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Emma Cline, Harvey Weinstein y el puritanismo

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Emma Cline

Nueva novela de la norteamericana

La novelista Emma Cline aborda, esta vez, el caso de los abusos perpetrados por el productor cinematográfico Harvey Weinstein, metiéndose en su cabeza.

El universo de las novelas oportunistas es infinito, y va desde ejercicios logrados como A sangre fría de Truman Capote, a la larga lista de best sellers sobre cualquier tema que de repente se ponga de moda (nazismo, templarios, Vaticano, magos, pandemia, etc.). La licenciada en Bellas Artes Emma Cline, nacida en Sonoma, California, en 1989, debutó en el género novelístico con una historia sobre las mujeres del clan o “familia” Manson: Las chicas. Multipremiada, esa historia de horror realista combinaba los datos históricos con una dosis de ficción que no los desmerecía; el ensamble era atractivo. Pero una vez descubierta una veta parece difícil abandonarla, y Cline ahora puso los ojos sobre otra historia real, más cercana, menos cruenta, de alcances quizá mayores: el MeToo, el gran hashtag del siglo XXI, relanzado desde la Meca del cine por obra y gracia de un puñado de heroínas y un malvado: Harvey Weinstein.

Un buen negocio

La mayor y más cambiante enciclopedia del momento, Wikipedia, define a Harvey Weinstein como “productor de cine y depredador sexual convicto estadounidense”. Nacido en 1952, casado dos veces y padre de cinco hijos, Weinstein ha sido activista a favor del control de armas y la asistencia sanitaria universal, recibió la condecoración francesa de Caballero de la Legión de Honor, fue cofundador con su hermano de la distribuidora y productora independiente Miramax, luego vendida onerosamente a Disney, y por la que pasaron algunos sucesos de crítica y/o taquilla (Sexo, mentiras y video, El juego de las lágrimas, Pulp Fiction, El paciente inglés, Shakespeare in Love, entre otras). Luego junto a su hermano, Quentin Tarantino y Robert Rodríguez, fundó The Weinstein Company.

En 2017 todo cambió. The New York Times, a través de un artículo de investigación de Jodi Kantor, tiró el nombre de Weinstein dando voz a varias mujeres que lo señalaban como un acosador sexual. A la cabeza figuraban dos actrices conocidas: Rose McGowan y Ashley Judd; luego se sumaron decenas. De acoso a abuso, y de abuso a violación, la bola de nieve creció hasta llegar a la órbita penal y el resultado final en la justicia fue una sentencia de veintitrés años de prisión, que Weinstein cumple actualmente en Nueva York, al margen de procesos que aún están pendientes, como una acusación de violación en Los Ángeles. ¿Esto sorprendió a alguien? El resultado sí. El meollo del asunto no: era un secreto a voces, al parecer, que Weinstein hacía “castings de sofá”.

La breve novela de Emma Cline se titula Harvey, el apellido no se precisa, y tiene la virtud de no contar la historia en sus pelos y señales sino de circunscribirse a un momento puntual —el día previo a la sentencia—; y la audacia de situarse desde una tercera persona dentro y fuera de la cabecita de Weinstein, elucubrando como “se supone” que él lo haría desde sus temores, ansias, fantasmas, remordimientos, mezquindades, etc. En ese espacio, donde alientan el morbo y la parcialidad, se desarrolla la historia. Pocos elementos: el personaje vive en casa de un amigo, come, se baña, se hace atender por un doctor y una adorable enfermera rusa, recibe la visita de una hija, habla con una periodista reticente, evita a sus abogados “con voz de cuatro ceros la hora” y cree tener de vecino a Don DeLillo, con quien fantasea adaptar una novela (Ruido de fondo, aunque la confunde con una de Pynchon menos adaptable aún). En su cabeza, el “asunto” no se explicita del todo.

Cline lo introduce mostrando el dominio de Harvey de a píldoras: flaquea ante dos gurús pero se impone ante una asistente para que ella le revele su “mantra”. El personaje recuerda vagamente correos insinuantes, nada grave, por ejemplo, en comparación con el “caso” Polanski: “Y, valía la pena señalarlo, mira cómo había salido él: sexo con una treceañera, ¡anal!, y lo habían condenado básicamente a libertad condicional, sin pena de cárcel. La había cagado solo por el juez, por esas desafortunadas fotos que se filtraron a la prensa cuando se suponía que estaba metido en preproducción. Pero incluso a pesar de todo eso, Polanski seguía haciendo películas, seguía esquiando en los Alpes suizos con amigos y seguía ganando premios. Lo de Harvey en comparación era poca cosa. Eran mujeres adultas. ¿Se había follado Harvey a alguna adolescente? No.”

El momento exacto

Y el lugar correcto: Hollywood, la fábrica que magnifica, se hizo eco y apoyó la narrativa oficial del MeToo, ese “yo también” por el que miles de mujeres comenzaron a denunciar casos y presuntos casos de abuso en todo el mundo, a veces ocurridos decenas de años antes.

También hubo una narrativa disidente, que más que apoyar a Weinstein (Lindsay Lohan fue una de las pocas a su favor; Judy Dench tuvo la ecuanimidad de señalar que no se debía crucificar su carrera) atacó al MeToo. El resultado fue una guerrilla verbal entre mujeres. De un lado las “víctimas” (con o sin comillas) y del otro algunas abanderadas del antipuritanismo como las tres Catherine: Deneuve, Millet y Breillat, o las feministas Camille Paglia, Svenja Flasspöhler o Germaine Greer, defensoras de un feminismo que no etiquete ni infantilice a las mujeres y que no promueva la autovictimización. Paglia, amazónica como siempre lanzó: “Harvey Weinstein es un hombre horrible que aprovechó su posición para acosar a mujeres. Es algo que llevaba décadas ocurriendo en Hollywood y nadie se dio cuenta. Este Harvey Weinstein era amigo de figuras importantes de la industria, por ejemplo Tina Brown. Meryl Streep recogió su Oscar en una ocasión y soltó aquello de «Harvey Weinstein es Dios». No me creo que estas denominadas feministas no supieran nada. Hay un estado de locura en las redes sociales. Un hombre es acusado y se produce un clamor”. Virginie Despentes las criticó a todas y a él también, y a su vez las entendió a todas y a él también. Que es un poco lo que hace Cline, plantarse en el medio del terreno y mirar alrededor los campos dañados. Todo es humano.

La nouvelle de Cline no enfoca a la víctima; igual que había hecho con las chicas Manson, narra desde la vereda del victimario. Su Harvey vulnerable, torpe, aniñado y soñador, se sigue conduciendo como un patriarca otoñal hollywoodense caído en desgracia, no asume su papel en los nuevos escenarios, ni siquiera los ve claros. Lo único que teme es perder sus privilegios y por eso el único refugio es DeLillo, o más bien su fantasma. El Weinstein real espera el resultado de apelaciones y futuras condenas en la prisión de máxima seguridad de Wende. Quizá le llegue el libro de Cline y fantasee con adaptarlo al cine, porque este sí —a diferencia de DeLillo y de Pynchon— es adaptable.

HARVEY, de Emma Cline. Anagrama, 2021. Traducción de Inga Pellisa. Barcelona, 102 págs.

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