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La matemática del espíritu

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Un músico incomparable merecía esta biografía que se sumerge en la misteriosa experiencia de la genialidad humana.

TREINTA variaciones para dormir a un conde fue la suma imprevisible de Juan Sebastian Bach y Glenn Gould. La historia dice que el conde von Keyserlingk sufría insomnio y había contratado a un discípulo de Bach, Johann Goldberg, para que lo adormeciera con música en las noches. Le pidió a Bach que compusiera para su empleado una música suave, pero también viva, y el maestro compuso las Variaciones Goldberg, que si no durmieron, fascinaron a Keyserlingk. En recompensa le regaló una copa con cien luises de oro. Trescientos años más tarde el músico canadiense Glenn Gould interpretó esas partituras imaginadas como un ejercicio para aficionados adelantados y las llevó a una cumbre de precisión y de belleza. Su primera grabación en 1955 le dio a Gould la mayor celebridad, y como se desprende de la portentosa biografía de Kevin Bazzana, Vida y arte de Glenn Gould, cabe aceptar que la virtud también es la dicha de una limitación.

PROFUNDO Y CONTENIDO.

La vida de Glenn Gould ocupó a Bazzana por diez años, estudió todo su repertorio, sus archivos y anotaciones, realizó más de cien entrevistas y desbrozó la leyenda con muchas aclaraciones sobre su asombrosa trayectoria, notoriamente distinguida del circuito habitual de concertistas y músicos. Comenzó a tocar el piano en conciertos públicos durante su niñez —a los diez años ejecutaba los preludios y fugas de Bach—, a los 23 años asombró al mundo con las Variaciones Goldberg, se convirtió en concertista de fama internacional y cuando gozaba del mayor éxito huyó de las presentaciones públicas y se dedicó a interpretar a sus músicos predilectos en grabaciones de estudio: Bach, Beethoven, Schönberg, Stokowski, Stravinski, Strauss, entre otros compositores que valoraba parcialmente. A partir de los años sesenta realizó vanguardistas documentales de música para la televisión y la radio, concebidos como rigurosas composiciones de contrapunto, también películas, y en 1982, a los 50 años, lo mató un infarto cerebral.

La jerarquía de Gould fue la precisión, la transparencia y serena emoción con que transmitía sus intervenciones sobre la música creada por otros, al punto de hacerla oír de un modo nuevo; sobre todo devolvió, con insuperable naturalidad, la obra de Bach al siglo XX. A lo largo de su vida rechazó las sensualidades de los clásicos románticos, el folk, el jazz, el rock, y se manejó con un repertorio limitado a los compositores antiguos, incorporando algunas obras de Mozart, Brahms, Mendelssohn, Wagner, a lo que sumó un especial interés por Schönberg y la música dodecafónica. Afirmaba que el piano no se toca con las manos sino con la mente, que su diálogo no era con el público sino con la música, y entraba en ella con una concepción absolutamente racional, como si explorara una matemática del espíritu y del tiempo humano. Pese a renegar del romanticismo, sus grabaciones transmiten un lirismo profundo, limpio y contenido, apoyado sobre una digitación prodigiosa que llevó a Arthur Rubinstein a decir que de tener una segunda vida, quisiera "nacer con las manos de Glenn Gould".

Las manos de Gould, que remojaba en agua tibia durante media hora antes de cada interpretación, la vieja y destartalada silla que lo sentaba a treinta centímetros del suelo, la encaramada manera de tocar el teclado, sus ineludibles canturreos durante las grabaciones y el despliegue histriónico de codos y brazos, acompañaron otras extravagancias que potenciaron su leyenda. Vestía con descuido, incluso durante sus conciertos, y a menudo lo confundían con un vagabundo; en los más cálidos días de verano usaba gorro, bufanda y guantes de lana, vivía de noche, eludía el contacto físico, estaba convencido de que su opción era la soledad y nunca viajaba sin un maletín lleno de medicamentos. Era un hipocondríaco severo, capaz de bajarse de un auto si alguien manifestaba algún síntoma de resfrío y de cortar el teléfono si escuchaba un estornudo en la línea. De hecho, prefería hablar por teléfono durante horas antes que encontrarse con sus interlocutores.

LA TÉCNICA DE GOULD.

Kevin Bazzana no ha encontrado señales del autismo ni de la homosexualidad que le adjudicaron, y su documentación es convincente. La celosa reserva del genio sobre su vida personal no borró todas las huellas. Nació en 1932, hijo único de un padre metodista y una madre presbiteriana, y durante gran parte de su vida vivió en un barrio conservador, a la orilla de un lago de Toronto. Lo educaron en la represión y el control de los impulsos sensuales que en la concepción religiosa familiar conducían al pecado y la degradación. Durante un período de su infancia se turnó a diario con el padre para dormir con la madre, que fue su profesora en el piano y lo acostumbró a cantar sobre la música. Aunque Gould nunca abundó en detalles sobre su formación, su maestro fue el pianista chileno Alberto Guerrero, un elegante de sincera modestia que le enseñó a digitar con nitidez y tanto o más decisivo, a sustituir el apoyo de los brazos y hombros por los músculos de la espalda, de modo que los brazos quedaran sueltos y la sensibilidad de los dedos se conectara directamente con el cerebro. La técnica funcionó de maravilla durante años hasta que el cuerpo comenzó a resentirse y la hipocondría de Gould trastocó todo su organismo, al grado de que ya no fue posible saber si la pantagruélica suma de síntomas que anotaba en sus cuadernos se debían a una afección real o al efecto de los fármacos que ingería a diario. Pese a su vocación por la soledad, tuvo varias relaciones amorosas con mujeres, malogradas por una intensidad que resultaba abrumadora y excesiva, también para los amigos. Tuvo una mala relación con su padre y no le perdonó que en la vejez se volviera a casar, después de quedar viudo. Gould fue un puritano absoluto y tan radicalmente limitado que transgredió todas las convenciones en aras de expandir y ahondar la música que le interesaba. Como un dios solitario, cultivó con obsesión la grandeza de una sola cosa, decidido a pagar los precios de su aventura. "El propósito del arte —escribió en 1962— no es una repentina y liberadora descarga de adrenalina, sino más bien la construcción gradual, a lo largo de toda una vida, de un estado de asombro y de serenidad. Nada que pueda escucharse con facilidad en el mundo contemporáneo".

Kevin Bazzana es doctor en Musicología por la Universidad de Berkeley y su biografía recorre con estupendo registro las hazañas de Gould, la complejidad de su carácter, que tenía muchas manifestaciones chaplinescas, y de su psicología. La argumentación de que Gould no estaba loco, basada en su asombrosa productividad, puede pecar de ingenuidad protestante, pero la base documental es tan rica que invita al lector a olvidar ese asunto y sumergirse en la misteriosa experiencia de uno de los más grandes genios modernos.

VIDA Y ARTE DE GLENN GOULD, de Kevin Bazzana. Turner, 2016. Madrid, 568 págs. Distribuye Océano.

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BIOGRAFÍA DE GLENN GOULDCarlos María Domínguez

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