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Las imposiciones de la pandemia

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

La escala y velocidad del impacto global del coronavirus confirma que la mayoría de los motores de la economía mundial están cerca o han entrado ya en recesión.

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La reciente publicación del indicador de la OECD diseñado para detectar puntos de inflexión en el ciclo económico de las economías desarrolladas, muestra que en marzo se produjo su mayor caída desde que se tienen registros históricos tanto en la evolución del consumo, la producción y el nivel de confianza. A su vez, advierte que es la foto de una realidad ya pasada, pero que puede deteriorarse aun más en los tiempos venideros.

Tomando como referencia el continente europeo, Alemania y Francia están inmersas en una fase recesiva histórica, que borra en poco tiempo el crecimiento acumulado de años previos.

Para tener una idea, se proyecta que Alemania se contraerá casi 10% en el trimestre que termina este Junio, lo cual duplica la caída sufrida en la crisis financiera del 2008.

Francia tuvo una caída del 6% de su PIB en el primer trimestre del año, solo superado por guarismos correspondientes a la segunda guerra mundial. Ante panoramas similares en el resto del continente, el Banco Central Europeo y los gobiernos han lanzado programas inéditos de expansión monetaria y también fiscal, tratando de preservar las cadenas de pagos, los sectores productivos y las condiciones sociales deterioradas por el aumento de la desocupación y los estragos de la epidemia. Similar es la situación en Estados Unidos y la contracción de China, que técnicamente aun no entró en recesión pero que, de todos modos, explican el frenazo del nivel de actividad mundial cuya cuantificación aun no está disponible.

Los países emergentes enfrentan esa realidad en una posición de mayor debilidad relativa, pues sus políticas contra cíclicas por definición deben ser financiadas con mayor endeudamiento externo o emisión monetaria que en estos casos despierta presiones inflacionarias severas. Sin dudas, en ese mosaico de realidades hay matices diferentes, pero en todos impera un denominador común de restricciones que limita la profundidad de las políticas contra cíclicas y le impone a sus gobiernos destreza extrema en el manejo de la situación.

No sabemos todavía si ya se ha tocado fondo y, menos aun, cuánto tiempo llevará revertir la situación y retornar a los niveles de finales del 2019. Por primera vez en la historia de la que hay registro, se están haciendo proyecciones dependientes de la evolución de una pandemia global y los gobiernos reaccionan empleando instrumentos diseñados para enfrentar adversidades de origen diferente. Pero por el momento es lo que hay.

Lo que sí, de modo inicial, se podría concluir, es que se ha generado una pérdida de riqueza global que tendrá efectos sobre el aumento de la aversión al riesgo, la composición del consumo y la estructura del gasto público. Y cuya permanencia en el tiempo dependerá de la capacidad de recuperación, tanto en el plano económico como social.

De manera inesperada, hoy todas las sociedades son más pobres, sea por el deterioro de sus condiciones de vida o el trastorno de sus expectativas de progreso. Eso alimenta una aversión a tomar riesgos y a protegerse de eventos inesperados. En términos socioeconómicos eso conduce a reducir el consumo, aumentar el ahorro y disminuir el endeudamiento. En otras palabras, una caída de la demanda agregada que presiona a la baja al nivel de actividad, ya deprimido por la crisis.

A su vez, como enseña la experiencia, esa caída de la demanda percute con más fuerza en los bienes prescindibles o llamados suntuarios, que aparecen en la canasta de consumo una vez que se ha superado cierto umbral de ingreso. Uno de los más relevantes de la lista es el turismo, o los consumos afines a los cambios de moda, incluidos bienes durables de obsolescencia apresurada por cambios mínimos de diseño.

En paralelo, al gasto en seguridad social tradicional se le agregará el ítem correspondiente a restañar los daños en el tejido social fruto de la pandemia.

Volcando la mirada hacia nuestro país, dentro de esa realidad aparecen fortalezas y algunas realidades en las que se debe poner énfasis en su recuperación.

En la caída de la demanda global esperada, los alimentos están ajenos a esa realidad. Podrán deprimirse sus precios, pero sus volúmenes en el comercio internacional seguirán presentes. Por tanto, potenciar la dinámica de la cadena agroalimentaria es fundamental.

El carácter regional de la demanda de nuestros servicios turísticos le da una característica de cercanía que asegura su permanencia, con vaivenes en sus ingresos dependientes más de paridad cambiaria bilateral, pero de ninguna manera conducente al desplome que se puede esperar en otras realidades afincadas en el turismo masivo de ultramar.

El gasto en seguridad social, en su acepción más amplia, ha recibido un impacto adverso significativo por nuevas realidades que habrá que atender por un plazo y una magnitud aun indeterminados. El gobierno viene actuando decididamente en la materia, en la dirección correcta. Y así lo entiende y lo quiere la ciudadanía.

Como contrapartida, esto adelanta la necesidad de la reforma total del sistema de seguridad social. Antes de la pandemia ya mostraba signos de insostenibilidad temporal, lo que lo ubicaba en el podio de las reformas necesarias. Ahora más que nunca es necesario adelantar los tiempos de su reforma.

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