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El horror que el periodismo no logra registrar

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Disturbios en Venezuela
Miguel Gutiérrez

Venezuela sin crónica

Cuando el deseo y la emoción se imponen a la información.

Venezuela: siento un desprecio absoluto hacia la mirada afectiva de la prensa liberal. Todavía en el plano analítico-interpretativo quedan zonas que me interesan y que son realmente sólidas en su argumentación, misión y enfoque, pero es ridícula la manera en que la narrativa de los medios busca generar empatía o sensibilidad sobre los asuntos que ha decidido convertir en agenda. Esto sucede porque el modelo de periodismo liberal no concibe en su código genético un relato de esta naturaleza y en su necesidad de nuevas formas de persuasión ha tenido que buscarle espacio sobre la marcha (cualquiera que haya estudiado periodismo, en cualquier parte, puede recordar los tiránicos pilares modernos y seculares de la objetividad, la imparcialidad y el dato en el oficio), pero no ha podido, naturalmente, generar ese espacio nuevo, ya que hasta ahora ningún poder político o económico ha estado en condiciones de iniciarnos en ese juego de la imaginación real y el lenguaje, y han terminado cargándose el deber de la información para abrirle lugar a una forma barata de la ñoñería, el melodrama político y la telenovela de las ideologías.

UNA PÉSIMA PREGUNTA

Creo, aun a riesgo de sobrevalorar mi zona del oficio, que ese espacio ha sido el espacio natural de la crónica, que cada vez que surgió en algún lugar, si se fijan, surgió con una lógica subversiva y como una suerte de guerrilla instintiva (el Nuevo Periodismo contra el modelo del New Yorker en los 60 y 70) que secuestraba por un tiempo el uso de la palabra y lograba convertir la periferia en el centro, hasta que cada uno de estos conatos, luego de sus auges regionales, fueron debidamente engullidos por un sistema de publicaciones y de premios y de becas y por la venta del título nobiliario de cronista y de unas pocas caballerías de tierra para sembrar, de vez en vez, un poco de esa planta rara que es la crónica. La noticia del camión de ayuda humanitaria incinerado en Venezuela no es solo un error informativo puntual, es un error estructural. Es la imposición del deseo del corazón liberal sobre la información y el hecho, un modelo político hablando a través de un modelo de comunicación que para lo que menos está preparado es para cuestionar la mirada de la propia ideología que lo genera y que, en momentos de una crisis liberal como la que parece haber hoy, se dedica incluso a militar, a salvar el barco que hace aguas, que es como poner a un carrilero a que meta goles. Eso explica el ridículo de la prensa mainstream que dice “no voten por Trump”, y Trump sale, o “no voten por Bolsonaro”, y Bolsonaro sale. Si prestamos atención, nos daremos cuenta de que la información más veraz y la única atendible viene casi en su totalidad de los lugares de enunciación que son periféricos dentro del sistema de medios. Esto es: los periodistas y reporteros de prensa local, independiente, o directamente freelance; algún corresponsal lobo solitario que lleva años en el terreno y lo conoce a pie juntillas. No viene de los grandes grupos mediáticos, no viene de los enviados especiales que caen golosos en la escena para su publicitado reporte express. Pensemos en el caso Jorge Ramos-Maduro. Ya por ahí han dicho que la primera pregunta de Ramos, si debía llamar a Maduro presidente o dictador, es una pésima pregunta, pero no solo eso. El video de Ramos donde la gente agarra comida de un carro de basura es igualmente insulso. Él ha ido ahí para demostrar que en Venezuela hay un estado de excepción, una dictadura que ha quebrado el orden democrático y ha sumido al país en la miseria absoluta, pero el video no muestra ninguna forma particular del horror venezolano, la singularidad del desastre; por qué Venezuela sería todavía peor que lo que los latinoamericanos vemos normalmente. Ese es un video que se puede tomar en cualquier lugar del continente, en cada uno de los países hay personas todos los días buscando comida en la basura.

NOMBRAR LA SINGULARIDAD

Mi deseo de que Venezuela se libre de Maduro viene de un ejercicio reflexivo y no emocional. No me conmueve la construcción del relato, a menos que escarbe, y ya ahí me estoy armando mi propio cuento. Por otra parte, creo que no es tan difícil para un cubano solidarizarse con lo que sucede allí. Hay una especie de hermanamiento en cierta forma específica de la desgracia. Me pasa que cuando llego a un lugar y hay un venezolano, se establece una especie de sonrisa cómplice, y alguien dice que somos casi lo mismo. Recuerdo que en 2015, cuando fui a un taller de libros periodísticos con Caparrós, me tocó presentar mi proyecto el mismo día que el hermano Willy McKey, y nos bautizaron como el bloque caribeño-soviético.

Como alguien que quiere reconocerse en el mundo, y que busca prestarle una atención especial a América Latina, siento que requiero de mayor esfuerzo para entender las formas estructurales de la injusticia en Colombia o en México, por ejemplo, y eso me genera también mayor curiosidad. Hace poco, en una charla, me volvieron a preguntar por qué Cuba seguía despertando un interés romántico. No hay un arquetipo que a mí me repugne más que el dizque izquierdista occidental sublimando la realidad cubana, siendo así cómplice y tonto útil de la derecha que dice combatir. Pero en esa ocasión, en vez de darle un palo a este tipo de imbécil ejemplar, intenté analizar por qué había aún tanta gente que pensaba de tal manera. Y supuse que nuestras democracias eran tan débiles y tan flagrantemente desiguales que su propia mala gestión permitía todavía que una dictadura tuviera mayor potencial simbólico que ellas. Entonces yo creo que los que dicen ser enemigos de Cuba y Venezuela son en realidad cómplices de Cuba y Venezuela. No exonero al dizque izquierdista latinoamericano con boina del Che por esto, desde luego, pues yo no voy a Medellín o a Chiapas a decirles a las personas de allí que no tienen problemas solo porque no viven en un régimen comunista. Pero mi punto, en cualquier caso, es el que dice que la pereza informativa liberal no nombra la singularidad, ni le interesa. Lo otro es que yo formo parte de esa prensa, publico en sus periódicos, también la alimento. Llegué a ella escapando de un modelo de prensa (el cubano) que no solo es mucho peor sino que es incluso ofensivo para el modelo liberal establecer una comparación con un sistema de propaganda como el que me iba a tocar a mí. Pero eso no quita que suscriba y entienda plenamente este fragmento de Mishima en la novela Sed de amor: “El sentimiento de liberación debería contener un fortificante sentimiento de negación en el que no se negara la misma liberación. En el momento en que un león cautivo se escapa de la jaula, posee un mundo más amplio que el león que solo ha conocido la selva. Mientras estaba en cautividad, solo había dos mundos para él: el mundo de la jaula y el de fuera de la jaula. Ahora es libre. Ruge. Ataca a la gente. Se la come. Sin embargo, no está satisfecho, porque no hay un tercer mundo además del de la jaula y del de fuera de la jaula”.

NOTA: Carlos Manuel Álvarez (Matanzas, Cuba, 1989) colabora habitualmente con The New York Times, BBC World y Al Jazeera. Publicó el libro de relatos La tarde de los sucesos definitivos (Criatura) y el de crónicas La tribu, Retratos de Cuba (Seix Barral). En 2017 fue seleccionado en la lista Bogotá39. Vive en México.

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