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Hombre de su tiempo

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Tanto se discute sobre los marxismos que se olvida al hombre, al que concibió la teoría, así como también su época, la que lo condicionó. Al tomarlo en cuenta aparecen las sorpresas.

UNA COSA es estudiar la vida de Karl Marx, y otra juzgar los diferentes "marxismos" del siglo XX y XXI para condenarlos o justificarlos. Por eso vale la pena leer esta nueva biografía, no apta para fanáticos. Karl Marx, de Jonathan Sperber, no es la semblanza biográfica definitiva ni es magistral en todos sus tramos, como promete la contratapa. Pero el subtítulo "Una vida decimonónica" señala el principal acierto del trabajo: ubicar al personaje en su tiempo en lugar de mirarlo desde el siglo XX. Señala Sperber que "Marx defendía una revolución violenta y quizás incluso terrorista, pero que guardaba muchas más semejanzas con los actos de Robespierre que con los de Stalin".

NOBLEZA REVOLUCIONARIA

Karl Marx nació en la pequeña ciudad renana de Tréveris. Era hijo de Heinrich Marx (nacido Herschel Mordechai), abogado de ascendencia judía convertido al protestantismo, y Henrietta Pressburg, judía holandesa, mucho menos culta que su marido y con la que Karl disputaría durante buena parte de su vida por cuestiones de herencia.

Sperber estudia con agudeza la influencia de este punto de partida en el futuro pensador y revolucionario. Por un lado, la distancia con la identidad judía, que en la época era más religiosa y cultural que "racial". Aunque nunca negó su origen israelita, sería impropio afirmar que Marx fue o se sintió judío. Si bien en sus escritos públicos y privados criticó muchas características de la cultura judía, asimilándolas al capitalismo que combatió, sería inexacto tildarlo de antisemita, en el sentido racial del término. También señala Sperber la importancia de un entorno renano que, aunque católico y conservador, recordaba los avances liberales que la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico habían implicado para la burguesía, en doloroso contraste con la administración conservadora del Reino de Prusia.

De la misma ciudad era Jenny Von Westphalen, muchacha unos años mayor que el joven Karl, y perteneciente a la baja nobleza, que tras largo cortejo sería la esposa y compañera de toda una vida de luchas, exilios y penurias económicas, hasta morir en Londres, poco antes que Karl. En los primeros tiempos del exilio londinense, casada con un radical que tenía la entrada prohibida en varios países de Europa, sus tarjetas de visita la presentaban como "Sra. Jenny Marx, nacida Baronesa Von Westphalen". Marx tuvo que hacerle notar que esas tarjetas eran impropias para la esposa de un revolucionario.

El padre de Karl lo quiso abogado. Se matriculó en la Universidad de Bonn, pero cuando Heinrich se enteró de la vida un tanto bohemia de su hijo decidió trasladarlo a la Universidad de Berlín. Una vez allí también se trasladaron los intereses del joven Karl del derecho a la Filosofía y, como no pocos jóvenes alemanes de la época, fue influido por el pensamiento y el método dialéctico de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831). En 1841 se doctoró por la Universidad de Jena con una tesis sobre el concepto de átomo en Demócrito y Epicuro.

Sperber insiste en que Marx conservó de por vida sus raíces hegelianas aunque asumiendo el materialismo, a diferencia del idealismo de Hegel. Ello se debió a la influencia de los filósofos Ludwig Feuerbach y Bruno Bauer. En las tesis de Marx sobre Feuerbach consta aquello de que "Los filósofos hasta ahora solamente han interpretado el mundo; de lo que se trata, sin embargo, es de transformarlo", tantas veces citado. Con Bauer se enemistaría luego por diferencias personales y políticas.

ADMIRANDO A ADAM SMITH

Aunque muchos hombres y mujeres de izquierda sigan viendo en Marx a un contemporáneo, Sperber lo presenta como un hombre de sus días. Un continuador heterodoxo del pensamiento de Hegel. También un economista que admiraba a los clásicos de la Economía Política (Adam Smith, David Ricardo, James y John Stuart Mill), tomándolos como punto de partida para profundizar la investigación.

Asimismo, el autor señala que el modelo revolucionario en el que Marx insistió (primero la revolución democráticoburguesa, luego el asalto para destruir el capitalismo) puede entenderse como una extrapolación de dos fases de la Revolución Francesa: la de 1789, monárquica constitucional, y la de 1793, republicana, jacobina y radical.

Esta lealtad intelectual a sus influencias iniciales no impidió que el pensamiento de Marx evolucionara, aunque Sperber no afirme tal cosa. Pero lo que sí hace el autor es presentar un Marx con la mirada puesta en el pasado europeo, para él reciente, y no al profeta que han querido ver muchos adeptos a las doctrinas que se le atribuyen (aunque no a sus métodos).

Es imposible, a su vez, abordar a Karl Marx sin ocuparse de Engels, amigo y socio político, el que desde una posición más desahogada acudiera tantas veces al rescate económico del "moro", como lo apodaban, y de su familia, casi siempre en penuria. Los ingresos que Marx recibía como periodista eran irregulares. Sperber estudia bien la complementariedad de sus caracteres, pero lo más fértil a la hora de pensar la evolución del marxismo es la recepción diferente que ambos teóricos hicieran del positivismo.

Sperber señala y documenta que esta corriente filosófica, que hacía énfasis en las ciencias naturales como modelo de conocimiento y motor del progreso, incidió en uno y el otro. Pero las reservas de Marx, adherido al método hegeliano de buscar el sentido profundo oculto tras la apariencia empírica, siempre fueron mayores. Esto importa porque el primer editor de la obra marxiana inconclusa y en borrador —incluidos los libros II y III de El capital— fue Engels.

Pero lo más interesante para el lector común es el rescate del hombre, incluso al considerarlo como periodista, teórico y activista revolucionario. Importa el estudio de la relación con los padres y de su vida matrimonial, en la que pese a los años de miseria siempre buscó guardar el debido decoro pequeño burgués. Ya desde sus épocas de "joven hegeliano" Marx se oponía al radicalismo, entendido como un estilo de vida desordenado y desafiante de los usos sociales establecidos. A quien aún pueda estar apegado a la caricatura del ogro revolucionario, acaso le sorprenda la pintura del padre y abuelo cariñoso y juguetón.

Es interesante el estudio que Sperber hace de Marx como polemista, señalando su agudeza, pero también mostrando unos ambientes radicales en los que a menudo las polémicas ideológicas se volvían enfrentamientos personales. Merece atención el juicio de Sperber de que, en obras sucesivas, Marx tendía a criticar en otros pensadores posiciones que él había sostenido con anterioridad, pero que había desestimado.

Otro mérito del libro son las menciones de personajes laterales del ambiente radical y comunista del siglo XIX. Son verdaderas invitaciones al rastreo biográfico y cumplen bien el objetivo de presentar a Marx en su entorno, un revolucionario que destacó entre otros muchos revolucionarios de sus días, que fueron de lo más agitados. Permite ver que entonces, posiciones hoy distanciadas, no lo estaban tanto a la vista de la gente. Señala Sperber el caso de una sociedad obrera italiana que votó como presidentes honorarios a Mazzini, Garibaldi y Marx.

El volumen está bien diagramado y las fotos y grabados están bien seleccionados, siendo de lamentar unas pocas erratas, alguna grave.

KARL MARX, de Jonathan Sperber. Galaxia Gutenberg, 2013. Barcelona, 624 págs. + 24 de ilustraciones. Distribuye Pomaire.

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