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Hacia una inflación baja y estable: una nueva oportunidad

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Foto: Pixabay

OPINIÓN

Una de las primeras enseñanzas en todo buen curso introductorio de economía es la distinción entre inflación y cambios de precios relativos.

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Alzas anormales de precios en algunos ítems pueden reflejar puntualmente aumentos de demanda o restricciones de oferta (globales y locales), o problemas de competencia, pero no inflación. Se trata de cambios de precios relativos, en la mayoría de los casos “por una vez”. Lo mismo se aplica cuando los fundamentos justifican un alza del tipo de cambio real y los precios de los bienes transables se aceleran con relación al resto.

Mucho de eso ha ocurrido recientemente en varios países emergentes, sin comprometer la estabilidad de precios, ni las metas inflacionarias. Ni siquiera en casos de economías dolarizadas como la peruana u otras. Y menos en países desarrollados, donde el desafío continúa siendo exactamente el contrario: atenuar el riesgo deflacionario y sus problemas.

En contraste, está Uruguay que —si bien también ha enfrentado cambios de precios relativos—, llegó a 2020 con alta inflación y desvíos sistemáticos respecto a sus metas. O sea, siguió con un alza generalizada y sostenida en el nivel de precios, determinada en última instancia por la falta de autonomía del Banco Central, la subordinación a otros objetivos y la propia gestión monetaria.

Como corolario, en las circunstancias actuales, al confirmarse desbordes inflacionarios socialmente inaceptables, abundaron los análisis enfocados en los cambios de precios relativos y escasearon aquellos que enfatizan en la inflación y en esos “verdaderos” determinantes. Es por eso mismo que suelen reclamarse y concretarse acciones sobre los síntomas, como la fijación o “acuerdos” de precios, de eficacia exigua e incorrectas señales.

Con ese foco, la atención no se centra en las causas estructurales, ni se educa culturalmente sobre ellas. Y en contraste, tienden a validarse prácticas contraproducentes con las expectativas inflacionarias más largas, un factor clave en la dinámica de precios y la potencia de la política monetaria (cambiaria).

Con todo, en la actualidad, la mayoría de los determinantes cíclicos apuntan a una moderación de la inflación para los próximos 18 meses, en parte similar a lo ocurrido en las salidas de crisis anteriores. Así sucedió hacia 2003-2004, en 2009-10 e incluso tras la devaluación china de 2015. Y también ahora las presiones inflacionarias deberían atenuarse por cierta estabilidad del tipo de cambio, la deflación externa, la desaceleración de los salarios y los menores márgenes de comercialización. Todo ello reforzado, ciertamente, por la caída de la demanda interna y la mayor capacidad ociosa (alto desempleo).

Además, en el contexto actual, se evidencian algunos pilares que apuntalan esa desaceleración inflacionaria.

Primero, no hay dominancia fiscal. Pese al alto déficit y ciertas dudas sobre la sostenibilidad de la deuda, la política monetaria se podría ejercer con mayor autonomía, dado el compromiso asumido de mayor responsabilidad y mejor institucionalidad fiscal, incluyendo una regla creíble de balance estructural.

Segundo, si bien el entorno internacional ha sido muy negativo en este primer semestre, se está configurando un nuevo escenario extrarregional menos desfavorable, con la tasa de la Fed en cero por largo tiempo, menor fortaleza global del dólar y cierta recuperación de los precios de materias primas.

Esto le permite a Uruguay acceder a financiamiento en condiciones muy favorables, tanto por la fluidez del crédito externo, como por su reputación, grado inversor y desarrollo de los mercados de deuda en moneda nacional. Así, en forma inédita para la magnitud de la crisis, el spread soberano (“riesgo país”) retrocedió rápidamente a niveles precrisis y el costo de financiamiento en dólares a 10 años se volvió a ubicar cerca de mínimos históricos.

Tercero, tampoco hay dominancia financiera. La pandemia del Covid-19 no desencadenó una crisis bancaria que subordinara el resto de las políticas a su solución. No ha sido una crisis financiera global, ni local.

Cuarto, se ha ido gestando cierta desindexación de salarios y precios, derivada inexorablemente del escenario de alto desempleo y mayor capacidad ociosa. Esto, que ya viene ocurriendo en los hechos, parece razonable que sea crecientemente un lineamiento de política, si se quiere privilegiar una recuperación rápida y vigorosa del número de ocupados.

Pero para que la moderación cíclica de la inflación lo sea también estructural, se necesitan condiciones adicionales, que deberían encararse desde ahora. No sólo se requiere afirmar los cuatros pilares mencionados, sino complementarlos con una mejor gestión e institucionalidad monetaria, tal como lo fundamenté en columnas anteriores. Sólo con ello, será factible consolidar expectativas inflacionarias estructuralmente más bajas, recuperar credibilidad y aprovechar esta nueva oportunidad de avanzar hacia una verdadera estabilidad de precios. Sin ello, el descenso de la inflación y su retorno al rango meta, serán efímeros. Como lo fueron en el pasado.

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