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Federico Ivanier: “El ego es lo que nos ayuda a escribir”

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Federico Ivanier. Foto: Leonardo Mainé

PERSONAJE

Es escritor y guionista uruguayo. Con Martina Valiente se estrenó ante la audiencia juvenil hace 15 años. Con Revista Domingo conversó sobre el placer y el miedo detrás crear.

Federico Ivanier toma el celular y hace un recorrido virtual por la sala de estar de su casa. Hay libros, muchos, distribuidos entre estanterías en un pasillo, sobre una pared, debajo y arriba de la mesa de trabajo. Si se abren pequeñas puertas de un mueble, más libros. Cree que tiene unos tres mil. No lleva la cuenta pero tiene muchos. Tal vez sea, piensa o le sugiero, lo típico en la casa de un escritor. Pero también, y tal vez, tiene que ver con que antes, de niño o de adolescente, cuando una mudanza le marcó la vida, cuando pasó la dictadura y su madre fue destituida de su puesto de maestra, cuando niño y de adolescente, los libros en la casa de Federico eran casi que un objeto precioso. Si terminaba uno y quería otro debía canjearlos. Fue un niño asiduo a las bibliotecas públicas y un adolescente que frecuentaba las librerías de Tristán Narvaja.

—¿Hubo algún libro del que te costara desprenderte?

—Había libros que no quería canjear, pero el problema es que uno cuando es pobre es pobre. Por ejemplo, tenía Cujo de Stephen King que me encantó, que amé, pero lo terminé canjeando porque no quedaba otra, y no podía leerlo eternamente.

—¿Hoy canjeás alguno?

—Hay algunos que podría canjear y otros no. Pero me cuesta más desprenderme de ellos. Si lo leí entero es parte de algo que me pasó .

Y, sin embargo, al preguntarle por esos años donde la literatura empieza a forjar un poco la manera de ver el mundo y la vida —o al menos la imaginación— habla de cine. Federico, de adolescente, devoraba cine. Dice que nunca se enganchó con Cinemateca, pero que pagaba la mensualidad de Cine Universitario y allí iba todos los días, menos los lunes, cuando cerraba.

Federico hace referencia a una forma de Netflix, pero mucho más arbitraria porque no existía la chance de elegir qué ver o qué no. “Miraba lo que tuvieran, y así miraba todo, en un contexto de oferta mucho más limitada, porque ahora mirar todo es básicamente imposible. Ver todo, eso te alimenta mucho. Se aprende también de aquellas cosas que no te gustan, porque te hacen pensar por qué no te gustaron y, en mi fantasía del escritor que podía ser o del guionista que podía ser, qué cosas haría y cuáles no”.

Por ahí, a los 12, a los 13, a los 14 años, fueron tiempos de gran turbulencia en la vida personal de Federico. Mudanzas y problemas psiquiátricos en la familia. Pasó de ser el sobresaliente y abanderado de la escuela a un chico problemático en un liceo donde era uno más. Pero también ahí, dice, fueron los tiempos de mayor fermentación. Descubrió su facilidad para el inglés por un lado, y por el otro empezó a concretar aquello que soñaba de niño leyendo en algún rincón de la casa: fueron sus primeros textos y se anticipaba el Federico escritor y guionista que traería la edad adulta.

Federico Ivanier. Foto: Leonardo Mainé
Federico Ivanier. Foto: Leonardo Mainé

Faltaba un buen trecho, más de 15 años, para que le publicaran su primera novela, Martina Valiente, y otro trecho más para que apareciera la película Anina, una adaptación cinematográfica que hizo del libro de Sergio López Suárez para la cartelera de cine uruguaya. Faltaba un buen trecho para que fuera uno de los referentes en laliteratura juvenil nacional, pero empezaba a materializar las ganas de escribir. “Fue un momento de descubrir esa cosa de qué vas a ser”.

El primer cuento lo escribió a los 13 años. Se notaba en parte ese consumo vertiginoso de películas. “Era como un videoclip con un personaje deambulando por una especie de pesadilla hasta que moría. Fui un gran asesino serial de personajes en mi adolescencia. Ahora me pasa al revés, cada vez que tengo que matar a un personaje es como que me impacta, lo pienso mucho. No los veo como títeres a los que les puedo cortar la cabeza y no pasa nada, porque sino no podría escribir acerca de ellos. Pero progresivamente me voy liberando más y los puedo matar, solo si hace falta”.

En la historia de muchos escritores uruguayos suele haber una vida paralela o, dicho más llanamente, un trabajo que permita subsistir y que, a su vez, posibilite el tiempo libre para escribir.

El lado B de Federico es la docencia y, cuando el mundo no está distanciado por una pandemia, su día a día suele alternarse entre el sosiego a la hora de escribir y la algarabía de un salón de clases con alumnos de liceo, con los que ahora se conecta por videollamada.

Aunque, dice Federico, la famosa paz que aparentemente envuelve al escritor en su proceso, para él se parece más a una revolución caótica. “Voy y vengo. Momentos de amor y momentos en los que detesto lo que escribo. Llego a sentirme profundamente solo y desesperado cuando no encuentro la vuelta”.

La enseñanza, además de una profesión de subsistencia, lo apasiona. Antes también daba clases de guion a nivel universitario y por allí hizo buenos amigos con los que ahora trabaja en una película de animación 3D. “Estoy como guionista y productor ejecutivo. Nunca fui productor ejecutivo de nada, estamos averiguando todos junto cómo es el rol”. Federico ríe, por ese descubrimiento y porque disfruta el rumbo.

La primera novela

Fue una pelirroja de 12 años recién cumplidos, una niña que “no se creía demasiada cosa”, la que le cambió la vida. Fue Martina, con su cubo mágico y el espejo viejo manchado, la heroína uruguaya y el universo paralelo en el que muchos niños, niñas y adolescentes coterráneos se refugiaron allá por el 2005, y que hasta el día de hoy muchos otros siguen descubriendo.

Martina Valiente
Martina Valiente

Martina Valiente fue su primera novela y el primer éxito rotundo de su ideólogo, además de Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Educación de Cultura. Y fue mucho más que eso.

“Con Martina empiezo a buscar mi identidad como escritor. En particular lo que me atrajo fue la posibilidad que me daban los personajes. Y de alguna manera fue un racconto que no era autobiográfico pero que sí tenían que ver conmigo. Siento una gran proyección hacia Martina como personaje por cómo soy yo, y me interesaba entender quién era ella, que es la búsqueda de toda de toda la saga, con el mundo paralelo como excusa”.

Todavía se acuerda de la primera materialización de Martina. El dibujo de la pelirroja en la tapa, el lomo y la contratapa en ese turquesa de Alfaguara. Todavía recuerda pasar por las librerías y verla en la vidriera, esa sensación de logro que puede pasar por la cabeza y el pecho de un escritor. Sobre todo, dice, cuando tenía 31 años y sentía que faltaba algo para ser completamente lo que soñaba de chico.

“Daba clases, pero sentía que me faltaba algo. Me daba tirria ir al cine a ver películas porque no quería estar en el lugar del espectador que recibe todo, quería crear. Era frustrante, y cuando esto se concretó fue superlindo”. Después vinieron los tomos dos y tres par completar la saga (y la reescritura para publicarlos nuevamente pero con Criatura Editora), y un sinfín de novelas como Mi papá no es un punk, o Música para vampyros, o Lo que aprendí acerca de novias y fútbol.

Hoy esquiva las librerías. Viene de una época donde la literatura infantil juvenil uruguaya era más leída y le pasaba seguido que la llegada de un libro suyo significara un lugar preponderante. Hoy no sabe ni siquiera si están sus libros y prefiere no enterarse. “Sé que es un costado superegocéntrico, los escritores tenemos un ego que es grande, pero que lo precisamos porque sino no podemos escribir. Yo tengo mucha conciencia de mis limitaciones, pero cómo hacés para escribir y compartir con otro si pensás que lo tuyo es una porquería”.

Así y todo, Federico escribe, no se concibe de otra manera y la vida, con o sin confinamiento, se le pasa entre charlas que le hacen bien, las clases, el cuento de las buenas noches de sus hijos, alguna canción punk, leer y escribir. Hay sosiego, hay duda, hay entusiasmo, hay soledad y desesperación, pero el sueño de aquel niño que canjeaba libros es, ya hace tiempo, una realidad conocida y consumada.

Sus cosas

Pantalla
Jesse Pinkman y Walter White, protagonistas de Breaking Bad

Breaking Bad

“Me encanta no tener una única referencia y disfrutar de cosas muy distintas y hasta contrapuestas. Disfruto de ir al estadio y de una novela compleja. En cuanto a series, creo que la mejor que vi es Breaking bad, por el dominio increíble que tienen los guionistas de la trama y de los personajes”.

Libro
Emilio Salgari

Emilio Salgari

“En mi niñez leía novelas infantiles, muchas sobre vínculos entre niños y animales. También a Emilio Salgari, con sus piratas y aventuras sangrientas y terribles, pero con un código de honor. Ya en mi adolescencia leí mucho a Ray Bradbury y Stephen King. Hoy hay algo que ya cumplí con esos autores”.

sonido
Sex Pistols

Punk

“Soy del palo del rock seguro, no me movés mucho de ahí, soy muy hincha del punk además. Voy con los Sex Pistols, los Ramones, Metallica, la Vela, Trotsky. Voy variando, pero termino siempre en ese mismo estilo, supongo que es ahí donde más ‘cerrado’ soy”.

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