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Los niños superdotados son un 2,8%, pero muchos de ellos no están identificados

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Profesor y alumnos en un salón de clase.

EDUCACIÓN

El 7,2% de las maestras tuvo al menos un alumno con superdotación y el 83,4% nunca tuvo en su clase un menor con este diagnóstico.

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En Uruguay los niños con superdotación representan el 2,8% de la población, pero muchos de ellos no están identificados. La dificultad reside en que no se les realiza un diagnóstico o el diagnóstico que se les hace es desacertado.

Esto genera que a algunos niños que deberían tener diagnóstico de superdotación los médicos les recetan medicación por trastornos como déficit atencional o hiperactividad. Lo que sucede es que los superdotados, que son los que tiene un cociente intelectual de más de 130, se aburren en clase porque no la encuentran estimulante.

Si bien en promedio debería haber tres escolares superdotados cada 100 estudiantes, una tesis de grado de la Facultad de Sociología de la Universidad de la República (Udelar) señala que solo un 7,2% de los maestros dijo que tuvo al menos un alumno superdotado a lo largo de su carrera docente. El 83,4% de los encuestados en el estudio expresó nunca haber tenido un alumno con este diagnóstico y el 9,3% dijo no saberlo.

A su vez, la mayoría de los docentes dijeron estar “poco” o “nada” preparados para enseñar a alumnos con superdotación intelectual. Ninguno de los encuestados -149 maestros de 34 escuelas públicas de Montevideo- recibió formación específica sobre la enseñanza a alumnos superdotados a lo largo de sus estudios de magisterio. Sin embargo, el 66,5% mencionó estar “bastante” o “muy interesado” en tener una formación adicional en la temática.

Horacio Paiva, doctor en Ciencias de la Salud y principal referente de este tema en el país, fue contratado por el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) para realizar el primer estudio de prevalencia de las personas con superdotación en Uruguay -trabajo divulgado en 2020-. Todos los niños identificados con esta condición para el estudio recibieron la novedad por medio del especialista.

Y es que en casi el 90% de los casos, lo que impulsa a los padres a tocar la puerta de los consultorios de psicólogos y psiquiatras infantiles es el déficit atencional, mala conducta o acoso escolar que sufren sus hijos, explica el experto en diálogo con El País. Y así es como hay algunos padres que descubren, por ejemplo, que su hijo tiene malas calificaciones en Matemática porque, en realidad, la maestra le está enseñando la tabla del dos y él ya sabe cómo multiplicar 15 por 80, por lo que prefiere jugar en clase o molestar a sus compañeros.

Alumnos en el salón de clase de una escuela pública en Montevideo. Foto: Fernando Ponzetto
Alumnos en el salón de clase de una escuela pública en Montevideo. Foto: Fernando Ponzetto

En las aulas.

María Estefani, maestra de 3º de escuela en un colegio privado, cuenta que en una de sus clases decidió enseñarles geografía a sus alumnos relacionándolo con el mundial de fútbol.

Al preguntar quién sabía cuáles eran los países que clasificaron a Catar 2022, todas las manos se levantaron, pero uno de sus alumnos -que tiene diagnóstico de superdotación- no podía contenerse y estaba tan desesperado en responder que parecía que se iba a parar arriba de la mesa para que lo notara.

Cuando le maestra le dio la palabra, el niño empezó a nombrar un país detrás del otro, con sus capitales. Un compañero interrumpió la exposición y le dijo a la maestra: “¿Sabías que sabe todas los países y capitales del mundo?”. Sus padres -dijo la maestra a El País- le habían comprado un atlas y el niño se aprendió todos los mapas de memoria.

La receta perfecta para que un niño con superdotación haga relucir su complejo sistema neuronal es el entusiasmo sumado a la atención de un adulto, detalla Lucía Acle, quien lidera un equipo interdisciplinario para el diagnóstico y asesoramiento de personas con superdotación en Uruguay.

Sin embargo, Estefani reconoce que en un aula de 20, 30 o 40 estudiantes, darle la palabra a un niño con inteligencia superior a veces implica que el resto de los compañeros se tengan que quedar en silencio o se inhiban luego de participar. Porque también ocurre que los chicos con superdotación introducen conceptos complejos que confunden al resto.

En el instituto donde trabaja Estefani cuentan con clases particulares de adecuación curricular para los alumnos con superdotación, algo que sucede en muy pocas escuelas públicas del país.

Estado ausente.

Pese a que en 1994 Uruguay se adhirió a la Declaración de Salamanca, firma con la que se comprometía a ofrecer una educación diferenciada que satisficiera las necesidades de los niños con altas habilidades, el doctor Paiva asegura que el MEC no destina recursos para atender a estos niños. A su juicio, si se parte de la base de la igualdad de derechos, se debería contemplar a quienes tienen alguna discapacidad, pero también a los que presentan una sobrecapacidad. Sostiene que el presupuesto que se destinen a los escolares superdotados debería considerarse una inversión, porque en 10 o 20 años probablemente sean profesionales destacados en sus áreas, así como fueron superdotados Nikola Tesla o Steve Jobs.

“Si un país no se da cuenta de que su verdadero patrimonio es su población, y dentro de la población los más talentosos, ese país va a tener un futuro gris e incierto”, opinó Paiva. Hay Estados que le otorgan una gran prioridad a la educación para niños con superdotación. En Estados Unidos, por ejemplo, un 6% de los estudiantes de la educación pública integran programas para superdotados o talentosos.

Por otro lado, Israel tomó la decisión de que una persona dentro de su cartera de educación se ocupe específicamente de ubicar y desarrollar a genios, sobre todo por medio de becas especiales. En este país con 9,3 millones de habitantes y tan solo 74 años de historia, se han recibido 11 premios Nobel.

Muchos sufren bullying de los adultos
Salón de clase. Foto: Miguel Gutiérrez

Los niños y adolescentes con superdotación tienen gran riesgo de padecer ansiedad y depresión de manera patológica, incluso entre ellos hay una mayor tasa de autoeliminación. Una de las causas es el bullying o acoso escolar que sufren.

Andrés, el hijo de Leda Sánchez y de Enrique Latorres, a los cuatro meses decía “agua” y “caca”, al año hablaba fluido, a los tres sabía sumar, restar, multiplicar y dividir, a los nueve comenzó la secundaria -luego de ser rechazado por 29 liceos- y a los 15 ingresó a la Facultad de Ingeniería.

Durante su trayecto estudiantil, quienes más le pusieron obstáculos fueron los docentes y los padres de sus compañeros.

Cuando Andrés tenía 10 años estaba en una clase de Ciencias Físicas en 1º de liceo y el profesor vio que estaba dibujando en clase en lugar de prestar atención, por lo que le exigió que repitiera lo que había explicando hasta ahora.

Andrés no solo repitió todo lo que el profesor había dicho, sino que se adelantó a temas que el docente explicaría en las próximas clases. Y eso le costó caro: un alumno que era el sobresaliente de los sobresalientes tuvo todo el año una calificación de 7 sobre 12. Ante la pregunta sobre cómo fue su experiencia con un hijo con superdotación, Leda responde “severa”, sin dudarlo.

Horacio Paiva se pregunta por qué los adultos son tan severos con los niños que pueden ver que “realmente son muy buenos en determinadas cosas”, incluso más que muchos adultos.

Porque por más de que a los ocho años lleguen a entender cosas que saben los ingenieros, arquitectos o médicos, su sistema socioafectivo sigue siendo -en varios aspectos- el de un niño. Y este es el principal motivo por el que la aceleración estudiantil se pone en tela de juicio.

Lucía Acle, por su parte, explica que estos niños empiezan a cuestionarse cosas que no están preparados para procesar por su madurez. Tienen un sentido precoz de la justicia y niveles de empatía y sensibilidad fuera de lo común.

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