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Cómo parar la altísima inflación: Sargent sobre Argentina

La principal causa de una inflación tan alta como la sufrida por los argentinos actualmente “es siempre y en todo lugar”, un problema fiscal.

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Thomas Sargent
Thomas Sargent
Reuters

Argentina está en riesgo de hiperinflación. El tránsito desde una inflación en 100-150% hacia 500-1000% o más, puede ser muy rápido si se acentúa la huida de los pesos y se potencia el espiral devaluatorio e inflacionario. ¿Cómo enfrentar ese caos macro?

Quizás no haya nadie mejor para responder esa pregunta que Thomas Sargent, premio Nobel de Economía 2011 y probablemente, después de Robert Lucas, el macroeconomista más influyente del último medio siglo a nivel global. Nadie como él investigó las dinámicas inflacionarias y sus frenos. Estudió a fondo desde la hiperinflación de la Revolución Francesa, pasando por las que llamó “las cuatro grandes inflaciones” posteriores a la Primera Guerra Mundial (Alemania, Austria, Hungría y Polonia), hasta el control de las inflaciones moderadas de la Francia de Poincaré o de la Inglaterra de Thatcher. Lo hizo con las herramientas de un macroeconomista moderno y de un historiador riguroso.

Llevaba varios meses pensando escribir sobre “¿qué diría Sargent sobre la Argentina actual? Hoy no sólo es posible responder esa pregunta gracias a sus publicaciones emblemáticas, sino también por algunos comentarios que hizo la semana pasada en su visita a la Universidad Torcuato di Tella en Buenos Aires.

Primero, aprendimos de Sargent que la principal causa de una inflación tan alta como la sufrida por los argentinos actualmente “es siempre y en todo lugar”, un problema fiscal. Sin disponibilidad de otras formas de financiamiento, el déficit del gobierno (causa) termina siendo financiado monetariamente por el Banco Central (consecuencia). Éste se convierte en cómplice del fisco.

Segundo, en su publicación “Una desagradable aritmética monetarista” de 1981 junto a Neil Wallace, concluyó que altísimas tasas de interés, como las fijadas recientemente por el Banco Central de Argentina (209% equivalente anual) no frenan, ni revierten, la inflación. Cuando hay dominancia fiscal porque el déficit el gobierno es financiado con impresión monetaria, el instituto emisor pierde el control sobre el dinero y los precios. Para peor, bajo ciertas condiciones, ese ajuste monetario hoy podría llevar a inflación aún más alta mañana, por expectativas de mayor emisión futura para cancelar la colocación actual de bonos del Banco Central.

Tercero, en medio de niveles de inflación como los argentinos actuales, sin reformas fiscales y monetarias creíbles y persistentes, el riesgo de hiperinflación es muy alto. Si las personas anticipan que no habrá un plan de estabilización en lo inmediato, como ha sido el caso de Argentina en 2023, por el calendario electoral, aceleran la huida de la moneda local. Por lo tanto, se achica la base del impuesto inflación (la cantidad de dinero) y crece exponencialmente la tasa requerida para mantener su recaudación. Dicha transición suele ocurrir en pocos meses o en solo algunas semanas.

Cuarto, según Sargent, las medidas esenciales que pusieron fin a las cuatro grandes hiperinflaciones fueron un cambio creíble de régimen fiscal y monetario. Esta simple frase tiene múltiples dimensiones. No basta con acciones restrictivas aisladas dentro de un conjunto de reglas del juego o política general. Tiene que ser un cambio drástico de régimen, así entendido mayoritariamente por la ciudadanía. La credibilidad en el cambio de régimen es clave y debe ocurrir tanto en el ámbito fiscal como monetario, con esa secuencia o en forma simultánea. No al revés.

La reforma fiscal exige alcanzar rápidamente su superávit primario (antes de intereses), con eliminación de subsidios, otros ajustes de gastos, eliminación de franquicias tributarias y alzas impositivas.

La reforma monetaria implica la creación de un Banco Central independiente para impedir por ley que financie monetariamente al gobierno.

Quinto, Sargent evidenció que —tras esas drásticas reformas fiscales y monetarias— el tipo de cambio y el nivel general de precios se estabilizaron inmediatamente y los países registraron una rápida monetización en los meses y años siguientes. Más importante, las grandes inflaciones fueron derrotadas sin grandes costos en actividad y empleo.

Sexto, de sus estudios también se deriva que cerrar el Banco Central y reemplazar la moneda local por una divisa “dura” extranjera, no es condición necesaria para detener la inflación. Ni condición suficiente para eliminar la irresponsabilidad e insostenibilidad fiscal. Bien lo graficó la semana pasada en Buenos Aires al decir que “por más que te pongas la camiseta de Messi, no eres Messi, sino que simplemente tienes la camiseta”. “La dolarización es un disparate”, sentenció. En definitiva, si la responsabilidad/sostenibilidad fiscal es una condición necesaria del nuevo régimen, mejor acompañarla con moneda propia para que —bien gestionada— pueda compensar shocks adversos. Si bien la dolarización ataca algunos de los síntomas del problema, no resuelve las causas de fondo, las cuales siempre estando latentes en Argentina no eliminan los riesgos de emisión de cuasi monedas, ni de vulnerabilidad acrecentada del sistema financiero en ausencia de prestamista en última instancia.

Por último, quizás la conclusión más importante de los estudios de Sargent sea que el éxito de un plan de estabilización de esa naturaleza exige liderazgos y acuerdos políticos para garantizar su consistencia en el corto y largo plazo. En medio del nuevo caos, pocos dudan del intento de adoptarlo. Pero son muchos los escépticos de que pueda perdurar, dada la historia argentina y los posibles problemas de gobernabilidad.

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