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Cien años de Colombes: primera de las cuatro copas mundiales de Uruguay y el nacimiento de la identidad celeste

Uruguay se coronó campeón por primera vez en 1924 y comenzó una racha imparable que lo llevó a repetir la hazaña en 1928, 1930 y 1950.

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Seleccion de futbol de Uruguay año 1924
Los uruguayos campeones del mundo de 1924. Entre el 25 de mayo y el 9 de junio de ese año se disputó el torneo de selecciones nacionales de los Juegos Olímpicos de París.

Hace 100 años Uruguay se hizo mundialmente conocido no solo a nivel deportivo sino como país. Entre el 25 de mayo y el 9 de junio de 1924 se disputó el torneo de selecciones nacionales de fútbol de los Juegos Olímpicos de París. La celeste se coronó campeona y comenzó una racha imparable que la llevó a repetir la hazaña en 1928 en Ámsterdam y a obtener las copas FIFA de 1930 y 1950.

Poco antes de la disputa de la Copa América de 1923 en Montevideo, el presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol, Atilio Narancio, prometió a sus futbolistas que los llevaría a París (el torneo tendría como base la cercana localidad de Colombes) si ganaban la competencia sudamericana. Los players cumplieron su parte y este dirigente deportivo ejemplar, la suya, incluso pagando un alto costo: hipotecó su propia casa para pagar el viaje en barco de los celestes hacia el Viejo Continente.

“Tuvo una trascendencia muy grande. Fue un momento de unión que marcó a los uruguayos desde allí en adelante, primero con la Copa América y después con los triunfos olímpicos y el Mundial. Se generó en los habitantes del Uruguay, muchos de los cuales no eran nacidos en este país, una unión y una identidad. La camiseta celeste quedó como un verdadero símbolo de unión, de los pocos que existen en Uruguay”, comenta a Domingo el periodista deportivo Alfredo Etchandy.

“Uruguay marcó un hito muy importante en la historia del fútbol. Entre la gira previa y los partidos de los Juegos Olímpicos, ganó 14 encuentros seguidos. Y todo esto ocurrió en Europa, donde prácticamente no conocían el fútbol uruguayo, ni el país”, agrega.

El historiador Juan Carlos Luzuriaga coincide con Etchandy en cuanto a que la hazaña del 24 superó ampliamente el aspecto deportivo. “Se visibilizó al país a nivel mundial”, dice a Domingo. Y agrega: “Desde el punto de vista deportivo, fue una epopeya en el sentido de que se conocía a los equipos europeos pero no como ahora. Había alguna referencia, alguna crónica deportiva, pero no las imágenes que hoy te proporciona la televisación de los partidos. Y la gente de allá sabía bastante menos de lo que se jugaba aquí”.

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Bandera con la que desfilaron los uruguayos en 1924. Se encuentra en el Museo del Fútbol del Estadio Centenario.

Superar la interna

Luzuriaga dice que el solo hecho de ir a los Juegos Olímpicos de París fue “una patriada”, porque en esa época había una puja entre la Asociación Uruguaya de Fútbol (donde estaba Nacional) y la Federación Uruguaya de Fútbol (donde estaba Peñarol) que trascendía lo deportivo. “Los presidentes de ambas instituciones estaban vinculados al Partido Colorado y reflejaban las diferencias entre los batllistas y los no-batllistas. Eso complicó mucho. Y posibilitar el viaje fue una odisea, porque no había recursos. Cuando llegaron a Europa, de alguna manera se financiaron con los partidos”, anota.

Etchandy agrega que incluso mientras los celestes se encontraban en viaje hacia Europa las luchas intestinas hicieron peligrar la participación en el torneo. “El Comité Olímpico Uruguayo, que es del año 1923, negó la participación del equipo en el campeonato, porque entendía que no era la mejor integración de jugadores. Y cuando decidió eso, la selección ya llevaba varios días de embarcada en viaje hacia Europa”, comenta. Y añade: “(El dirigente maragato) Casto Martínez Laguarda, que se había adelantado para conseguir los partidos y unos pesos para mantener la delegación, fue a hablar con el presidente de la FIFA, Jules Rimet. Este último le dijo que el tema lo tenía que solucionar Pierre de Coubertin, el fundador de los juegos olímpicos modernos. Por este medio fue que se logró resolver la situación”.

Por suerte, los jugadores estaban ajenos a todas estas cosas. Y las palabras que había pronunciado el capitán de los celestes, José Nasazzi, antes de zarpar (reproducidas por el diario El Plata), trasuntaban su ilusión: “Tengo plena noción de la elevada trascendencia de nuestro cometido. Sé que llevamos la representación del deporte predilecto en el país, representación que si no es la más técnica, por lo menos ha sido la más entusiasta, y ostenta el glorioso jalón de haberse clasificado campeones de América en el último certamen disputado en Montevideo”.

Zapatos derechos (de 1924 y 1928) y camiseta de Scarone.jpg
Zapatos derechos (de 1924 y 1928) y camiseta de Scarone.

La gira previa

Uruguay fue la única selección sudamericana de fútbol en los Juegos Olímpicos de París (en los siguientes realizados en Ámsterdam participó Argentina, a quien la celeste venció en la final) y la primera en viajar a mostrarse en Europa.

La historia oficial de la AUF recuerda que nada se dejó librado al azar: para antes de tomar parte del certamen se pactó una gira preparatoria por España. Así, el 16 de marzo la delegación compuesta por 20 futbolistas, los delegados Asdrúbal Casas y Enrique Buero (Casto Martínez Laguarda se sumaría en una escala posterior), el masajista Ernesto Fígoli y el árbitro Atilio Minoli, partió del puerto de Montevideo a bordo del vapor Desirade. Solo los familiares fueron a despedirlos. Nadie imaginaba entonces que al regreso una multitud los recibiría como verdaderos héroes.

Tras cruzar el Atlántico en tercera clase (el viaje duraba 25 días) y jugar nueve partidos amistosos en su trayecto entre España y Francia, Uruguay comenzó a dejar su huella en el continente europeo. No perdió ningún partido y obtuvo bastante dinero, sobre todo de las apuestas, para costear sus futuros desplazamientos. Pero la realidad es que los europeos lejos estaban de dar como favoritos a los celestes, un puñado de hombres provenientes de un país pequeñito y distante. Esta falta de confianza se acrecentó cuando espías de la selección yugoslava asistieron a uno de los entrenamientos de su futuro rival, donde los uruguayos fingieron que jugaban mal al percatarse de la presencia de aquellos convidados de piedra. No solo la garra charrúa quedaría patente en esa temporada futbolística de 1924, sino también la viveza criolla: Uruguay debutó el 26 de mayo en la fase preliminar (el campeonato contó con la participación de 22 equipos), donde se impuso por 7-0 ante Yugoslavia.

El Congreso de la FIFA había decidido ese año tomar a su cargo la organización de los Torneos Olímpicos de Fútbol, resolviendo que los mismos serían considerados como Campeonatos del Mundo. Esto confirma la legitimidad de los cuatro títulos mundiales que ostenta Uruguay (y las cuatro estrellas que por el mismo motivo luce su escudo deportivo).

El negocio del fútbol y la fama de la celeste se hicieron tan grandes luego de los Juegos de Ámsterdam de 1928 que se resolvió hacer una Copa del Mundo independiente a otras competencias deportivas. La misma se concretó en Montevideo en 1930, en el recientemente inaugurado (y construido en tiempo récord) Estadio Centenario, donde los uruguayos volvieron a consagrarse campeones del mundo por tercera vez consecutiva.

Genios y figuras

Tras aquella goleada a Yugoslavia, vencer 3 a 0 a Estados Unidos (una potencia en la época) y 5 a 1 a Francia (locatario y uno de los favoritos), los uruguayos derrotaron 2 a 1 a Holanda en la semifinal y 3 a 0 a Suiza en la final. Esto los consagró como auténticas estrellas del deporte mundial. Y les permitió disfrutar, sin retraimientos, de una fama bien habida durante el mes que permanecieron en París luego del campeonato.

En ese dream team destacaba la figura de José Leandro Andrade, el primer jugador negro que los europeos vieron hacer maravillas dentro de una cancha. Era hijo de un esclavo fugitivo y había trabajado de niño como lustrabotas y vendedor de diarios. La fama que ganó en Colombes fue tal que le permitió codearse con lo más granado de la sociedad parisina, y ser amante de más de una mujer de alcurnia. “Uruguay, sin tener nada que hacer durante un mes, pasaba las noches en el cabaret. Y Andrade era codiciado por muchas mujeres. Además parece que bailaba muy bien el tango”, dice Etchandy.

Los uruguayos se hospedaron en un pequeño castillo que resultó ser una increíble e inesperada alternativa a la Villa Olímpica, en el que contaban con un generoso espacio verde para poder entrenar. La dueña de la propiedad, Madame Pain, era una mujer mayor que dejó todo a disposición del equipo a cambio de poco dinero. Y se hizo muy amiga de ellos, al punto que en el museo del Fútbol del Estadio Centenario (ver nota aparte) se conservan cartas de puño y letra en las que les desea éxitos en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam de 1928.

En ese seleccionado también destacaba la figura del “mariscal” José Nasazzi, sobre quien existe consenso en cuanto a que fue el capitán más importante de toda la historia de la selección uruguaya. En esa época se jugaba sin director técnico, por lo que la figura del capitán era gravitante. “Nasazzi no solo hacía el cuadro, sino que fue un verdadero caudillo. A Uruguay siempre le fue mejor cuando ha tenido a un líder como director técnico”, destaca Etchandy.

El periodista deportivo Nelson Filosi coincide en que Nasazzi, un defensor fuerte, veloz, de gran recuperación, fue el capitán más importante del fútbol nacional. “Tenía una personalidad avasallante. Era el líder. Él entraba para ganar, no jugaba para competir, sino para imponer lo suyo. Y eso es lo que se le reconoce en Uruguay. Fue algo espectacular”, dice a Domingo el comentarista de Hora 25.

Otra figura que no pasó desapercibida -incluso para las cámaras de video que solamente grababan algunas escenas de los partidos por un tema de costos- fue la del “guardameta” Andrés Mazali, quien a la sazón hacía también de preparador físico. El jugador del Club Nacional de Football era además basquetbolista de Olimpia y fue campeón sudamericano de Atletismo (ver nota aparte). Era un deportista integral, en tiempos en los que los jugadores trabajaban de cualquier otra cosa para ganarse la vida y se cuidaban muy poco en las comidas.

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Gerardo Cal señala el jarrón de Andrade, una pieza única.

El cambio en el juego

¿Por qué Uruguay es hoy un equipo más en el concierto mundial luego de haber sido imbatible entre 1924 y 1950? La explicación la da Nelson Filosi: “Tras ese primer triunfo de 1924, Uruguay era buscado para ver cómo se jugaba al fútbol, porque tenía una identidad, una característica propia tanto en el manejo colectivo de la pelota como en la fase individual. Los europeos después buscaron el antídoto contra eso y potenciaron lo físico. Ahí fue donde empezaron a superarnos”, resume.

Según el periodista, durante los JJ.OO. de Colombes y Ámsterdam el mejor fútbol del mundo se jugaba en el Río de la Plata. “Era un despliegue que sorprendía y que nos dejaba en superioridad frente al resto del mundo. Por eso los equipos europeos terminaron potenciando lo físico y la velocidad. Los uruguayos jugaban para no perder y eso contagiaba. La ‘garra charrúa’ no es golpear, es el temperamento, la voluntad y el esfuerzo. Pero Uruguay también se tuvo que poner a tono. Y aunque hoy juega un fútbol más de respuesta, ese estilo que impuso se ha mantenido”, concluye.

El 9 de junio de 1924 en el Estadio Colombes de Francia y ante más de 40.000 mil espectadores, la celeste derrotó por 3-0 a Suiza y se consagró campeona de los Juegos Olímpicos de París. Aquel día la formación de Uruguay fue: Mazali; Nasazzi y Arispe; Andrade, Vidal y Ghierra; Urdinarán, Scarone, Petrone, Cea y Romano.

Un dato de color: en aquella jornada, los uruguayos inventaron la Vuelta Olímpica cuando salieron a saludar al público, recogiendo y devolviendo los sombreros que les arrojaban desde la tribuna en medio de una ovación. La historia celeste sigue escribiéndose hoy, cien años después, con la responsabilidad de tener que honrar aquel impactante capítulo que comienza en Colombes y termina con Maracaná.

Una plaza que los homenajea en Malvín

Ayer se realizó una actividad en el Cementerio Británico a propósito de los 100 años del triunfo uruguayo en los Juegos Olímpicos de París. Los homenajes a estos cracks de antaño se prolongarán durante el resto del año, e incluso comenzaron hace ya varias semanas. En marzo, la Junta Departamental de Montevideo sesionó en las instalaciones de la plaza que rinde homenaje a los medallistas olímpicos y que se ubica entre las calles Colombes, Verdi, Ámsterdam y 9 de Junio.

La plaza surgió en 1924 como centro de un trazado de expansión del núcleo originario de Malvín. En 1928 fue designada como Plaza de los Olímpicos en memoria de los equipos de fútbol ganadores de los juegos de 1924 en Colombes y 1928 en Amsterdam.

La gesta del 24 marcó para siempre la vida de muchos uruguayos, ni que hablar de aquellos que participaron directamente, en los que nadie creía, que fueron a medirse al Viejo Continente con una mano atrás y otra adelante. Y que volvieron como verdaderos héroes tras ser ovacionados en un estadio en el que había más de 40.000 almas.

“Nos abrazamos al final. Más de uno lloraba. Dimos la vuelta olímpica. Pero caminando, no como ahora (que se hace) corriendo. El público quería vernos de cerca. Nos tiraban flores. Aquello fue inolvidable. Y después nos formamos para que levantaran en el mástil más alto, nuestra bandera. Por fin, allá arriba, besada por el sol de París, flameó nuestro pabellón. Ahí sí nos costó a todos contener las lágrimas”, recordó muchos años después Héctor Scarone (bautizado en algún momento como “el Gardel del fútbol”) en una entrevista con el diario Acción.

Muchas cosas dejaron aquellos Juegos Olímpicos de 1924 en París, no solo futbolísticas. Por ejemplo: el nadador austro-estadounidense Johnny Weissmüller, famoso por interpretar a Tarzán y generar suspiros frente a la pantalla, ganó tres medallas de oro y una de bronce en waterpolo.

Mazali, el deportista que cambió la forma de atajar

El periodista y escritor César Groba, autor de Los señores del arco (editorial Galeón), dijo a Domingo que Andrés Mazali fue el creador de un nuevo estilo de atajar. “De estatura mediana, fue el primero que mostró sus condiciones fuera del arco, anticipándose a las situaciones riesgosas del área frente al atacante de turno. Fue una época de transición técnica para los arqueros, y él un innovador en su forma de ubicarse bajo los palos así como también para cerrar el arco a los atacantes”, indicó. Y agregó: “Muchos atribuían estas condiciones a su experiencia recogida en el basquetbol y a la agilidad que le dio el atletismo”.

Groba dice que Mazali “fue un futbolista ejemplar a la hora de festejar triunfos, por su mesura” y que “también fue sereno a la hora de las ocasionales derrotas”. Pero lo importante, desde el punto de vista del escritor, “es señalar su lección de maestro que dejó en función de tranquilidad y concentración para vivir los momentos previos a los más duros compromisos. Su modestia ejemplar permitió muchas satisfacciones por su buena voluntad de participar en competencias de escasa o ninguna importancia, junto a sus amigos y compañeros de sus comienzos”.

Luego de la conquista olímpica de Ámsterdam en 1928 se lo distinguió con un cargo de inspector en el Casino Parque Hotel, donde también trabajaba José Nasazzi. Allí llegó a ser gerente, hasta que se jubiló en 1960. Mazali falleció el 30 de octubre de 1975.

Andrés Mazzali
Andrés Mazali, guardameta y entrenador físico.

Un museo único en el Estadio Centenario

El Museo del Fútbol Uruguayo se encuentra ubicado debajo de la Tribuna Olímpica del Estadio Centenario y conserva en sus dos plantas varios objetos vinculados a la gesta celeste de 1924. “Tenemos banderas, camisetas, botines y artículos a los que muchas veces no se les da importancia, como el jarrón que le dieron de regalo a José Leandro Andrade, que es único. Esta pieza se entregó a cada medallista de oro, en todas las disciplinas. Y después el orfebre rompió el molde, por lo que no se fabricaron más”, comenta a Domingo el guía del museo, Gerardo Cal.

Entre los objetos destacados hay una camiseta de Andrade, dos botines derechos de “el Mago” Héctor Scarone con los que jugó en Colombes y Ámsterdam, y la bandera original con la que desfiló la selección en 1924, además de otro pabellón más pequeño y un bastón olímpico que pertenecieron al arquero Andrés Mazali. “Algunas cosas fueron donadas por los familiares para que se perpetúe la memoria”, dice Cal, quien agrega que “el 95% de quienes concurren al museo son brasileños”.

También se conservan cartas escritas por Madame Pain, dueña del castillo en el que se hospedaron los celestes. Y en la planta baja hay otros zapatos de Scarone, con los que anotó el segundo gol de Uruguay en la final contra Argentina de los Juegos Olímpicos de Amsterdam de 1928.

Allí también se exhiben otros botines que utilizó José Pedro Vidal (jugando con la camiseta número 5) en el partido eliminatorio contra Yugoslavia de 1924. Un encuentro que terminó en paliza: 7 a 0 en favor de los celestes. “También hay medallas olímpicas y hay muchos trofeos de reconocimiento. Y algunos objetos extraños, como un cenicero que le dieron al capitán Nasazzi, un regalo extraño para un deportista”, concluye Cal y se ríe.

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