La democracia en cuestión

Batlle fue procesado, en un disparate injustificable, por denunciar que se se venía un Golpe.

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Es una impresión dura sentir como pasa el tiempo, se acumulan los años y con ellos, cuando no hay ánimo de cambio, se deterioran las comunidades que nos cobijan. Si desde la década del cincuenta los uruguayos veníamos conviviendo con la crisis, con la dictadura militar caímos en la indignidad absoluta. Un suceso monstruoso del que jamás hemos podido librarnos. Fue mucho el dolor que causó, de allí su importancia como patología política. Al igual que lo fue su facilidad para mostrarnos cuan sencillo fue desmontar la democracia y convertir en súbditos a un pueblo entero. Una experiencia, sus antecedentes y consecuencias que, sin ignorar ni sus protagonistas, directos e indirectos, ni sus etapas, debemos explicar, enseñar, mostrar, ficcionar, representar y filmar una y otra vez, sin temor a la repetición.

No pretendamos que no hubo avisos. Unos meses antes Jorge Batlle, ya entonces importante dirigente colorado, fue procesado por denunciar un pacto entre militares y tupamaros. Lo encausó, cometiendo un disparate injustificable un juez militar (tales delitos solo pueden cometerse por militares), por hacer pública una verdad. El M.L.N. aún derrotado, seguía creyendo que sus vencedores, guiados por su destreza política (la de ellos), terminaría con la presunta corrupción imperante. Así daban comienzo a la tesis, luego mayoritaria en la izquierda, de la revolución por delegación, ya no proletaria, ahora castrense. ¿O debemos olvidar que en algunos cuarteles, particularmente en el Batallón Florida, tupas y oficiales, emprendieran incursiones conjuntas para individualizar ladrones de cuello blanco?

A partir de entonces la insubordinación fue existencial, la función del ejército, guiado por sus esclarecidos mandos, era providencial: limpiar los establos orientales. El 9 de Febrero, en abierta rebelión, lanzaron varios comunicados, entre ellos el 4 y el 7. Prometían portarse dignamente y combatir el agio, la especulación y la corrupción, además, repartir la tierra.

La adhesión de la parte más reaccionaria del estrato político fue la esperable. Gran parte de los pachequistas, algunos herreristas, los conservadores de siempre, adhirieron a los comunicados. Querían orden, familia y propiedad. Lo inesperado fue la reacción de la izquierda.

Aún deslumbrada por el golpe peruanista de Velazco Alvarado (que como todo populismo civil o militar, terminó un tiempo después en una catástrofe sin precedentes), que estatizaba todo lo que veía, creyeron que los generales uruguayos repetirían la experiencia. Comunistas, tan entusiasmados que llenaban las páginas de El Popular con adhesiones a los militares patriotas que unidos al pueblo trabajador combatirían la oligarquía. Tan entusiastas, que lograron la adhesión (más cauta) del P.D.C.y del mismo Gral. Seregni, que en su famoso discurso de la Unión proclamó “la interacción fecunda entre pueblo gobierno y Fuerzas Armadas, para comenzar la reconstrucción de la patria en decadencia”.

Ahora, luego de medio siglo hay voces que quieren o atenuar esa adhesión u olvidarla. No tienen fundamento. El P.C.U. el P.S. y la CNT, eran o peruanistas o leninistas o ambas cosas a la vez. En cualquier caso, nada les costaba desentenderse de la democracia.

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