Publicidad

El Edén Oriental

Compartir esta noticia

Punta del Este es el epicentro del mundo veraniego uruguayo y por ello mismo es un repositorio de fuentes laborales, un rostro internacional del país, un centro de conferencias y encuentros técnico-políticos, una pasarela para construir (o aspirar a ocupar) sitiales jerárquicos, prestigios, rótulos de elegancia y significación.

Punta del Este es el epicentro del mundo veraniego uruguayo y por ello mismo es un repositorio de fuentes laborales, un rostro internacional del país, un centro de conferencias y encuentros técnico-políticos, una pasarela para construir (o aspirar a ocupar) sitiales jerárquicos, prestigios, rótulos de elegancia y significación.

Lo ha sido desde que se inició como un pequeño pueblo agreste entre dunas, hasta el día de hoy, con sus numerosas torres de edificios de cara al mar.

El ex presidente Julio Argentino Roca, el “temerario conquistador del desierto” la visitó en 1913. Se hospedó por tres días en la casa de Antonio Lussich y quedó impactado por los bosques artificiales, que a fuerza de pólvora y voluntad, había generado Lussich en el suelo rocoso de Punta Ballena. Roca había viajado en el tren que unía Montevideo con Maldonado y que vino a sustituir a la diligencia de Estanislao Tassano, que hasta 1910 hizo el duro viaje con tracción a sangre. El Emir Emin Aslan; los legendarios hermanos libaneses Emilio y César Sáder (con su almacén-botica-y todo-cosario); los hoteleres; los que apostaron a los casinos y a los atractivos del black jack; el “zar” Mauricio Litman (que donaría su casa para oficiar de residencia veraniega presidencial) y tantos otros, fueron moldeando ese lugar de ocupación temporaria, pero de encuentros. Que no siempre fueron familiares o amorosos, porque la península -ya consagrada por el éxito- generó también los “cadáveres exquisitos” de varios crímenes, los acuerdos empresariales más jugosos y los cónclaves políticos más recordados.

En aquel reducto de las clases altas de ambas orillas, recaló en 1961 el Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA, procurando que América aprobara la Alianza para el Progreso que impulsaba el presidente J.F. Kennedy. En un frío agosto, las calles desiertas se poblaron de un enjambre de hombres trajeados. Entre ellos destacaba el mininistro de economía cubano, vestido con traje militar oliva, botas y boina. Era el “Ché” Guevara, reclamando con firmeza que todo cónclave económico era político y que no reconocerían a la Alianza propuesta por EEUU. El presidente del Consejo de Administración, Eduardo Víctor Haedo, tendió una mano de diálogo y lo invitó a La Azotea, su casa de verano. Generó así la tan conocida fotografía: el espectante grupo que los rodea, el mate en manos del guerrillero convertido en ministro, la barba como signo de identidad revolucionaria, el perro a los pies. El Día lamentó que se mezclaran con “rufianes internacionales” y Benito Nardone organizó, días más tarde y en la ciudad de Minas, un acto de “desagravio al mate”. Nardone veraneaba en Punta del Este, pero como tanto la había fustigado por rica y frívola, sostenía que su casa estaba en “las lomas de Maldonado”.

Es que, hasta el día de hoy, frecuentar al balneario distingue en algunos círculos y aleja de la austeridad políticamente correcta en otros. Una foto en algunas de sus fiestas adquiere inmediatamente significado social y/o político. Nadie pisa sus arenas con liviandad simbólica. Tampoco nadie podrá leer livianamente “El Edén Oriental”, el documentado libro de Ivette Trochón sobre Punta del Este (1907-1997) que se presenta esta noche. En sus páginas la “superficialidad” es cosa seria.

SEGUIR
Ana Ribeiro

¿Encontraste un error?

Reportar

Temas relacionados

Ana Ribeiroenfoques

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad