posible que Vázquez intente aplicarla sobre la base de que al Frente Amplio no le basta con imponerse en las urnas y sostener su condición de ser el partido más votado. Tal vez esté convencido de que la faena sólo quedará completa si además de triunfar en el balotaje consigue deshacer a los demás partidos incitándolos a la división y minando la autoridad de sus dirigentes naturales. Si así fuera puede augurarse que en caso de ganar Vázquez y aplicar esa fórmula tiempos difíciles se avecinan para el Uruguay.

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Antonio Mercader

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